Víctor M. Toledo*
El neoliberalismo es,
antes que todo, una gigantesca maquinaria dirigida exclusivamente a
generar ganancias económicas, orientada a lucrar. Llevado a su extremo,
busca convertirlo todo en mercancía, no sólo los bienes y servicios,
sino conocimientos científicos, tecnologías, cultura. El país que
dejaron tres décadas de neoliberalismo, no sólo fue una sociedad
injusta, devastada, fracturada, enferma y con un entorno natural y
ambiental deplorable; también heredaron élites de todo tipo dotados de
un enorme poder, castas que se fueron creando en todos los ámbitos de la
vida social: en los medios de comunicación (prensa, radio y tv), entre
gremios de profesionistas, grupos de científicos e intelectuales, y en
enclaves religiosos. Las élites acumularon poder en cada campo y se
fueron inventando una ideología para justificar sus roles y sobre todo
para convalidar sus actitudes clasistas y racistas hacia las mayorías
marginadas, explotadas, castigadas, las que el 1º de julio de 2018
salieron a votar masivamente por un proyecto que por lo menos les dotaba
de esperanza. Lo que el ahora Presidente levantó como su mayor y
principal emblema, el
primero los pobres, las élites lo registraron como mera consigna electoral sin mayor significado.
Hoy que se lleva a la práctica les irrita sobremanera, porque su
solidaridad con los más necesitados, aunque fuera mínima, está fuera de
sus objetivos vitales. Estas son las élites que hoy vociferan
desesperadas y hacen campañas de desprestigio.
Más allá de las élites se está construyendo, paso a paso, un país
diferente. Ello es el resultado de una real reorientación de las
acciones del Estado hacia objetivos supremos. Más allá de las élites
están los 650 mil millones de pesos invertidos en programas sociales,
incluyendo los apoyos a 8 millones de adultos mayores, a los niños con
discapacidad (745 mil), las becas a jóvenes y niños de bajos recursos
(700 mil), a la reconstrucción de 50 mil escuelas, a la construcción y
puesta en marcha de 140 universidades ubicadas en los lugares más
necesitados, al rescate de 32 hospitales, a la contratación de 47 mil
trabajadores de la salud, los 4 millones de créditos, los 75 mil
millones de pesos para las microempresas afectadas por la pandemia, y
los apoyos para un millón de Jóvenes Construyendo el Futuro.
Hoy, al menos un estímulo o apoyo llega a 25 millones de hogares, es decir, ¡70 por ciento del total de las familias mexicanas!
De especial importancia es la atención que se está dando a la tríada
salud-alimentación-ambiente, dado que como lo ha mostrado el Covid-19,
en ello radica la generación de zoonosis convertidas después en temibles
pandemias. Hay que cambiar los dañinos sistemas agroindustriales de
producción de alimentos a sistemas agroecológicos, y ello supone
eliminar los plaguicidas (80 altamente peligrosos), los cultivos
transgénicos y el uso abusivo del agua. El programa Sembrando Vida ya
triplicó la superficie con agricultura orgánica. Hoy 408 mil productores
pertenecientes a 39 pueblos originarios de 20 estados trabajan sistemas
agroforestales en un millón de hectáreas, organizados en 17 mil 200
Comunidades de Aprendizaje Campesino que apoyan 4 mil 300 técnicos y 51
mil 600 jóvenes becarios, cada una con un vivero comunitario y una
biofábrica. A ello se agrega el programa Producción para el Bienestar de
la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural que apoya a las
pequeñas y medianas unidades productivas agropecuarias del país (unas
2.8 millones de las cuales 657 mil pertenecen a productores indígenas)
dedicadas a producir maíz, frijol, trigo, arroz, amaranto, chía, azúcar,
café y milpa, otra vez mediante prácticas agroecológicas y respetando
sus saberes ancestrales. No hay nada similar en la historia reciente del
campo en México, y eso sin contar los programas de apoyo a comunidades
que hacen la Comisión Nacional Forestal y la Comisión Nacional de Áreas
Naturales Protegidas para preservar bosques, selvas y biodiversidad.
Conectando lo anterior con la salud y los alimentos, se ha creado un
programa especial formado por seis secretarías y el Consejo Nacional de
Ciencia y Tecnología dedicado a reorientar el sistema alimentario
nacional. Sus primeras acciones ya lograron un nuevo etiquetado, detener
el uso del glifosato (el plaguicida más peligroso del mundo) y del maíz
transgénico, y va por una nueva ley de plaguicidas, un programa
educativo para las escuelas primarias, y especialmente una ambiciosa
campaña masiva de concientización para una alimentación sana (consumo
responsable).
Todo ello, más allá de los gritos desbocados de las élites, de sus
caravanas automotrices, de sus desplantes televisivos, radiofónicos y
editoriales, y de sus reclamos impregnados de soberbia y de rabia. En
suma, más allá de las élites se están sembrando los cimientos de un
México nuevo y está naciendo una nueva conciencia que ya llega a
millones. La tarea es descomunal y llevará tiempo, pero el camino está
trazado y hay que seguirlo caminando.
*Secretario del Medio Ambiente y Recursos Naturales
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