Editorial La Jornada
Hace apenas 10 días, cuando
la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, confirmó
que la entonces Procuraduría General de Justicia (PGJ) local había
librado una orden de aprehensión contra Raymundo Collins –ex titular del
Instituto de Vivienda (Invi)–, quedaba claro que el ex funcionario
habría de comparecer, más temprano que tarde, para rendir cuentas de las
irregularidades detectadas durante su gestión.
Ni siquiera el amparo contra la orden de captura y comparecencia que,
curándose en salud, había interpuesto el 23 de diciembre ante un juez
de distrito de amparo penal parecía suficiente para evitar que acabara
por declarar sobre un millonario desvío de fondos detectado por el
órgano de control interno del Invi.
Y poco después, cuando se supo que ante este mismo organismo habían
sido presentadas cinco denuncias penales y demandas administrativas, por
anomalías registradas cuando el ahora prófugo lo dirigía –de 2012 a
julio de 2018–, la cita de Collins con la justicia parecía ineludible.
Diligente, la titular de la PGJ capitalina, Ernestina Godoy, informó
horas después de emitida la orden de aprehensión que el ya para entonces
declarado formalmente prófugo no estaba en la capital de la República
pero aún se hallaba en territorio nacional, y no tardaría en ser
detenido, porque todas las fiscalías de México se habían coordinado para
encontrarlo.
Hasta donde sabemos no ha salido del país, dijo la procuradora, e informó que la dependencia a su cargo había solicitado al Instituto Nacional de Migración emitir una alerta para evitar que el ex titular del Invi traspasara las fronteras nacionales rumbo al extranjero.
El 6 de enero, en el acto de inauguración del Consejo Ciudadano de
Iztapalapa, la funcionaria ratificó su confianza en la pronta detención
del fugitivo.
Ya sabemos dónde está, aseguró,
sólo necesitamos hacer todo el trámite.
Prefirió no dar más detalles del asunto, para no vulnerar los
derechos de quien también había sido secretario de Seguridad Pública en
la anterior administración de la ciudad; pero en todo caso quedaba claro
que la autoridad judicial capitalina conocía el paradero de Raymundo
Collins, por lo que su arresto sólo podía ser cuestión de tiempo.
Sin embargo, apenas ayer y cuando la Procuraduría General de Justicia
ya opera con su nueva denominacion: Fiscalía General de Justicia (FGJ),
fuentes de la institución informaron lacónicamente que no habían podido
dar con el requerido.
Lo estamos buscando para ejecutar la orden de detención que hay en su contra.
Y revelaron que solicitarían a las autoridades federales ayuda para ubicarlo, y a la Interpol emitir su conocida
ficha roja, una solicitud de detención de alcance internacional, con el fin de apresar finalmente a Collins.
Y ya en plan de franca incertidumbre, dijeron no saber si había
salido del país, y menos aún si se presentaría el 17 de enero ante el
juzgado que dio entrada a su demanda de garantías, para capturarlo ahí.
Ese día fue fijado por la justicia federal para decidir otorgar o no el
amparo promovido.
Sea cual sea el desenlace de la historia, el seguimiento dado al caso
de Raymundo Collins por parte de la PGJ/FGJ da la sensación de haber
sido, cuando menos, poco consistente.
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