Decía el director de cine italiano Federico Fellini:
La televisión es el espejo donde se refleja la derrota de todo nuestro sistema cultural.
La crítica del ganador de cuatro premios Oscar a la televisión fue
implacable. “No es un medio de expresión –sentenciaba–. No es más que un
medio de distribución que, aunque difunde películas, las deforma, las
mutila; le deja al espectador, en el mejor de los casos, un sentimiento
de complacencia algo turbia y un voyeurismo barato.”
La opinión del director de La dolce vita –recordada
recientemente por el profesor Juan Carlos Miranda Arroyo– es un
escalímetro preciso para evaluar el reciente anuncio del gobierno
federal de a aliarse a cuatro consorcios mediáticos, Televisa, Tv
Azteca, Grupo Imagen y Grupo Multimedios, para transmitir las clases del
próximo ciclo escolar 2020-21, a través de seis canales de televisión
abierta.
Parafraseando a Fellini, podemos afirmar que la impartición de clases
a través de la televisión privada es el espejo donde se refleja la
derrota de nuestro sistema educativo. La televisión no es la escuela, no
enseña, no forma críticamente. Genera sí, la complaciente ilusión de
que no se desperdicia el tiempo, de que, a pesar de la pandemia, el
ciclo escolar avanza. En el mejor de lo casos, entretiene. A lo sumo,
difunde unilateralmente información, no necesariamente significativa
para enfrentar los retos de la época. Proporciona a las autoridades del
sector la turbia fantasía de que controlan el proceso de enseñanza. Como
ha señalado Gustavo Esteva, el modelo de educación híbrida asociada a
la televisión, es como las semillas híbridas: un producto estéril.
El Acuerdo por la Educación tiene implicaciones relevantes en la
recomposición del poder en México. Los barones de la telecracia que
recién lo firmaron, fueron invitados por el presidente López Obrador a
su gira a Washington el pasado 8 de julio, y asistieron a la cena con
Donald Trump y sus comensales empresariales. En el salón este de la Casa
Blanca estuvieron Ricardo Salinas Pliego, dueño de Grupo Salinas y
TvAzteca y segundo hombre más rico del país. Bernardo Gómez, codirector
ejecutivo de Grupo Televisa. Olegario Vásquez Aldir, propietario de
Grupo Empresarial Ángeles y Grupo Imagen. Y Francisco González Sánchez,
de Grupo Multimedios.
El Acuerdo por la Educación entre la Secretaría de Educación Pública
(SEP) y los consorcios mediáticos bautizado como Aprende en Casa II es
un oasis en el desierto para las televisoras. Tan pronto fue anunciado,
los mercados respondieron con beneplácito. Las acciones de las
principales firmas de medios treparon vertiginosamente. En 48 horas, los
papeles de Televisa acumularon un avance de casi 15 por ciento en dos
sesiones, en tanto que los de Tv Azteca sumaron más de 18 por ciento (https://bit.ly/33HOMbN).
Pese a que el Estado mexicano dispone de tiempos fiscales oficiales
en radio y televisión (que condonó unilateralmente en abril de 2020),
la telecracia recibirá como pago del gobierno por la difusión de
contenidos educativos, 450 millones de pesos, tarifa que el Ejecutivo
considera social. Adicionalmente, se darán contratos por 36 millones de
pesos a una empresa outsourcing que labora para el Grupo Elecktra, para elaborar materiales audiovisuales para el regreso a clases.
Sin embargo, más allá de los pesos y centavos por la venta de
servicios, la verdadera importancia del acuerdo en términos de negocio
no está allí, sino en la audiencia cautiva y el rating que las
transmisiones de Aprende en Casa II le acerca a los consorcios
mediáticos: 30 millones de niños y jóvenes, más de millón y medio de
maestros y un número indeterminado de padres de familia.
Hasta ahora, las televisoras estaban muy lejos de vivir tiempos
gloriosos. Éstos desaparecieron desde hace años. La vaca se secó. El
modelo de negocio se agotó. Sus ratings cayeron en picada.
Perdieron a los jóvenes. Las ganancias multimillonarias se esfumaron.
Para sobrevivir, debieron hacer dolorosos ajustes. Ejemplo: la
televisión abierta representaba para Televisa hace unos años más de 80
por ciento de sus ventas. Hoy le significa 37.8 por ciento (https://bit.ly/2DRpME4).
El Acuerdo Educativo revierte milagrosamente esta situación. No sólo
legitima a la telecracia, disfrazando sus negocios de filantropía.
Coloca obligadamente a millones de niños y jóvenes frente a las
pantallas. De esta manera, el espacio público escolar será ocupado por
empresas privadas.
Con Aprende en Casa II, la SEP ignoró olímpicamente miles de
experiencias pedagógicas y didácticas exitosas que profesores de todo el
país desarrollaron con imaginación y compromiso durante la pandemia.
Despreció su capacidad, vocación y disposición de servicio. Reforzó la
concentración de poder de la tecnoburocracia educativa. Simuló el
regreso a una normalidad que sólo existe en los deseos de la autoridad,
mientras dejó de lado lo que verdaderamente se puede y debe aprender
para enfrentar un momento extraordinario como el actual.
Sí, parafraseando a Fellini, podemos afirmar que la impartición de
clases por la televisión privada es el espejo donde se refleja la
derrota de nuestro sistema educativo. Pero, también, el retorno triunfal
de la telecracia, vestida ahora de benefactora pública.
Twitter: @lhan55
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