@RicardoMonrealA
Sobre
la investigación que realiza la FIFA en contra de la Selección Mexicana
y los compatriotas que la apoyan en los estadios brasileños por la
mexicanísima expresión “¡Puuuto!”, lanzada con decibeles fuera de rango
en los juegos contra Camerún y Brasil, habrá que considerar lo
siguiente:
1) Si México hubiese perdido frente a ambos equipos, el grito hubiese pasado desapercibido.
Quienes
lo estaríamos profiriendo a voz en cuello o en la intimidad del
pensamiento seríamos millones de mexicanos contra nuestros propios
seleccionados, sin que la FIFA se preocupara en lo absoluto por ello.
Pero el Tri está jugando mejor de lo esperado, ha sorprendido
al mundo del futbol y esto obliga a un silbatazo intimidante desde la
media cancha del “etnocentrismo”.
El “puuuto” es un buen pretexto
para que, con el argumento de la discriminación y la homofobia, se
busque intimidar, detener, derribar y “putear” a un equipo que está
jugando de bien a mejor.
Si la investigación viniese de una
organización defensora de los derechos humanos, bienvenida. Pero al
surgir de la FIFA, conocida por las mejores prácticas de corrupción
deportiva, habrá que tener los ojos bien abiertos.
2) ¿El
“puuuto” es una expresión de desprecio, rechazo y odio? Sí ¿Es
calificación negativa, estigma y minusvaloración, como lo señala el
Conapred? Sí ¿Refleja homofobia, machismo y misoginia, como lo
sentenció la Suprema Corte para los vocablos sinónimos de “maricón” y
“puñal”? Sí ¿Debemos desterrarlos de nuestro lenguaje, para una mejor
convivencia social? Por supuesto.
Pero esto no es tarea de una
disciplina deportiva, sino de un proceso civilizatorio, donde la
educación, el hogar, la ley, la economía, la política y la cultura
tienen más injerencia e influencia que un partido de futbol. Los
procesos civilizatorios son asuntos de Estado, no de estadios.
A
quien deberá sancionar la FIFA, en todo caso, es al Estado mexicano por
ser omiso y remiso en el cumplimiento de sus obligaciones
civilizatorias, no a la Selección ni a la afición.
3) Pero el
“puuuto” también es catártico, catérvico, cateto, catecúmeno y
categórico. No es casto. Es castizo. No es para recatados. Es para los
de piel y caradura. Además, es metálico. Tiene el sonido, el sabor y el
color del bronce, por eso es patrimonio lingüístico de la raza que se
asume del mismo metal.
Es manifestación de lo que Karl Jung
llamó “alma colectiva” o de lo que, recientemente, el bioquímico y
sicólogo Rupert Sheldrake, definió como “campo morfogenético” o
“resonancia mórfica”. Para este controvertido científico, el lenguaje y
el comportamiento humano son herencia de una memoria colectiva formada
a base de experiencias, vivencias, secretos y hasta conflictos
transmitidos de generación en generación. Se aprehenden no se aprenden.
En este sentido, el “puto”, junto con una centena de expresiones recopiladas en el Diccionario de Mexicanísmos
de la Academia Mexicana de la Lengua (culero, chingón, joto, cuzco,
padrote, verdolaga, etc., etc.), serían resonancias mórficas o
manifestaciones morfoeufónicas de un alma colectiva aprehendida en la informal universidad de la vida, no adquirida en la escuela formal.
Ahora
bien, el lenguaje humano, por más soez y vulgar que sea, no mata ni
comete delitos. Las conductas violentas punitivas son unipersonales e
intransferibles. Tienen rostro y nombre. Es la primera condición del
“debido proceso”, el cual también es un derecho humano fundamental.
Así que los partidarios de sancionar al Tri
y a su afición tienen dos opciones: o aprender el grito de guerra de
los estadios mexicanos (el camino que siguió de inmediato la afición
brasileña para empatar el marcador lingüístico) o asistir con
“cubreorejas” a los estadios mexicanos de futbol.
Todo ello
mientras maduran las reformas estructurales (especialmente la
educativa), que además de sacarnos presuntamente del subdesarrollo y la
pobreza, harían el milagro de extinguir de los estadios las
mexicanísimas expresiones emitidas desde lo más profundo del respetable
vulgo.
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