Tras una visita de nueve
días a México, durante los cuales se reunió con más de 800 defensores
de derechos humanos de 24 estados, el relator especial de la
Organización de Naciones Unidas (ONU) sobre la situación de los
defensores de derechos humanos, Michel Forst, advirtió que en nuestro
país existe
un grave patrón de violenciacontra esos activistas, quienes enfrentan una
tendencia de muerteprocedente de cuerpos policiales de todos los niveles, las fuerzas armadas, empresas y particulares.
Posteriormente, en un encuentro con los subsecretarios de Gobernación
Roberto Campa Cifrián y de Relaciones Exteriores Miguel Ruiz Cabañas,
así como con la subprocuradora Sara Irene Herrerías, el funcionario
internacional señaló que, pese a los avances logrados en materia de
legislación,
el nivel de violencia permanece alarmantemente alto y afecta a la población en general, y recalcó lo preocupante que resultan el continuo uso de militares en funciones de seguridad pública y la ausencia de un plan para devolver las fuerzas armadas a los cuarteles y asumir esa seguridad como tarea puramente civil.
Campa Cifrián se comprometió a atender las
recomendaciones preliminaresdirigidas por Forst al gobierno federal, las cuales son extensivas a las comisiones nacional y estatales de derechos humanos, organismos y agencias de la ONU, universidades, empresas, la sociedad civil y la comunidad internacional.
Debe tomarse en cuenta que el posicionamiento del relator de
la ONU es sólo el más reciente de una serie de duros señalamientos
periódicos y regulares que el organismo internacional ha venido
emitiendo en términos semejantes desde inicios del sexenio pasado, en
los que se ha referido a la gravedad de la crisis de derechos humanos en
que se encuentra el país. En algunas ocasiones las autoridades
nacionales han recibido tales señalamientos con promesas de mejoría y en
otras los han rechazado y se han negado a aceptar una realidad evidente
a los ojos de todos, menos del gobierno. Pero independientemente de las
cambiantes actitudes oficiales, la situación de violaciones masivas y
brutales a los derechos humanos no ha cambiado. Ello debería llevar a
reconocer la imposibilidad casi estructural de la institucionalidad
mexicana para asegurar la plena vigencia de las garantías individuales
de los ciudadanos, y la necesidad urgente de emprender una reforma y,
sobre todo, una operación de saneamiento de los mecanismos enquistados
en el poder público que hacen posible la altísima prevalencia de la
impunidad en las violaciones a los derechos humanos.
En ello están en juego no sólo el estado de derecho, sino también la
gobernabilidad. Porque, además de la pobreza, la desigualdad, la
corrupción y la carestía, los atropellos graves a ciudadanos por
empleados y servidores públicos son un factor de exasperación social que
puede resultar sumamente explosivo.
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