Dos grandes violencias agrietan
el suelo nacional. La dinámica de despojo y devastación ambiental para
la imposición de megaproyectos, parte esencial de una política económica
de entrega de bienes y recursos al capital trasnacional. Y por otra, el
estado de excepción permanente, con su muerte y terror necesarios para
quebrar las resistencias y sostener el modelo económico, que se expresa
con cifras milenarias de asesinatos, feminicidios, desplazamientos
forzados, desapariciones y violencia contra migrantes.
Sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas para el capitalismo
actual. Profundas relaciones comunitarias que perviven en los pueblos
han sido la base motriz de movimientos que lo impugnan. Como expresión
más visible, están los movimientos comunitarios en defensa del
territorio. También están los movimientos de familiares de desaparecidos
y asesinados, quienes, a pesar de estar hundidos en los vórtices del
horror, producto de resquebrajamiento de la vida comunitaria, salen en
defensa de la vida.
Llamados imprecisamente movimientos
de víctimas, han surgido desde los primeros momentos de la guerra contra el narcotráfico. La irrupción del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) en el escenario nacional –como respuesta al asesinato de Juan Francisco Sicilia Ortega, hijo del poeta Javier Sicilia (JS), en marzo de 2011– constituyó un parteaguas que atrajo a los colectivos existentes, pero sobre todo detonó la puesta en movimiento de un nuevo actor social nacional. Desde entonces, esos grupos han recorrido diversos caminos y acumulado un sinfín de experiencias para litigar sus casos, demandar justicia y buscar a sus seres queridos en fosas clandestinas. Recurren a aliados que, en la mayoría de los casos, son los movimientos populares siempre solidarios, los urbanos, de maestros, de jóvenes, artistas y grupos de base de las iglesias, entre otros.
Convocados nuevamente por JS, decenas de esos colectivos,
provenientes de todo el país, caminaron del 23 al 26 de enero para
demandar al gobierno federal la creación de una estrategia de justicia
transicional que frene la violencia en el país y repare tantas heridas
aún abiertas. Ahí estaban las primeras familias desconsoladas que en
2011 buscaban a sus familiares con el mismo dolor, la misma dignidad y
mayor conciencia política, junto a familiares de desaparecidos de hace
tan sólo unas semanas o meses. Y es que la violencia aún no cesa. Según
datos oficiales, tan sólo en 2019 ocurrieron 35 mil 588 homicidios (mil
6, tipificados como feminicidios) y 5 mil desaparecidos. Entre ellos,
varios periodistas y defensores del territorio.
Verdad, justicia y paz, profundas palabras que han sido enarboladas por los oprimidos de todos los tiempos, sintetizaron una de las más contundentes movilizaciones que han ocurrido frente al gobierno de Andrés Manuel López Obrador. No habían mensajes de odio, ni demandas golpistas ni llamados a la injerencia extranjera. Reconociendo al jefe de Estado como la máxima figura política del país, se le pidió un cambio para acabar con tanto horror, del mismo modo en que lo hicieron con los dos presidentes previos.
Las crónicas de esos días se centraron en registrar las agresiones de
un grupo que decía defender a AMLO contra los niños, mujeres y hombres
que portaban las fotografías de sus seres queridos, con los pies
cansados de tanto andar. A pesar de los deslindes que haga el gobierno
de esas agresiones, no puede evadir la indolencia del Presidente al
negarse recibir a las víctimas, arguyendo proteger la
investidura presidencial–esa misma que otrora personificaron Peña Nieto, Calderón, Fox, et. al.
Hace once años, el MPJD se movilizó para denunciar el horror,
demandar el fin de la guerra y tratar de consolar el dolor de las
víctimas. Hoy las mismas víctimas demostraron que en su sufrimiento
anida una de las más potentes fuerzas morales para la reconstrucción de
nuestro país. Ya no son sólo víctimas, encarnan el dolor y las
aspiraciones de las y los vencidos de siempre. De aquellos que como
denunciara Walter Benjamin, tampoco estarán a salvo si el enemigo vence…
y ese enemigo no ha cesado de vencer.
La izquierda, dice Enzo Traverso, puede ubicarse en términos
topológicos (según el espacio político institucional, definido por la
ciencia política) u ontológicos (por aquellos actores que luchan por
cambiar el mundo guiados por el principio de igualdad en el centro de su
programa, con una cultura heterogénea y abierta y con una multitud de
corrientes políticas en su seno). Aquellos familiares de víctimas que no
fueron recibidos por el Presidente demostraron ser parte de la
izquierda ontológica de nuestro país. Será necesario tejer lazos de
unidad con la otra parte de esa izquierda, los procesos comunitarios en
defensa del territorio. En esa alianza está la clave del cambio social,
necesario y urgente, que aún no llega.
*Filósofo
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