Judo, más que beisbol
Era beisbol, pero pudo haber sido judo. No intentar el bateo, el ponche o el
controlsino aprovechar el embate del adversario para conseguir puntos propios y buscar una victoria a cuyo final los contendientes se reconocieran con respeto en un saludo respetuoso.
Pero el presidente Andrés Manuel López Obrador prefirió enfrentar el
abucheo con pasión de miembro de un equipo en contienda (parte de un
partido en un partido, aunque la secuencia de palabras
político-deportivas pueda parecer confusa) y no de presidente de todos
los mexicanos, incluyendo, desde luego y particularmente, de aquellos
que no comparten sus políticas, discursos e ideas.
El presidente López Obrador lo es de aquellos que, como en esta
ocasión específica, habiendo pagado un boleto en un estadio deportivo
tuvieran a bien aplaudirle a rabiar o silbarle con similar entusiasmo. Y
ese Presidente, patrimonio común de los mexicanos, debería respetar
esos ejercicios, sin oponer el peso privilegiado de sus palabras para
tacharlos o etiquetarlos negativamente.
El presidente de México debe estar por encima de chairos y fifís,
en particular si advierte que esa terminología beligerante está
ahondando la división social y provocando enfrentamientos. No bastan,
desde luego, los llamados a la reconciliación y al
amor y pazque hace ese presidente cuando trata de sanar las dolencias de gobernadores de partidos contrarios a Morena que sufren rechiflas y maltratos en actos institucionales.
Esos exhortos a la pacificación política debió aplicarlos AMLO a sí
mismo el sábado de la inauguración del estadio beisbolero Alfredo Harp
Helú, cuando, en condiciones extraordinariamente favorables para él,
beisbolero de corazón, dador de presupuesto privilegiado para promoción
oficial de ese deporte, oferente de elogios encendidos al citado Harp
Helú, se topó con el sabido y recontrasabido rigor de los espacios
públicos dedicados a los deportes masivos, donde la gente va a disfrutar
de su predilección y no a escuchar o a aplaudir a políticos, sean del
signo que sean. Es amplia y debería ser educativa la lista de políticos
damnificados en sus asomos a actos deportivos masivos.
Las reacciones iniciales al primer abucheo público a López Obrador
han pretendido (en consonancia con esa división social alimentada desde
especulaciones y posicionamientos facciosos) convertirlo en cualquiera
de dos extremos: una muestra del creciente rechazo al político
tabasqueño (lo cual no tiene respaldo en las encuestas de opinión más
recientes) o una conspiración de antiobradoristas que le tendieron una
trampa (la presencia de José Antonio Meade en las gradas sería una de
esas
pruebasdel complot).
Ninguno de esos extremos tiene sustento, a juicio de esta columna.
López Obrador mantiene una alta popularidad y una plena confianza de la
gran mayoría de los mexicanos, aunque es evidente que subsiste una
franja activa de ciudadanos que en legítimo ejercicio de sus derechos se
oponen a las políticas de la llamada cuarta transformación.
Sin embargo, esas altas cuotas de aceptación pública de López Obrador
no pueden ser eternas. La luna (de miel) también tiene fases
menguantes. La dura realidad económica, la inseguridad pública
creciente, la corrupción sin culpables (de primer nivel) en proceso de
real castigo y los problemas presupuestales y de operación
administrativa, podrían erosionar parte del gran capital político del
tabasqueño.
En ese contexto, el presidente de México debería pasar a una fase de
verdadera disuasión de enconos, de aceptación expresa de la validez e
importancia de la oposición y sus críticas y de exhortación a deponer
conductas violentas, en las redes sociales, en los actos públicos y en
el discurso oficial. Más que responder burlonamente a la porción adversa
de la tribuna, aprovechar ese momento para confirmar la altura de
miras, que debe incluir el respeto a la diversidad. Judo, en este
difícil momento histórico, más que beisbol.
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