Raquel Tibol
Aquí
la segunda y última parte del puntual testimonio de la crítica de arte
Raquel Tibol acerca de Remedios Varo, el cual comparte con nuestros
lectores con motivo del 50 aniversario luctuoso de la artista que será
el martes 8 de octubre. El texto es continuación del que apareció
publicado en estas páginas el domingo pasado.
En el reportaje de 1957 hice la siguiente descripción:
La gabardina y el peinado que lucía el día de la inauguración de la
muestra le daban aspecto de maestra con muchísimos años de ejercicio o
de una señorita resignada a la soledad. La mujer flaca, forrada con
pantalones a cuadros, blusa negra, pelo rojizo oscuro y suelto,
párpados engrasados, curtida por el sol, que me recibió una tarde de
julio de 1957, daba golpe de coquetería, de esa coquetería
desconcertante, sensual, pausada, nunca agresiva, que domina a las
mujeres muy sensibles que han pasado los cuarenta años, aunque esas
mujeres sean, como Remedios Varo, el colmo del retraimiento. Antes de
hablar comprendí que no hablaríamos y lo que reproduzco son las señales
emergidas del silencio, de la espesa niebla tras la que gusta
esconderse o escurrirse para no repetir experiencias desagradables,
para no recordar cosas que se quisieran olvidar. No insistí, no arañé
en forma insolente, pues siempre cuido no pasar la frontera señalada
por Maiacowsky:
No se puede en el alma con botas. Decidle a esos bomberos que suban al corazón ardiendo con un par de caricias.
Cuando en 1955 exhibe sus obras en una exposición colectiva de la
galería Diana –decía otro párrafo de aquel reportaje–, quienes gustan
de los refinamientos artesanales y de la imaginería, conjugados en un
plano de rigor y exquisitez, se sorprenden muchísimo, sorpresa que se
acrecienta cuando la misma galería ofrece en 1956 una muestra
individual de la artista. Desde entonces Remedios Varo, la de la
excepcional sensibilidad y del inconfundible estilo, sólo retiene en su
casa el cuadro que está pintado con lentitud de miniaturista y una
responsabilidad que sobrepasa la honradez, para estampar en la
superficie todos los elementos necesarios a su relato maravilloso y
seductor, que en ningún momento pretende oponerse o entrar en conflicto
con la realidad histórica o circundante. Basta esta cualidad para
afirmar que la imaginera Remedios Varo no pertenece a la gran familia
surrealista, eminentemente rebelde, que utilizó el humor negro, el
disparate, el absurdo, la sorpresa, el erotismo e incluso la fantasía y
el alegorismo para expresar su hastío y su negación del mundo que les
había tocado vivir. La actitud emocional de Remedios Varo es
eminentemente romántica, sus leyendas son el vehículo para exaltar
valores de armonía y de ensueño. Si algún conflicto se percibe en sus
composiciones es siempre un conflicto doméstico, íntimo, muy personal,
que si produce alguna inquietud es por la rara y brillante inteligencia
que ha construido la imagen deliciosa, la fábula sin moraleja.
Porque yo había juzgado de esa manera la obra de Remedios Varo es
que e interesó su opinión sobre el surrealismo. Lo que me dijo no llegó
a conformar un testimonio, es apenas una aproximación dicha con desgano:
Sí, yo asistía a aquellas reuniones donde se hablaba mucho y se
aprendía varias cosas; alguna vez concurrí con obras a sus
exposiciones; mi posición era la tímida y humilde del oyente; no tenía
la edad ni el aplomo para enfrentarme a ellos, con un Paul Éluard, un
Benjamín Péret o un André Breton; yo estaba con la boca abierta dentro
de ese grupo de personas brillantes y dotadas. Estuve junto a ellos
porque sentía cierta afinidad. Hoy no pertenezco a ningún grupo; pinto
lo que se me ocurre y se acabó. No quiero hablar de mí porque tengo muy
arraigada la creencia de que lo que importa es la obra, no la persona.
No me interesa la polémica ni ninguna actitud, soy sencillamente
pacífica, necesito la paz.
Remedios Varo (ca. 1959), fotografía tomada de Remedios Varo, catálogo razonado, editado por ERA
En
el mismo año de su primera individual, Remedios participó en el salón
de homenaje a Frida Kahlo, organizado por la Unión Democrática de
Mujeres Mexicanas e inaugurado el 13 de julio de 1956 en la galería de
Lola Álvarez Bravo. Entre las cuarenta pintoras, escultoras, grabadoras
y fotógrafas que concurrieron para recordar a su colega a dos años de
su muerte, estuvieron también Leonora Carrington, Alice Rahon, Fanny
Rabel, Machila Armida, Celia Calderón, Olga Costa, Andrea Gómez,
Lucinda Urrusti. Fue entonces cuando por primera vez en público se
oyeron, en la voz de la actriz Rosaura Revueltas, algunos párrafos del
Diario de Frida:
¿Qué haría yo sin lo absurdo y lo fugaz? (Entiendo ya hace muchos
años la dialéctica materialista años la dialéctica materialista). Los
cambios y la lucha nos desconciertan, nos aterran por constantes y por
conciertos. La angustia y el dolor, el placer y la muerte no son más
que un proceso para existir. La lucha revolucionaria, en este proceso,
es una puerta abierta a la inteligencia. Yo quisiera poder hacer lo que
me da la gana detrás de la cortina de la locura. Así: arreglaría las
flores todo el día, pintaría el dolor, el amor y la ternura, me reiría
a mis anchas de la estupidez de los otros, y todos dirían: ¡Pobre, está
loca! (Sobre todo me reiría de mi estupidez).
Cuando Remedios murió, en octubre de 1963, una vez más escribí sobre ella:
Artista estremecedoramente exquisita, había llevado la honradez
artística al extremo de un misticismo. Sus hermosos cuadros, que Diego
Rivera admiró y exaltó, no fueron producto de un estado de ánimo, ni
excrecencias de pasiones más o menos pasajeras; los fecundaba
lentamente, como a seres vivos; los elaboraba con minucia de orfebre;
los soñaba en vigilias luminosas donde las pesadillas se convertían en
símbolos que, al enredar y trastocar la realidad, la desentrañaban. Por
las venas de su sentido creador corría sangre de los primitivos
flamencos, alimentada por tradiciones y experiencias personales que la
obligaban, a diferencia de aquéllos, a huir de lo circundante para
descubrir la vida. Jamás supuso Remedios Varo, como los primitivos, que
las pasiones divinas tenían la fuerza, la imperfección y la
palpabilidad de lo humano. Trató de representar lo imponderable, lo
inasible, lo imposible.
La primera vez que México envió obra de Remedios Varo al extranjero
fue en vida de ella, en 1961. Con Lilia Carrillo, Manuel Felguérez y
otros, estuvo en la sección mexicana de la VI Bienal de Tokio, Japón.
Después de su muerte, en 1963, un conjunto importante de cuadros suyos
estuvo en la VIII Bienal de São Paulo, Brasil, inaugurada el 4 de
septiembre de ese año. Para la sección del surrealismo y el arte
fantástico la aportación de México estuvo integrada con pinturas de
Frida Kahlo, Remedios Varo, Leonora Carrington y Juan O’Gorman. Para
entonces, tanto la obra de Remedios como la de Leonora había ganado un
sitio estelar dentro del movimiento plástico mexicano contemporáneo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario