Juan Arturo Brennan
Producida en el año 2000, escrita por Geoffrey C. Ward y dirigida por Ken Burns, la serie de televisión Jazz es
uno de los mejores documentos audiovisuales sobre música jamás
realizados. En 10 capítulos de duración larga y variable, se explora el
nacimiento, consolidación, diversificación, crisis, permanencia y
trascendencia de este género musical específicamente estadunidense en su
origen, hoy indiscutiblemente universal. Los sólidos y elocuentes
textos de Ward (dichos con elegancia por el actor Keith David) son
complementados por los testimonios de numerosos músicos, escritores,
periodistas, críticos, historiadores, promotores, cuyas voces conforman
un vasto y variado mosaico que poco a poco va dando forma a una
fascinante historia de esta música que es, ante todo, ‘‘una celebración
de la vida humana, un arte improvisatorio que se hace sobre la marcha,
como los Estados Unidos, y que es nuevo cada noche”. Entre todas esas
voces expertas destaca la del trompetista Wynton Marsalis, asesor
principal del proyecto, y quien ha hecho del jazz no sólo su intensa
forma de vida, sino también una herramienta sustancial de educación y de
fomento cultural. Dice Marsalis al principio de la serie: ‘‘La música
de jazz objetiviza a Estados Unidos. Nos da una manera indolora de
entendernos a nosotros mismos”.
La serie Jazz es en lo esencial una historia musical, pero esta
historia está contada a partir de cimientos cabalmente anclados en la
conciencia de que esta música nació como música de esclavos. De ahí en
adelante, la narración avanza sin perder nunca de vista el
importantísimo contenido racial de la historia del jazz, complementando
este enfoque con indispensables apuntes que aluden a lo político, a lo
social, a lo económico, a lo cultural y a lo religioso. Desde el
surgimiento del jazz, fijado por Ward y Burns en Storyville, la zona
roja de Nueva Orléans, hasta su fogoso renacimiento liderado por Wynton
Marsalis, su historia es narrada, como debe ser, a través de la
presencia de quienes la escribieron tocando y cantando, casi todos
hombres, casi todos negros. El primer nombre mencionado, el del primer
jazzista considerado como tal, es el de Buddy Bolden (cornetista tenía
que ser). A partir de él desfilan Jelly Roll Morton, Sydney Bechet, King
Oliver y una lista interminable de los (y las) grandes del jazz. De
interés particular es el hecho de que Ward y Burns ponen como piedras
angulares del gran edificio jazzístico a Louis Armstrong y Duke
Ellington, alrededor de los cuales parece girar todo este fascinante
universo musical.
Además de los textos de Ward y de otros autores, en muchos de los
cuales hay una rara poética, esta serie documental se apoya en una
formidable iconografía de fotografías y películas que en sí misma es una
joya, por su interés intrínseco y porque traza una historia, a la vez
terrible, conmovedora y vibrante, de la comunidad afroestadunidense y su
música; una música que transitó del blues al ragtime, al jazz, al
swing, al bebop, al rhythm and blues, a la fusión y numerosas otras
derivaciones, y que desde muy temprano se consolidó como una de las
manifestaciones culturales más importantes del siglo XX. Entre los
numerosos momentos de enorme impacto emotivo que hay en la serie, guardo
especialmente en la memoria al gran Dave Brubeck (californiano blanco)
vertiendo lágrimas difícilmente contenidas ante una de tantas
injusticias cometidas por el estadunidense blanco contra el
estadunidense negro, asunto que es en buena medida el hilo conductor de
toda la serie. Va, pues, una enfática recomendación para mirar y
escuchar Jazz, de Ken Burns, materia indispensable para todo conocedor
profundo o aficionado incipiente (como yo) de esta fascinante música,
definida sin hipérbole como el soundtrack del mundo moderno. La
serie puede ser vista en Amazon Prime Video. Como en tantas y tantas
historias del género, en esta serie se somete a escrutinio el posible y
muy controvertido origen de la palabra
jazz.
La versión que ofrecen Ward y Burns, hipotética y especulativa como
muchas otras, es particularmente evocativa. Se dice que el aroma
favorito de las prostitutas de Storyville era el perfume de jazmín…
Nacho Toscano, in memoriam
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