Entrevista a la socióloga feminista Rosa Cobo
Rosa Cobo es profesora, escritora y feminista. La suma de todo ello la ha convertido en una de las voces académicas de referencia del abolicionismo en nuestros días. La autora de “La prostitución en el corazón del capitalismo” alerta en su libro más reciente, “Pornografía. El placer del poder”, contra una práctica social que construye un discurso misógino y que es “la pedagogía de la prostitución”. La entrevistamos a unos días del 8 de marzo, cuando el movimiento feminista se prepara para una nueva jornada reivindicativa.
– Estamos en otro 8 de marzo, el Día Internacional de las Mujeres. ¿Por qué es importante este día?
– Es una fecha muy importante para el feminismo y para las mujeres, el 8 de marzo es una caja de resonancia para que la sociedad conozca la agenda política feminista. Hasta qué punto esta agenda la hace el movimiento feminista es muy discutible: en realidad es una especie de “negociación” entre lo que propone el feminismo, las posibilidades reales que hay de que eso sea entendido por la sociedad, y después lo que las mujeres –que muchas veces ni siquiera se definen como feministas– ponen encima de la mesa. Eso lo vimos con mucha claridad en 2018: ese año irrumpieron cientos de miles de mujeres en las calles y colocaron la violencia sexual en el corazón de la agenda política feminista. Las jóvenes encontraron un espacio en el que podían decir lo que les daba miedo: la preocupación por llegar a casa por la noche, la violencia que envuelve muchas veces sus relaciones… ellas han encontrado un clima cultural y político para poder contarlo y ser comprendidas. El 8 de marzo es muy importante para que las feministas digamos lo que queremos y también para que pongamos muy bien el oído y sepamos cuáles son las principales preocupaciones de las mujeres en su día a día.
–¿Se corre el riesgo de convertirlo en una especie de fiesta que diluya su sentido político?
– No creo que vaya a pasar eso. Pero no descarto que haya quien quiera que pase, convertirlo en un movimiento celebratorio. Hay fuerzas sociales interesadas en vaciar de contenido político el 8 de marzo.
– ¿Y cuáles son esas fuerzas? Recientemente ha publicado un artículo con el título “El simulacro del feminismo”, en el que menciona “vientos políticos y culturales” que reclaman que el feminismo sea un actor político al servicio de intereses ajenos a los suyos.
– Son quienes tienen interés en que el feminismo pierda fortaleza, todas aquellas fuerzas que están teñidas de intereses patriarcales y económicos. Y tampoco tenemos que sustraernos a que el feminismo es el movimiento social que tiene mayor capacidad de movilización y los partidos de izquierda quieren succionarlo. Los partidos de derecha quieren borrarnos y los de izquierda quieren que acomodemos nuestra agenda a sus intereses. Ese problema ha estado siempre, quizá ahora más.
– Dado que la violencia sexual está en el eje de esta agenda política, este año grupos feministas de muchos territorios se han unido bajo el lema “El feminismo es abolicionista”. ¿Ve posible conseguir avances legales para la abolición de la prostitución en un plazo cercano?
– Creo que algo se está moviendo, empieza a verse una perspectiva crítica sobre la prostitución y sobre esa “pata” de ella que son los demandantes de prostitución, los puteros. A mí esto me hace tener cierta esperanza. Pienso que una sociedad que se define a sí misma como democrática y civilizada no puede segregar a grupos de mujeres para que haya grupos de varones –que parece que son bastante numerosos– para acceder a sus cuerpos como si fuesen una mercancía más. El poder político tiene que tomar decisiones. En dos direcciones: para desactivar en la medida de lo posible la industria criminal que envuelve la prostitución, y en segundo lugar para que el consumo de prostitución y los puteros no se conviertan en un foco socializador para las generaciones de hombres y de mujeres jóvenes. Porque eso es un golpe irreparable para la igualdad. A este respecto, las feministas y un sector significativo de la opinión pública esperan con mucha esperanza una ley que convierta a España en un país tan civilizado como lo es Suecia o lo es Francia.
– A la vez, en España en cada cita electoral nos encontramos con una subida en votos y representación de la ultraderecha negacionista de la violencia machista. ¿Cómo explica que estas posiciones involucionistas vayan calando, también entre los jóvenes?
– El ascenso electoral de la ultraderecha y su capacidad de influir en la opinión pública son preocupantes para las mujeres. El proyecto de la ultraderecha española tiene un nervio ideológico heredero del franquismo y del nacionalcatolicismo, es un proyecto que quiere preservar la situación de supremacía masculina. Trata de fortalecer el viejo modelo de familia patriarcal: que nos hagamos cargo del trabajo de cuidados, tiene la necesidad de controlar las capacidades sexuales y reproductivas de las mujeres. Que las mujeres no saquemos los pies del plato.
– También hay mujeres en la ultraderecha.
– El poner sus intereses en bocas de mujeres, para así adquirir mayor legitimidad, es una característica del sistema patriarcal ante las luchas de las mujeres por conseguir derechos. Lo que pasa es que en cada momento histórico adquiere un envoltorio. Y después, hace eso que Simone de Beauvoir llamaba “las mujeres pelota”, mujeres que te las lanza para decirte “¿ves?”. Eso siempre ha sido así, es un déjà vu. El feminismo ha contestado siempre a eso con bastante éxito. Yo tengo una confianza ilimitada en que, más allá de los obstáculos que nos pongan, los intereses feministas y las necesidades de las mujeres se acaban imponiendo en la agenda. Finalmente siempre desarticulamos los grandes argumentos reactivos, patriarcales, vengan de la derecha o vengan de la izquierda.
– Quizá es que a veces es un proceso muy lento.
Muy lento, como todos los cambios sociales… como lo que tardó en conseguirse la jornada de ocho horas, por ejemplo. Con la fuerza de la razón siempre nos hemos abierto camino, a pesar de lo que Celia Amorós llamaría los “callejones” sin salida en los que nos meten. Nos desvían para después volver al mismo punto.
– ¿Estamos ahora en uno de esos callejones?
– Creo que sí. Yo diría que estamos en un callejón en el que plantean que el actor político que es el movimiento feminista tiene que hacerse cargo de reivindicaciones que no le corresponden, que tiene que estar formado por otros actores sociales, que nuestros intereses tiene que supeditarse a otros macroproyectos políticos. Desde ya, les digo que no se hagan ilusiones. Algo así ya lo hemos vivido: con el movimiento sufragista, ya cuestionaban los marxistas que el sujeto político éramos las mujeres, que lo eran solo las mujeres obreras. Las feministas no tenemos que hacernos cargo de todas las desigualdades que existen en las sociedades en las que vivimos. Tenemos que hacernos cargo de aquéllas que afectan directamente a las mujeres. Los demás que se hagan cargo de su proyecto: los ecologistas, del suyo, la izquierda, los animalistas, de los suyos.
– En su último libro, en el que analiza el papel de la pornografía en nuestra sociedad, habla de la sobrecarga de sexualidad en las mujeres. Un ejemplo reciente lo tenemos en la selección de la canción española para Eurovisión 2022, cuya letra y puesta en escena han resultado muy cuestionadas por voces feministas. ¿Cuál es su opinión sobre esto?
– No solo es lo de Eurovisión. El imaginario pornográfico es tan poderoso, está tan alentado por el capitalismo neoliberal, por los intereses masculinos, que ha entrado y ha impregnado la alta y la baja cultura. Lo que me interesa de cómo ha penetrado este imaginario en el cine, en la televisión, en la literatura, en las series, en los vídeos musicales… es que entendamos que en el siglo XIX el sistema patriarcal en Occidente pedía a las mujeres que se tapasen, y que explicasen a la sociedad, con su manera de vestir y de comportarse, que ellas eran propiedad de los varones. Ese mismo impulso patriarcal es el que hoy le exige a las chicas que se quiten la ropa. Les exige que se definan no por quiénes son o por lo que piensan, no por lo que desean o lo que sienten, sino por aquello que quieren, sienten y desean los varones. La fuerza social e ideológica que en nuestra cultura pedía a las mujeres que ocultasen su sexualidad, es la misma que hoy les pide que sea la sexualidad el elemento en torno al cual deben construir su identidad.
– Según eso, ¿la misma fuerza que pone un burka a unas mujeres es la que desnuda a otras?
– Sí. Es más fácil poder desvelar los intereses masculinos en el caso del burka que desvelarlos en la hipersexualización. Porque lo del burka muchas mujeres lo sienten como una enorme coacción, y explican que no quieren que sus hijas se vean obligadas a llevarlo. ¿Cómo explicamos a nuestras adolescentes que la hipersexualización no es algo que nace de ellas? Esa sexualización es una exigencia masculina.
– ¿Y qué es lo que ha llevado a los varones de nuestra cultura a girar sus intereses? ¿Ellos han pasado a ser consumidores?
– Sin duda. Si las mujeres no estuviesen sometidas a estos procesos cada vez más intensos de hipersexualización, qué haríamos con la industria de la moda y el calzado, con el canon de belleza, con los gimnasios, la industria de la cirugía estética, la publicidad, la pornografía. En última instancia esto es la condición de posibilidad de la creación de una poderosísima cultura de la prostitución, como dice Sheila Jeffreys. Cuando escribí “La prostitución en el corazón del capitalismo” comprendí cómo, a finales del siglo XX y comienzos del XXI, el capitalismo neoliberal ha tenido un papel crucial en la conversión de los cuerpos de las mujeres en mercancías. Definirnos a las mujeres como seres sexuales es una operación claramente capitalista, pero esto tiene que ser sometido a otro análisis: es una operación patriarcal. Porque esa definición como seres sexuales excluye que podamos ser definidas como seres racionales. Y si se nos debilita como seres racionales, difícilmente podemos ser sujetos políticos fiables.
– En el libro “Pornografía. El placer del poder” habla del modelo de la servidora sexual.
– Yo creo que el capitalismo neoliberal y el sistema patriarcal ponen en pie el modelo de la servidora sexual. Y ese modelo es para las que son más pobres y para otras que, sin venir de situaciones de pobreza, hay momentos de su vida en los que tienen necesidad. Esto lo he visto con mucha claridad en el fenómeno de OnlyFans. Allí suben contenido universitarias que no tienen dinero para pagar sus matrículas. O las que han terminado los estudios y no tienen un nicho en el mercado laboral. O que cuando lo tienen cobran 600 euros. Hay un modelo de servidora sexual, y también reproductiva –la de los vientres de alquiler– o laboral, si miramos a las maquilas. Y después hay otro grupo de mujeres, a las que nos piden que respondamos al canon de cierta sexualización, pero que esa cuota no se convierta en hipersexualización. Los varones quieren que las mujeres seamos definidas como sexualidad, pero no todas en la misma medida.
– Así que sigue habiendo dos clases de mujeres, para ellos.
– Desde hace unos treinta años está pasando algo que está poniendo en cuestión ciertos aspectos del contrato sexual. Mientras que hasta la revolución sexual el esquema del contrato sexual era clarísimo –unas pocas para todos, y una para cada uno– ahora hay la exigencia de poner en pie nuevas formas de vivir la sexualidad que no estén dominadas por el compromiso emocional ni afectivo. Son formas que clausuran la intimidad, la empatía. Es un fenómeno históricamente nuevo y en el que las mujeres otra vez volvemos a estar sometidas a los deseos masculinos, que son el parámetro de lo que es la sexualidad. Y ese parámetro adquiere tal densidad que borra los deseos de las mujeres.
– ¿Por qué consumen pornografía las chicas, si es violenta con las mujeres, si no debería corresponder a sus deseos?
– Yo he conocido a mujeres que explican cómo sus parejas les pedían que consumiesen juntos pornografía. También chicas jóvenes me han contado que ellas la consumían, en grupo o individualmente. Uno de ellas me dijo que había tenido que ir a terapia. Las consultas de los terapeutas están recibiendo a muchos hombres, y también a mujeres.
Hay mujeres que la consumen porque quieren saber qué es lo que desean los varones, sobre todo las adolescentes. Nuestras hijas, ¿cómo pueden acceder a saber qué es la sexualidad, cuando las escuelas y los institutos les cierran el acceso a ese conocimiento? Lo único que tienen es la pornografía, Algunas se enganchan. Yo creo que en términos de pornografía lo peor está por llegar. Lo creo por las horas que consumen –sobre todo ellos–, y por los contenidos, que son brutales.
– En el libro explica que es además una ventana a la publicidad de prostitución.
– Sí, la pornografía que no es de pago se financia por la publicidad, los contactos libres y contactos pagados –que son los de prostitución–. El acceso a la prostitución se ha desplazado desde la prensa escrita a Internet, a las plataformas de pornografía. En el libro he querido que se comprenda por qué la pornografía no solo se ha convertido en una industria global, sino cómo es enormemente consumida. El capitalismo neoliberal solamente puede funcionar si se globaliza, y necesita que todos los países se enganchen a esta cultura global. Y eso solo se puede hacer a través de las economías criminales: la industria de la explotación sexual –agencias, hoteles, pisos burdeles–, y alrededor de ese corazón muchísimos sectores económicos que disminuirían de manera drástica sus beneficios si se acaba con ella. Y me atrevo a decir que la más significativa es la del turismo prostitucional.
– Estamos viendo que las tendencias en PornHub o en Google los primeros días de la guerra en el Este han sido términos como “porn ukrainian” o “ukrainian girls”. ¿Qué reflexión podemos hacer de esto?
– Una gran parte de los consumidores de pornografía solamente se erotizan cuando ven violencia. Si no hay violencia, el imaginario pornográfico se viene abajo. Por otra parte, hay un problema real para conseguir mujeres para la prostitución y la pornografía. El problema es qué países en el mundo exportan mujeres o qué países crean una industria local para recibir visitantes extranjeros. Qué países van a utilizar a la prostitución, la pornografía y los vientres de alquiler como estrategias de desarrollo. Esa es la clave. Ucrania es un país que exporta mujeres. De otro lado, las situaciones de catástrofe –sean naturales o provocadas– siempre generan pobreza y como consecuencia son escenarios fundamentales para la industria de la explotación sexual. Conseguirán niños, niñas, mujeres, que para comer solamente tienen sus cuerpos. Esta industria es una multinacional del crimen y para ellos las catástrofes son una buena noticia, como lo son las migraciones.
– Todo este modelo que parece una involución, ¿está degradando a los varones?
– Claro. Pero ellos encuentran muchas argumentaciones para autodisculparse. La pornografía te dibuja un mundo de relaciones emocionales, sentimentales y sexuales para llorar y no parar.
– ¿Y cómo vamos a parar esto?
Hay que prohibir la pornografía. En primer lugar, que no esté en abierto, que no se pueda acceder directamente. La pornografía es la exaltación y la legitimación de la violencia sexual contra las mujeres y el horizonte normativo es acabar con ella. No cabe otra alternativa.
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