Lorena Wolffer en el Museo de Arte Moderno.
lasillarota.com
“Al
revelar las artimañas con que se agrede a las mujeres, al asumir la
mediación entre los testimonios y lo no-dicho, Lorena Wolffer pone al
alcance de cualquier ciudadana la protesta contra toda forma de
injusticia y de sexismo”.
Sylvia Navarrete Bouzard, en su presentación del catálogo de Lorena.
“Puta, perra, zorra, hijueputa. Te voy a romper la madre, perra.
Lárgate zorra. Eres una puta. ¿Qué no ves que aquí nadie te quiere? Te
voy a romper la madre, perra…”.
Un aguerrido defensor de “las mejores causas” y su “imaginativo” bestiario misógino contra su hermana.
(Grabado por una testigo escondida con su celular y una escoba –por
si urgía- en la cocina de la casa de los padres. Por consideración a
sus padres, y sólo por esta vez, la agredida eligió no levantar un
acta en el Ministerio Público).
¿Qué podría significar una mesa que nos ofrece plastilina, unas
telitas de felpa y unos lazos para anudar? ¿Acaso significaría algo
“amasar” el dolor, el desamor, la humillación, la ira, la desilusión,
el miedo? Alrededor de la mesa un grupo de mujeres que no se conocen
entre sí “juega” con la plastilina entre sus manos. La plastilina se
pega a los dedos. “Amasar” como para hacer tortillas, como para crear
panecitos suaves para el desayuno. Una mujer va confeccionando un
muñequito sobre la mesa y dice: “Pensé que necesitaba hacer el cuerpo
de un hombre, el de aquel, y terminé sin darme cuenta haciendo el
cuerpo de una mujer”. “¿Por qué crees?”. “Porque en mi caso, lo que
vino después, cuando me casé, lo soporté por cómo me violentó de niña
una mujer”.
Inspiradas por la compañera extendemos la plastilina sobre la mesa y
construimos muñequitos. Cada quien hace el suyo. “Yo quiero dos
bolitas de plastilina, una para mí, por la violencia de mi hermano
contra mí y contra otras personas, dice que soy ‘una puta, zorra,
perra’”. Dice que me va a partir la madre. Se le van a caer los brazos
de a puro partirle la madre al mundo. Otra bolita por el daño que se
hace él solito con tanto odio guardado”. Una muchacha muy joven le
pasa rapidito la segunda bolita. “Trae ese inconsciente de machín
‘estafado’ en un dancing muy precario en la carretera. Me
asombra ahora que sé lo que ha hecho, todo lo que no me hubiera jamás
imaginado de él. Es como si se hundiera y se hundiera en sus mentiras y
en sus farsas, yo creo que de inventar que es el que no es, ya no sabe
ni quién es”.
La reconozco a esa mujer que habla de inconscientes, compartimos el
taller de “Amor o codependencia” de Aura María (La Chatita) Medina hace
tiempo, en el Instituto Simone de Beauvoir. Comenzamos a “amasar” en
silencio. Gracias a Lorena, compartimos historias. Como si cada pieza
de plastilina se sumara a la de al lado y a la de al lado, en un
intento de construir una especie de pequeña y poderosa bolita casi
cósmica: El derecho de cada ser humano a vivir sin violencia.
Envolvemos nuestras confecciones en las telitas de felpa. La mujer
de la madre violenta le da vueltitas artísticas a su telita de felpa
hasta confeccionar un lindo moño. El moño es un resarcimiento. El
derecho a denunciar, el derecho a hablar de lo vivido, el derecho a la
resiliencia y lo que viene (vino) con ella: el proceso de sanación y la
posibilidad de imaginar un futuro. Un futuro –sobre todo- distinto.
Más amoroso. Más empático. Más noble. Distinto.
“Mi novio me rompió la nariz”, dice la muchacha flaquita y tímida.
“Hasta que pasó me decidí a terminar con él. Me dejaba y me dejaba, no
sé por qué”.
Todo lo que puede provocar Lorena Wolffer. Lo que provoca cuando
toma las calles e interpela a las/los transeúntes, cuando invita a
mujeres desconocidas entre ellas a conversar en las plazas. Cuando
tiende carpas con sillas a mitad de un callejón empedrado y pregunta
una mañana ingenua y soleada: ¿”Cómo es tu vida sexual?”. “¿Has
padecido violencia?”. “¿Quieres compartir tu testimonio?”.
Cuando se marca el cuerpo, Lorena, -semi/desnudo/desnudo, milímetro
a milímetro en los exactos lugares en los que fueron agredidas otras
mujeres. Un cuerpo femenino que recrea el mapa del daño. Un cuerpo
femenino que se muestra en nombre de miles y miles de cuerpos femeninos
golpeados, baleados, apuñalados.
Lorena y sus “Muros de réplica” (“Con base en el derecho de réplica
que establece la legislación mexicana”) en el Zócalo de la ciudad de
México: “Soy mujer y he sido víctima de violencia por parte de un
hombre. Este es mi nombre y esto es lo que tengo que decirle a mi
agresor”. Durante cuatro horas adolescentes y adultas escriben en los
muros. Los transeúntes leen. Las personas comparten. Ese sueño
(realidad) de “tomar las plazas” del que habla con tanta frecuencia la
académica y activista feminista Marisa Belausteguigoitia. La toma de
las plazas para enunciar la palabra femenina silenciada.
Lorena y su “Acta testimonial”, en la Universidad del Claustro de
Sor Juana: escritos –con letras muy grandes en los muros- los insultos
que sus parejas dirigieron tantas veces a mujeres usuarias del Refugio
de Fundación Diarq IAP. Un audio reproducía las respuestas que estas
mujeres daban a sus agresores. Ahora nombraban y nombraban en público.
La toma de la palabra, la denuncia como herramienta de sanación.
Salvarse del miedo, tomar distancia con el agresor. Intentar deshacer
ese nudo pre-psicótico/psicótico de un ser humano que violenta a otro,
de un hombre que violenta a una mujer: “porque ella se lo merece”,
“porque ella es indigna, malvada, un monstruo”.
La violentada es siempre “culpable” en el discurso del hombre
violento y de su/sus cómplice/s. Un discurso que va creando a través de
los días, los meses, los rencores, las frustraciones, los años. Sus
armas: Las mentiras inmensas como catedrales. Las exageraciones. Las
intrigas. Ese odio brutal hacia él mismo que el agresor proyecta en una
mujer. Intimida, amenaza. Está convencido de controlar y manipular ad infinitum.
La omnipotencia de un agresor tan convencido de que nadie lo va a
saber, de que su “odiada” va a guardar silencio porque –en la mayoría
de los casos- sucede que lo quiere. Se queda “a entenderlo”. O porque
le tiene mucho miedo. Y/o porque el agresor armó ya todo un arsenal de
mentiras en su contra con las que pretende mantenerla aislada y contar
con su silencio. Hasta un día. Y eso es lo que Lorena nos propone: ya
llegó ese día. Ese día ya llegó/desde hace tanto/ todos los días. La
solidaridad detiene la indefensión. La solidaridad y la exigencia del
cumplimiento de la ley y su estricto cumplimiento, detienen -tendrían
que detener- la violencia misógina.
“El derecho de las mujeres a vivir sin violencia está consagrado en
los acuerdos internacionales y en las leyes mexicanas. Sin embargo hay
mucho por hacer, seis de cada diez mujeres en México ha sufrido
violencia en algún momento de su vida, y todavía persiste una cultura
de violencia e impunidad”, Ana Güezmes, Representante de ONU Mujeres en
México.
En el muro izquierdo de la sala en el Museo de Arte Moderno la
mirada recorre hileras de objetos. Vitrinas con más objetos. Objetos
inocuos, cotidianos: utensilios de cocina, una botella de alcohol y un
encendedor, una correa de perro, un traje de baño femenino, una bata
blanca con palabras escritas, una almohada. Cada objeto fue donado por
una mujer sobreviviente de violencia. Mujeres que en su mayoría
conocían (o creían conocer) y amaban/temían a su agresor. Hasta que
dejaron de amarlo y de temerle. Cada objeto con un número nos remite a
un testimonio escrito en las carpetas junto a las vitrinas. Una mujer
dona una cajita de muertos de azúcar en nombre de su mujer querida
(¿Amiga? ¿Madre? ¿Hermana?) asesinada.
A long journey.
“La violencia contra las mujeres es un delito y el silencio es su
mejor aliado. Hablar y ser escuchadas nos transforma. Ven a conversar
con mujeres sobrevivientes de violencia para intercambiar y compartir
experiencias”, lo tomo de un cártel con el que Lorena convocó a un
encuentro en el Parque España.
ALGUNOS TESTIMONIOS QUE ACOMPAÑAN LOS OBJETOS EN LOS MUROS
EVIDENCIA 01
Alcohol y encendedor
Me empezó a soltar de guamazos a puño cerrado. Yo vi que quería
sacar algo de su mochila, lo primero que me vino a la cabeza fue que
iba a sacar un cuchillo o unas tijeras. Pensé todo menos lo que hizo.
Saca un botecito de esos de alcohol, así chiquito, y me lo avienta.
Saca su encendedor y me prende fuego. Eran unas llamas impresionantes.
Se me quemó el brazo, parte del seno, la cara no, la oreja, el cabello.
Mis hijos estaban arriba y no sé a qué santo agradecerle que mis hijos
no vieron.
Usuaria del Refugio Nuevo Día
EVIDENCIA 04
Palangana de agua
Él estaba tomando, estábamos bien, no sé qué le pasó. De repente
empezó a jugar, me tira al suelo, toda me mojo porque estaba mojado el
suelo. Después el agarró cubetas de agua de los tambos que estaban en
el patio, me empezó a mojar, yo estaba llorando, y él me la echaba en
la cara. Yo estaba de espaldas pero a la hora de voltear, me llegaba el
agua o volteaba para el otro lado y me llegaba el agua. Después de que
acabó de mojarme, él me sacó a la calle para que la gente me viera
mojada. Una muchacha se acercó y me preguntó qué me pasaba, yo estaba
espantada, no le contesté. Él estaba en la ventana viéndolo y me dije
"Dile, dile qué te pasó". Ya después me abrió la puerta, me jala y me
empieza a pegar. Me tira al suelo, me empieza a pegar, el perro, un
rottweiler, pensó que estábamos jugando, el perro se me avienta y me
muerde. Mientras él me estaba pegando, el perro me mordía. Yo los
golpes no los sentía ya porque el perro se me estaba aventando. No
recuerdo que tanto me decía porque el perro estaba encima de mí.
Usuaria del Refugio Nuevo Día
EVIDENCIA 06
Crucifijo y desarmador
Me sentó y me rapó. Me empezó a golpear con el puño cerrado. Como yo
no lloraba, lo primero que encontró fue un crucifijo y me pegó con él.
Luego me picó las piernas con un desarmador. Él estaba armado y le dio
un balazo a mi hija en la pierna. Me dijo que la próxima vez sería en
otra parte de su cuerpo.
Usuaria del Refugio Nuevo Día
EVIDENCIA 11
Crema Teatrical
Recientemente recordé que mi padre abusaba de mi cuando era niña.
Los recuerdos no son claros, no sé qué edad tenía, no sé cuántas veces
fueron. Sí sé que se frotaba, se masturbaba entre mis piernas. Sí sé
que le dije: "Lo que tú me digas, papi". No recuerdo si usó esta crema
—la verdad es que ya no quisiera acordarme de nada más`— pero siempre
me dio asco verla en su baño. Esta crema lo representa. Me cuesta
siquiera pensar en el bote y me produce nausea imaginar su olor.
Anónima
EVIDENCIA 22
Orina
Esa tarde llegué feliz a la casa, no podía estar más orgullosa. Por
fin había terminado las pinturas de la exposición, mi primera
exposición. El maestro me había halagado muchísimo y yo ya no podía
esperar el momento para mostrárselas a mi novio. Tenía tantas ganas de
que se sintiera orgulloso de mí, por primera vez. Ahí estaba, se las
empecé a enseñar. Él sólo me dijo que yo no era una artista, que no me
atreviera a compararme nunca con él, que eran una porquería y que de
una vez asumiera que no servía para nada, que siempre iba a ser una
artista chafa, que cómo me pensaba atrever a exponer eso. Enojada me
fui al cuarto. Él extendió todos mis trabajos y se orinó en ellos, en
todos. Nada quedó.
Anónima
EVIDENCIA 26
Cajita de muertos de azúcar
Fueron novios un año y cuando ella lo quiso dejar él la apuñaló 33 veces con una daga de la 2ª Guerra Mundial en un parque.
A veces las personas no son lo que aparentan, o parecen. Violentaste tanto su vida que… la llevaste a la tumba.
En paz descanse Karina Vilis Valdés.
Anónima
Acá en el museo, la mesa con plastilina que les cuento. La
posibilidad de dejar un testimonio con palabras. Una larga jornada de
la oscuridad hacia la luz.
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