El día a día de una persona feminista, sensible a la cultura e
interesada en el ‘por qué’ de las cosas, está muchas veces iluminado por
detalles, imágenes o lecturas que, paulatinamente, van ampliando un
abanico de enfoques y temáticas de interés.
De vez en cuando, se encuentran maravillas que no solamente suponen
un paso más allá en el aprendizaje artístico-feminista de una sino que,
además, eliminan prejuicios que solían arrastrarse durante años. Wonder Woman. El feminismo como superpoder
de Elisa McCausland (que cuenta con las visiones del personaje de las
ilustradoras Carla Berrocal y Natasha Bustos) es una de esas maravillas.
Es cierto que nunca hice demasiado caso a los superhéroes. Para mí
eran cosas de tíos. En las pocas ocasiones en las que me pusieron un
libro en las manos siendo niña, éste era de cuentos de princesas, o de
Caperucita Roja que tenía que cuidar de su abuela enferma (mi hermano
sin embargo disfrutaba de su colección de Tintín). Con el tiempo, llegué
a disfrutar con la lectura de los recopilatorios de Batman que me
prestaba mi pareja, pero poco más. Me quedaba a gustito con mis novelas
gráficas, que encontraba un tanto más reflexivas (incluso podríamos
decir “femeninas” en algunos casos, si todavía esta palabra pudiese
cobrar algún sentido hoy en día).
Desde luego, nada de superheroínas. Conscientemente o no, siempre
había considerado a Wonder Woman & cía. como una evidente
objetualización de la mujer, construida para el puro disfrute masculino.
Su propio físico no sólo hacía que yo no pudiese reconocerme en ella,
sino que además me agredía anímicamente por no corresponder a los
cánones de belleza que representaba.
De hecho, McCausland no niega dicha cosificación cuando trata de los
orígenes del arquetipo de Wonder Woman, cuyo grado de desnudez fue
impulsado y animado por los primeros editores por razones comerciales.
Tampoco destruye mi idea según la cual el comic era (¿y sigue siendo?)
mucho más leído por hombres que por mujeres. Pero es cierto que nunca me
había parado a pensar que quizá, detrás de la apariencia del personaje,
pudiese haber algo más. Algo precursor del feminismo… Algo amazónico.
En su libro, la autora describe con brillantez y de forma
especialmente didáctica como nació la “superheroína” -como concepto.
Relaciona la creación del personaje con el contexto socio-cultural y con
la historia de EE.UU en la primera parte del siglo XX (sin dejar atrás
el movimiento sufragista).
McCausland no solamente se centra en Wonder Woman, sino que nos deja
disfrutar de otros personajes femeninos provenientes de la Edad de Oro
del cómic. Mujeres diversas, que defendían luchas variadas pero siempre
apasionantes -como puede ser el caso de Fantomah de Hanks
Fletcher (1940-1944). Desgraciadamente, también indica que dichas
heroínas están “olvidadas casi todas en nuestro presente”.
La pasión de McCausland por el personaje de Wonder Woman -muy visible
desde la introducción del libro- pero también por el propio mundo del
comic y su relación con la cultura popular de Estados Unidos, nos hace
viajar con entusiasmo a través de las varias formas que tomó el
personaje, desde su creación en 1941 por el Doctor en psicología y
guionista de historietas William Moulton Marston (1893-1947).
También elimina cualquier duda sobre la creación de la superheroína,
avanzando desde el primer capítulo que Wonder Woman no puede ser
considerada como la obra de un sólo autor. Primero, por el número de
dibujantes y guionistas que dieron vida al concepto amazónico de Wonder
Woman (para bien y a veces para mal). Pero sobre todo por la huella que
dejaron las dos mujeres con las que Marston compartió su vida, y su
hogar: su esposa Elizabeth Holloway Marston y la amante de ambos: Olive
Byrne.
La demostración de cómo el comic de superhéroes y superheroínas puede
ser considerado como la proyección de la historia social y económica de
EE.UU, desde su creación hasta hoy en día (con un antes y después del
11-S) ocupa gran parte del ensayo, dejando otra parte al concepto de
“cultura popular” como medio subversivo. La autora entiende y relata
estas historietas -por lo menos en sus orígenes- como obras basadas en
un discurso especialmente subversivo, no solamente por los valores que
difundía, sino porque lo hacían de forma global, alcanzando de este modo
públicos muy diversos.
Con este libro, McCausland me abrió por fin un camino en el que, como
mujer, no me sentía segura. Me cogió de la mano y me llevó poco a poco
en el Universo de Marvel, DC & cía. asegurándome que no pasaría
nada.
Es más, durante una charla en la librería especializada The Comic Co.
donde pude conocer tanto a la autora como a una de las ilustradoras (la
interesantísima Carla Berrocal), Elisa McCausland declaró:
“No todas las superheroínas tienen ‘superpoderes’, sino que un
personaje se vuelve superhéroe en el momento en el que es consciente de
que está atravesado por un sistema y que quiere cambiarlo”.
En este momento preciso, Elisa McCausland me entregó -a mí y a todas
las feministas presentes- los brazaletes y el lazó de Wonder Woman.
¿Acaso ahora no somos todas superheroínas?
Pd: Mencionaré algún detalle que no considero como un argumento para
apoyar y mantener la teoría de una conspiración en contra de las
superheroínas creadas durante la década de los 40 en EE.UU, pero que no
deja de ser significativo: el simple hecho que mientras estoy
escribiendo esta opinión, el corrector ortográfico de Word sí acepta la
palabra “superhéroe” pero no consigue “absolver” la de “superheroína”;
que además confunde con la palabra “superchería”. Coincidencia me dirán…
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