La señora Angélica Rivera de Peña posó en días recientes para una revista femenina e incluso apareció en la portada.
Eso es bastante común, lo hacen las esposas de los gobernantes de Estados Unidos, Francia, Inglaterra y otros países.
Sin embargo, hay dos diferencias: una es que no posan como ella, como si fuera modelo pagada, luciendo sensual y con ropa espectacular. Por eso un periódico norteamericano cuestionó si eso es adecuado para una Primera Dama.
Por si las dudas, justificó ese insólito hecho: dijo que lo hizo por razones filantrópicas. Sin embargo, el vocero de la publicación afirmó que “la idea de ayudar surgió después de que la esposa del presidente de México les diera una sesión de fotos”.
La situación pone sobre la mesa un tema: la frivolidad que hay en esta administración. Pues como dice el sociólogo español Fermín Bouza, “Los procesos de la vida social son actos sígnicos, en los que los signos se interpretan desde códigos complejos de índole metalingüística. Cada una de las acciones se vincula a otras hasta formar una vasta red de significados con las valoraciones que de ellos hacemos. Allí se representan las ideas complejas, los valores ocultos, que definen las normas y acciones de los sujetos actores”.
La señora Angélica se ha dedicado a acompañar a su marido, y lo ha hecho bien, siempre adecuadamente ataviada y comportada para las circunstancias. Pero más allá de eso, nada, no ha hecho ningún trabajo en materia de ayuda a los desfavorecidos. Es cierto: no tiene ninguna obligación legal de hacerlo, pero desde hace más de un siglo todas las esposas de gobernantes lo han hecho, es ya una costumbre, y ella incluso se comprometió a seguirla cuando se hizo aquel “relanzamiento” del DIF en marzo de 2013 en el que tanto ella como el Presidente ofrecieron revivir, fortalecer y engrandecer a esa institución.
¿Por qué no le ha entrado la esposa del mandatario a estas labores? Ella dice que lo que sucede es que el título de Primera Dama no le gusta, que se lo impusieron y agrega: “Primeras Damas de este país son todas las mujeres”. Sin embargo, bien que acepta participar en el lado bonito de ser Primera Dama, el que significa ir, venir y lucir.
Por cierto, la frase arriba citada no la pensó la señora Angélica. Esa la dijo hace muchos años Amalia Solórzano de Cárdenas y la repitió después, un poco diferente, Esther Zuno de Echeverría, algo que la señora de Peña Nieto sólamente puede saber si leyó (o le contaron) mi libro La suerte de la Consorte. Las esposas de los gobernantes de México., porque es algo que yo investigué.
Y la verdad, qué bueno que lo haya leído, para que conozca del intenso trabajo que han hecho sus antecesoras y de lo mucho que hay que hacer y que tanta falta hace, que es el verdadero sentido de ese escrito mío.
Por lo que se refiere a la segunda diferencia con las esposas de presidentes a las que quiere emular con fotos en portadas de revistas, en especial Michelle Obama, es que ellas sí hacen acciones y sí tienen algo que decir sobre el país y el trabajo de sus esposos. En cambio la señora Peña Nieto no: “Cuando me preguntan qué consejos le doy al Presidente yo digo que ninguno. A mi esposo le doy fuerza, amor y me entrego por completo para que el pueda tomar sus decisiones”.
Ese esposo, que es el Presidente de México, es quien ha puesto la tónica para este tipo de comportamientos superficiales, en la medida en que sólo existe para sonreír, inaugurar, dar discursos y viajar para festinar sus reformas y supuestos triunfos contra la delincuencia y la violencia.
Algo más: las fotografías se tomaron en la Residencia Oficial de Los Pinos, que es la casa donde habita el mandatario de todos los mexicanos y no un lugar para hacer actividades privadas de este tipo.
Escritora e investigadora en la UNAM
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