Julio Muñoz Rubio*
La Jornada
En la medida de lo posible, quisiera hablar de lógica y no tanto de política, quisiera hablar de maneras de argumentar.
El presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se ha estado
engolosinando con los métodos basados en consultas públicas pensando que
de ese modo se ejerce y garantiza la democracia en México. Sin embargo,
la manera concreta en que lo ha hecho contiene graves errores
metodológicos y al menos una falacia que es necesario develar.
Es completamente cierto que cualquier decisión democrática, para que
lo sea, tiene que ser una decisión mayoritaria. Si una comunidad quiere
comportarse de manera democrática, entonces tiene que respetar las
decisiones de la mayoría. Pero de ello no se desprende que cualquier
decisión mayoritaria que tome, por ese simple hecho ya sea democrática.
Razonar de ese modo es cometer una falacia que se llama
afirmación del consecuente. Un ejemplo análogo sería razonar: La enfermedad X causa siempre la muerte, por tanto toda muerte es causada por la enfermedad X.
Pero volvamos a nuestro asunto. Ninguna decisión mayoritaria puede
ser democrática si implica vulnerar los derechos de algunas personas,
aunque sean muy minoría. Uno de los fundamentos históricos de la
democracia es que todas las personas somos iguales en derechos y
obligaciones, que todos somos iguales ante la ley, y ese es un principio
que debe ser respetado en cualquier decisión que se tome. Una mayoría, o
incluso la totalidad de una comunidad puede decidir, por ejemplo,
linchar a un criminal o violar a una mujer, pero como el carácter propio
de esa decisión es ofensivo para la integridad de la víctima, no puede
ser considerada una decisión democrática.
Exagero deliberadamente para que se comprenda el punto. En las
consultas ordenadas por AMLO, lo que se ha puesto en cuestión son
justamente derechos de personas o comunidades, se pone a votación si
éstas pueden gozar de sus garantías individuales o comunitarias o si les
van a ser sustraídos, si las mujeres pueden gozar de derechos
reproductivos o no. El resultado de las votaciones es lo que menos
importa. Lo que me interesa resaltar es que este procedimiento implica
una potencial violación de garantías individuales. Voy más lejos aun, se
tiene la capacidad de decidir impunemente la destrucción ambiental, la
devastación, la desertificación y la muerte de miles de individuos no
humanos. Así, los derechos humanos y de la naturaleza, como normas
universales de convivencia, desaparecen de la escena y se ven
sustituidos por decisiones coyunturales de tal o cual grupo de personas.
Esta manera de proceder es lógicamente falaz, éticamente inadmisible y legalmente inválida.
Existe un segundo error metodológico cometido por AMLO, quien no se
ha cansado de repetir que el pueblo es el que debe decidir, que el
pueblo no es ya más un menor de edad al que se le tiene que estar
diciendo lo que tiene que hacer.
Pero surge una duda. Si es en realidad el pueblo quien debe decidir y
los gobernantes obedecer esas decisiones populares ¿por qué es AMLO
quien tiene que decidir previamente cuáles son los asuntos sobre los
cuales tiene que decidir el pueblo, cuáles son los procedimientos que
han de usarse, los lugares y fechas en las que esas decisiones han de
ser tomadas? ¿No existe aquí, para decir lo menos, una incoherencia
lógica descomunal?
Una última consideración: el método de las consultas públicas que
AMLO ha usado pretendiendo que es una de sus aportaciones más
originales, tiene poco de original: las comunidades indígenas lo han
utilizado desde hace siglos y ahora es AMLO quien se lo apropia. En
tiempos recientes fue el EZLN primero y después el CGH durante la huelga
de 1999-2000 quienes lo emplearon en varias ocasiones, con una
diferencia sustancial con las consultas de AMLO. Se llevaron a cabo para
decidir asuntos de naturaleza meramente táctica y en todo caso para
consultar la ampliación de derechos y libertades, como la consulta hecha
en 1998 sobre la ley de derechos y cultura indígenas. Nunca han sido
usadas para restringir o cuestionar derechos de nadie.
Todo esto es muy pertinente para reflexionar en las formas de uso del
lenguaje y las prácticas que le corresponden en relaciones específicas
de ejercicio del poder, o para decirlo con más precisión, para
comprender cómo el lenguaje proveniente del sistema de dominación
entraña cada vez más una distorsión de la realidad y de ataque a
principios de libertad y justicia, y sin embargo se presentan falsamente
como ejercicios de democracia directa.
*Investigador en el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM
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