Claudio Lomnitz
Ya está aprobado el presupuesto del gobierno para 2020. Y ahí aparece, otra vez y lastimosamente, una visión completamente extraviada para garantizar un futuro deseable para el país. Siento decirlo de manera tan parca, pero es así. El modelo de desarrollo es el equivocado, porque López Obrador ha demostrado no ser diferente a sus predecesores en un punto crítico. El Presidente de México piensa que lo del cambio climático es de guasa. Y sus diputados, como aquellos borregos que supuestamente ya no existen, no hacen sino balar su acuerdo. Y el que bala, otorga.
Así, la Secretaría de Energía recibió un aumento presupuestal de casi 73 por ciento, dividido principalmente entre Pemex y la CFE. Refinerías, termoeléctricas, quema de carbón, gasóleo azufroso... todo eso. Y en el mismo presupuesto 2020 se vuelve a reducir el recurso otorgado a la Semarnat en otro 4 por ciento. Todo para Pemex, para los hidrocarburos.
Mientras, la urgencia mundial de corregir el rumbo en cuanto a emisiones de gases de invernadero ha pasado de alerta amarilla a roja. Ayer, el Programa Ambiental de la ONU presentó un nuevo reporte ya de plano sonando la alarma. Estados Unidos y China, los dos mayores productores de gases de invernadero, no han reducido sus emisiones. Y los 20 países más ricos del mundo siguen produciendo tres cuartas partes de las emisiones globales. México es el decimoquinto país más rico, de modo que tiene su responsabilidad en ese desastre. Y tiene, además, un papel insoslayable en los problemas ambientales propios.
El presupuesto aprobado no hace acuse de recibo de estas noticias. El Presidente vive, en vez, como Narciso: fascinado con la imagen de sí mismo en el espejo de la historia patria. Quiere devolver al país a otros tiempos, y para eso se niega a ver al mundo. Y el mundo ya no es el que recibió a Lázaro Cárdenas, a Francisco Madero, o a Benito Juárez. Vivimos en otra época. En otro momento. Y la historia patria no sirve para entenderlo.
El New York Times publicó ayer un reportaje sobre la crisis del agua en India, y en lugar de verse en el espejo de la Revolución Mexicana, México haría bien en mirarse ante el espejo de India, porque lo que ahí sucede es bastante más relevante para nosotros.
En la historia de India, el monzón ha sido el fenómeno rector del clima. Sus aires cálidos acarician los textos sagrados del hinduísmo. El monzón son unas corrientes que traen un tiempo de lluvias intensas, y otro, también pronunciado, de secas. El monzón produce algo paralelo al clima del centro y sur de México, con su tradicional división en dos estaciones, de lluvias y de secas.
Bien. Pues resulta que con el cambio climático, el monzón ha dejado de existir, o al menos no se da ya de manera nítida, y por eso en algunas zonas de India está lloviendo muy por demás, mientras otras zonas se están desertificando. Los hielos del Himalaya, por su parte, se han comenzado a derretir. Algo parecido, también, a lo que está sucediendo con las nieves de nuestros volcanes.
El desbaratamiento del monzón está sucediendo en el país más poblado del mundo, de mil 300 millones de habitantes, y que, al igual que México, no ha tenido previsión en el tema ambiental. Así, en India como en México, se han hecho de la vista gorda ante la tala cruenta de los bosques, que son indispensables para la captación de agua de lluvia y para la alimentación de los acuíferos. En India, como en México, se ha permitido un desarrollo urbano anárquico y destructivo. Y en India, como en México, se subsidia la producción agrícola sin monitorear los efectos que puedan tener esos subsidios en el cuidado de los bosques y del agua.
Así, los programas para el campo del actual gobierno suelen quedar en manos de la Secretaría de Bienestar, y no en las de la Semarnat (ni en las de Conafor). ¿Conocemos acaso los efectos ambientales de programas como Sembrando Vida? ¿Conocemos los efectos ambientales del subsidio a la producción maicera? Pareciera, más bien, que estamos imitando paso a paso el desastre ambiental de India, y que puede resumirse en una frase: la falta de rectoría de la cuestión ambiental en todos y cada uno de los planes de desarrollo.
Hay que corregir el rumbo. Urge corregirlo. México es un país que ya está deforestado y cuyos ríos están escandalosamente contaminados. Es un país cuyas ciudades y poblados crecen en desorden. Es, finalmente, un país que le apuesta todo al petróleo. Un país que no quiere aceptar su parte en la degradación ambiental. Un país que, como India, comienza a enfrentar grandes desplazamientos de personas, grandes migraciones que pronto van a parecer incontrolables. Basta voltear a Comitán o a Matamoros para intuirlo.
Y ante toda esta realidad, el gobierno invierte el presupuesto de la nación en Pemex.
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