6/28/2014

La escritora Elena Garro y su tumba sin nombre


Cementerio Jardines de la Paz en Cuernavaca

“Ahora se cree que Rulfo es superior a Garro yo no estoy de acuerdo. Elena está en la primera fila de la literatura mexicana; ahora, deteniéndonos en pequeñas cosas me acuerdo de que en la novela de Elena los personajes salen a la lluvia, y como están tan enamorados no se mojan”, Emmanuel Carballo.
“Elena Garro fue un ser lleno de contradicciones y enigmas. Para ella nunca hubo medias tintas. ¿Se comió el personaje a la escritora? Elena es un icono, un mito, una mujer fuera de serie, con un talento enorme. A nadie deja indiferente. Impresionó a todos los que la conocieron, marcó con una huella indeleble a quienes la trataron... sin embargo, con su muerte, no ha crecido su leyenda...”: Elena Poniatowska.



Una tumba desolada. Sin lápida. Una tumba sin nombre en el cementerio Jardines de la Paz en Cuernavaca. (Sí, de la Paz). Una cruz que nos hace pensar en los celtas, la cruz sí es linda, y está rodeada de un arbusto que la abraza.  La hizo colocar Helena cuando murió su madre. Al lado hay un pinito largo y seco. ¿Estará muerto? Al pie un pequeño macetero en donde sembraron una bugambilia que se desmelena.  No hay dónde colocar las flores. Una tumba atrapada de olvidos y cubierta sólo con cemento.  Una tumba anónima es la última habitación terrena de una de las más grandes escritoras de habla hispana: Elena Garro, y de su hija la escritora y poeta Helena Paz. ¿Cómo es posible? La desmemoria. ¿Cómo es posible que una mujer que firmó con su nombre la belleza de montones de palabras (teatro, cuento, novela, artículos periodísticos) que marcaron un parte aguas en la literatura mexicana, esté relegada a este islote sin nombre?  Ella, “la precursora del Realismo Mágico”. Una tumba como un último naufragio.


Foto: Roxana Peirce Uhlig
Sección 8, fila 22, lote 37.  Hace mucho calor en Cuernavaca.  Lucía Melgar, Doctora en literatura, especialista en Género y en la obra de Garro, abraza los ramos de mimosas y aves del paraíso que trajo para Elena y Helena. Las quiere mucho a ambas. Ha trabajado sus obras por muchos años. Fue gracias a su intervención que cantidad de documentos de Elena fueron adquiridos por la Universidad de Princeton, para salvarlos del extravío y del deterioro que provocaban en ellos las amadísimas colonias de gatos de madre e hija. Lucía ordenó los documentos, copió con meticulosidad lo que tuvo que ser pasado en limpio, coordinó con Gabriela Mora el libro “Elena Garro. Lectura múltiple de una personalidad compleja”, que en lo personal, me gusta muchísimo, sobre todo los excelentes ensayos/testimonios de Lucía y de Patricia Vega.
Cuando vimos la tumba tuvimos la certeza de que teníamos la dirección equivocada. Tres lectoras enmudecieron. Roxana Pierce convocó a los trabajadores del cementerio:  “¿En dónde están las Elenas?” “Si buscan a una señora que murió hace como dos meses y era famosa, ésta es, vinieron a su entierro Televisa y Tele Azteca”, nos dice un señor; se refiere al sepelio de Helena. El siguiente trabajador confirma la visita de las televisoras y cuenta las tumbas: “¿Ven? Ésta es la número 37”.  Seguimos sin creerles. Vuelta a las oficinas: ese es número de lote, pero en la tumba no hay número de lote. El señor Omar Flores cuenta que al momento de enterrar a Helena, la lápida con el nombre de su madre estaba tan pegada al cemento que tuvieron que romperla. Después vi esa lápida en un video, era muy pequeñita y el resto de la tumba era puro cemento, como ahora. Por lo menos –entonces- estaba inscrito el nombre de Elena Garro. Roxana encuentra el número de lote en la tumba que sigue: es la 38. Estamos en el dolorosamente equivocado lugar correcto. 


Foto: Roxana Peirce Uhlig.
“Un familiar de las señoras dijo que regresaría para hacer colocar una lápida, pero ya nadie regresó”, dice el señor Omar. Ninguna de las tres pensó en traer libros de Elena y Helena. Eso. Colocar libros con sus nombres sobre el cemento. Lucía fue por agua y acomodó las mimosas y las aves del paraíso en el lugar que encontró: los floreros de la tumba de al lado, y murmura: “El lugar de Elena Garro es la rotonda de las personas ilustres, y no sólo no se considera esa posibilidad, sino que hasta el nombre está arrancado”. Hace años que Lucía Melgar intenta hacer avanzar esta propuesta: reconocer lo que Elena Garro significa en la literatura mexicana. 


Foto: Roxana Peirce Uhlig.
“Elena siempre sugiere el lujo y la maldición del infortunio junto a una infinita tristeza venida de otros mundos”, escribió Carlos Landeros. Las Elenas fascinaban y dolían.  Es cierto. Tan brillantes, tan luminosas  tan seductoras, y tan caóticas. Siempre al borde –ambas- de ese penúltimo ataque de nervios. Al borde de la desesperación, del abismo.  Tan reinas y tan “mendigas” en ese que fue su imaginario compartido de mujeres “perseguidas”, “humilladas”, “excluidas”. Esta tumba es insoportable por cantidad de motivos, y hay algo en ella de particularmente siniestro: es como si en su abandono, en su descuido,  le diera la razón a esas fabulaciones que mordieron sin parar las vidas de las dos Elenas:  Nadie las respetaba, nadie las quería, el mundo se confabulaba cada amanecer contra ellas.  Eran seres condenados a la desprotección y a la fuga. Roxana saca de la bolsa su pañuelito de encajes y recorre el cemento, como si quisiera sacarle brillo. Le ayudamos. Eso de los encajitos, seguro le gustó a las Elenas.
Tenemos que contradecir a Elena en sus imaginarios de olvidos y abandonos. Leerla más y más para reencontrarla en su escritura donde fue magnífica. En su amor (tan negado y renegado) por Paz y en su amor (tan reivindicado) por Bioy Casares. Elena con su famosa capa dragona,  y sus gustos exquisitos; fascinada por Ana Karenina y por San Petesburgo, y por la archiduquesa Anastasia, y tan comprometida, por tantos años con los campesinos explotados y su derecho a la tierra. Reencontrarla en sus declaraciones hilarantes, seriecísimas y mágicas:  “Yo no me quería casar (con Paz).  (Pensé…) por lo único que me casaría sería por tomar café con leche”. “Sigo creyendo que el cuerpo de la princesa Anastasia nunca se encontró porque no murió y se convirtió en Greta Garbo…”, le contó en una entrevista a Carlos Landeros. Y ella estaba escribiendo la saga histórica de esa fascinante “conversión”.
 Madre e hija fueron grandes fabuladoras, y para quienes las conocieron y/o las estudian, ha sido y es muy difícil deslindar entre la realidad y sus invenciones. Quizá para entenderlas podríamos recurrir a la diferencia (casi tajante) que marca Lacan entre la realidad y “lo real”. Lo real es lo innombrable interior, esas especies de “voces” que nos hablan y –si las dejamos- se imponen. Lo “real” es la secreta e imperiosa experiencia del cómo hemos dado acuse de recibo de la experiencia vivida. No, “lo real”, no es la realidad y por eso Elena Garro vivía como atrapada en sus destiempos y en sus mundos paralelos.  Por eso seguía hablando de Paz como si le hubiera sucedido antier. Por eso, investigadoras que la han amado tanto como Patricia Vega y Lucía Melgar, guardan aún en sus cajones  apuntes, entrevistas, documentos…ese libro para Elena, que algún día –ojalá para nosotras/os- van a escribir.  Cuando lo que duele duela tantito menos.
BREVE SEMBLANZA           
“Yo creo en todo, en dios y en el diablo, en los ángeles y los diablillos, en los santos creo mucho, creo en los dioses griegos también”, Elena Garro en entrevista con  Landeros. Elena y su ménage de diablillos y dioses griegos nacieron en Puebla el 11 de diciembre de 1916. Jugó de continuo con su edad, lo que confundió a algunos de sus biógrafos que señalan 1920 como fecha de su nacimiento. Creció en Iguala, Guerrero  (el Ixtepec al que hace hablar en “Los recuerdos del porvenir”), luego la familia se mudó a la ciudad de México en donde Elena ingresó a la preparatoria. Más tarde estudió Filosofía y Letras en la UNAM. Fue coreógrafa del Teatro Universitario. Se casó con Octavio Paz  en 1937, Helena nació en 1939, y el matrimonio se terminó legalmente en 1959. Vivieron juntos en México, Francia, Japón y Suiza. En 1972 Elena y Helena comenzaron su exilio de más de veinte años:  Estados Unidos, España, París. En 1993 regresaron definitivamente a México y vivieron en Cuernavaca.
Elena Garro murió el 22 de agosto de 1998 (cinco meses después de la muerte de Paz), cuando le dieron la noticia de la muerte del padre de su hija y de quien fuera su pasión de pasiones (así fue Paz para Elena, dijera ella lo que dijera…bastaba escuchar su manera de decirlo…) Elena respondió: “Se me adelantó. Él me va a recibir allá arriba. La muerte es para vivir siempre”. Helena Paz murió el 30 de marzo de este año, un día antes del Centenario del nacimiento de su tan adorado y aborrecido padre.  Irrupciones del “azar”, que una no puede dejar de mencionar, esta proximidad de las fechas. ¿O podríamos permitirnos llamarle a la manera de Jung: sincronicidad?


“Yo creo que todos vivimos nuestra vida; cuando a mi alguien me dice ‘quiero vivir mi vida’, pienso que está loco porque está viviendo su vida. ¿Qué otra vida va a vivir sino la suya?…La novela más autobiográfica que he escrito es ‘Los recuerdos del porvenir’, Mortiz me publicó ‘Los recuerdos…’ porque Octavio se lo exigió”, Elena en entrevista con Landeros. Y esta declaración contradice – de buena fuente- una de las más reiteradas fabulaciones de Helenita: su padre rogó a su madre que destruyera la novela porque era demasiado buena, y él no soportaba el talento literario de su esposa. Helenita y su primo –aseguraba H. - irrumpieron para rescatar la obra del fuego. Cada vez que he leído o escuchado esta anécdota (tan recurrente), me imagino -con mucha tristeza- que quizá, lo que Helenita quería decir, es que fue su obra, la de la hija de Paz y Garro, la que ardió en esa devoradora con/fusión de espejos. Todo lo que le quedó por escribir. La segunda parte de sus “Memorias”, por ejemplo. 
LOS AMORES DE ELENA
“Casi desde el principio de mi matrimonio con Octavio me di cuenta de que este no iba a funcionar porque los dos queríamos ser el sol…Octavio y yo comenzamos a practicar un juego muy peligroso, que nos falló y que hizo que al final nuestro matrimonio terminara hecho jirones. Durante varios años, el nuestro fue un matrimonio abierto, Octavio tuvo muchas amantes, yo algunos. Siempre preferí la inteligencia al sexo y cuando muy raramente se dio el binomio, fue algo maravilloso. De mis amantes sólo te mencionaré a dos:  a uno porque nunca lo quise y al otro porque jamás lo olvidé. El primero se llama Archibaldo Burns. En alguna ocasión se da el binomio y es  tan maravilloso que podría parecer un sueño. Eso me sucedió con Adolfo Bioy Casares…” entrevista con Landeros.
PARA ACERCARNOS A ELENA
 “Elena Garro. Lectura múltiple de una personalidad compleja”, coordinado por Lucía Melgar y Gabriela Mora. (Extraordinarios los textos de Lucía Melgar y Patricia Vega).
“Elena Garro”, correspondencia con Gabriela Mora. Reportajes de Patricia Vega publicados por La Jornada.  “Yo, Elena Garro”, de Carlos Landeros. “Testimonios de Elena Garro”, de Patricia Rosas Lopástegui y “El asesinato de Elena Garro”, también de Lopástegui. En lo personal, creo que “El asesinato…” es importante, por muchos de sus contenidos inéditos, aunque difiero completamente del lugar de víctima en el que Rosas coloca cada vez a Elena Garro, así como de los modos tan a rajatabla del feminismo de la autora. 
 ¿DÓNDE  ANDA CONACULTA?      
Una tumba anónima. “Elena, criaturita rubia, cigarra loca, hija y hermana de la tierra y del casino de París, bienvenida con nosotros, aunque nunca haya estado lejos su obra y su amor de los campesinos la han mantenido presente e inmediata, para ayer, para hoy y para siempre”. Emilio Carballido, a la llegada de Elena a México. Esa tumba sin nombre, la de la “cigarra loca”. ¿ Y CONACULTA?  “Los recuerdos del porvenir de Elena Garro considerada una de las mejores novelas del siglo XX, su aparición fue un parteaguas dentro de la narrativa mexicana y la literatura hispanoamericana porque es la primera novela de una escritora sobre la revolución mexicana con una mirada desmitificadora”, dice una voz en el video creado por CONACULTA, para celebrar los cincuenta años de “Los recuerdos del porvenir”. Y sin embargo…
“Las/los lectoras/es de Elena Garro tendríamos que exigir que fuera honrada como le corresponde: una ceremonia que lleve su cuerpo a la Rotonda de las Personas Ilustres.  Ahora, con la fuerza de las redes sociales,  ¿por qué sus lectoras/es no hacemos una campaña? Elena es leída y admirada, los jóvenes buscan su obra…no es posible la crueldad y la ingratitud de esta tumba”, Lucía Melgar, esa mañana en Cuernavaca.
La fascinante Elena, ¿quién como ella para encarnar la frase del poeta Walt Whitman: “Yo soy inmenso, contengo multitudes”.  Más que merecido y porque No vamos a olvidarla: Elena Garro a la Rotonda.

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