Carlos Bonfil
Fotograma de la película del realizador ruso Kirill Serebrennikov
La deriva totalitaria.
Un vuelco radical para las certidumbres de la corrección política ha
significado constatar que una buena parte de la juventud occidental ha
dejado de identificarse con los viejos ideales libertarios y las buenas
tradiciones laicas, para abrazar de lleno el conservadurismo moral y los
fundamentalismos religiosos. La emergencia de grupos juveniles de
extrema derecha en Europa y la popularidad actual de bandas de rock
neo-nazis en poblados de la antigua República Democrática Alemana, es
sólo una de las múltiples manifestaciones del fenómeno.
En El discípulo, largometraje más reciente del ruso Kirill Serebrennikov (Traición,
2012), se describe la espiral de fanatismo cristiano en que se ve
atrapado el alumno adolescente Veniamin (Petr Skvortsov) cuando
emprende, a título personal, una violenta cruzada moralizadora en su
escuela.
Ante la supuesta decadencia de los valores religiosos y morales en
sus condiscípulos y maestros, él se arroga el papel de ángel
exterminador decidido a restablecer el orden divino en la Tierra:
propone (y consigue) la prohibición de trajes de baño indecentes en las
piscinas, censura y ataca las enseñanzas científicas de su profesora
Elena (estupenda Victoria Isakova), quien promueve el uso profiláctico
del condón y explica la teoría evolucionista darwiniana, arremete contra
las ideas liberales de su madre divorciada, quien, confusa y atribulada
por el fanatismo de su hijo, lamenta que éste no se dedique mejor a
coleccionar estampillas o a masturbarse todo el tiempo.
El joven Veniamin opone, de modo exaltado, a toda educación liberal
la verdad revelada de los evangelios, cuyos fragmentos aparecen
continuamente sobreimpresos en la pantalla a medida que los cita el
aprendiz fanático para justificar lo mismo su homofobia elemental y, de
modo más confuso aún, su convicción antisemita. Fanatismo rima aquí con
patetismo.
La cinta de Serebrennikov posee el ritmo vertiginoso que
acompaña a los exabruptos verbales de su protagonista imberbe. Es, de
principio a fin, un relato sobrecogedor y fascinante. Las
confrontaciones morales e ideológicas (en rigor, viscerales) entre el
hijo y la madre, el alumno y su maestra, y la directora del plantel y la
docente rebelde, suben de tono con una violencia inusitada. Todo
siempre con el resto de los alumnos como testigos atónitos, y la foto
oficial de Vladimir Putin en un muro como una presencia ominosa. Cabe
recordar que hace apenas tres años, el mandatario ruso decretó la
libertad de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas, terminando
así con décadas de laicismo.
A través de esta dura parábola del discípulo extraviado en el dogma
cristiano, el realizador procede a un cuestionamiento implacable de la
deriva totalitaria en Rusia, algo que ya había mostrado, en un tono
narrativo más sosegado, aunque igualmente mordaz, su compatriota Andrei
Zvyagintsev en su espléndida Leviatán (2014).
El cine ruso cuestionador, en su mejor momento.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional a las 12:30 y 17:30 horas.
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