Charles
Itandje nació en Bobigny, Francia, mide 1.93 metros de altura y
actualmente es el portero de la selección nacional de un país que al
término de la Primera Guerra Mundial y luego de haber sido una colonia
alemana se lo repartieron Francia y Gran Bretaña hasta 1960, año en el
que alcanzó su independencia. En la Copa Mundial de la FIFA en Brasil
recibió ocho goles, cuando escribí la primera versión de estas notas
llevaba cinco y yo pensé que a lo sumo sólo recibiría dos o tres más.
El 13 de junio de 2014, cada vez que hacía un despeje de balón, las y
los hinchas mexicanos, con una inteligencia neandertal que hubiera sido
una delicia para Elias Canetti, le gritaban a una sola voz: “¡Puto!”
La
FIFA, asociación cuya voracidad está siendo probada en carne propia por
quienes en Brasil aman el futbol pero no al costo que está significando
el Mundial en sus tierras, se erigió en la Iglesia que tan lúcidamente
desveló John Oliver en su programa “Last Week Tonight” y blandió una
sanción económica a la Federación Mexicana de Futbol para dizque
prohibir el grito que el grupo Molotov elevó a himno nacional. Existían
otras sanciones, como partidos a puerta cerrada o expulsión del
seleccionado, pero hubieran significado pérdidas millonarias para
quienes aprobaron que los estados homofóbicos de Rusia y Qatar sean las
sedes de la fiesta mundial del futbol en 2018 y 2022.
La
prohibición de la cual FIFA terminó desistiéndose era, pues, además de
insulsa, hipócrita; pero eso no significa una patente de corso para
justificar lo injustificable: el cretinismo nacional que, parafraseando
a Calderón, corre parejas con la más variada dotación de actos y
expresiones de discriminación en México y responde a la doble moral de
la FIFA con decenas de “memes” desatando la homofobia nuestra de cada
día a manera de chistes a cual más estúpidos, de justificaciones
infantiles como la de Héctor González Iñárritu diciendo que los
brasileños le gritaron igual a San Paco Memo Ochoa o de historiografía
de la infamia al afirmar que decir “puto” es una tradición tan añeja
como la corrupción de nuestra clase política.
Dicen los que
saben que el grito de marras se vinculó al futbol en un partido de las
Chivas, yo creía que contra el América y, la verdad, no estaba tan
alejado: fue el recibimiento que la porra del Guadalajara hiciera al
guardameta Oswaldo Sánchez luego de haberse ido a jugar una temporada
con su Némesis (ahora se entiende el porqué de su amor al Santos
Laguna). Desde 1995, la Comisión Ciudadana Contra Crímenes de Odio por
Homofobia ha llevado un registro de los homicidios cometidos en contra
de personas homosexuales, lesbianas, bisexuales, transexuales,
travestis y transgénero; su registro arroja que Jalisco, cuya ciudad
capital es Guadalajara, es la entidad federativa que se disputa con
Michoacán y Yucatán el nada honroso cuarto lugar nacional en crímenes
de odio por homofobia.
Para quienes siguen afirmando que el
vocablo “puto” es inofensivo y no expresa discriminación, amantes de la
idea de que México esté a la altura de las grandes potencias
futbolísticas, pueden estar satisfechos: nuestra suave patria
es subcampeona en crímenes de odio por homofobia, con alrededor de 900
casos; sólo le gana Brasil. Pueden agradecérselo prácticamente a todas
las entidades del país cuyos hinchas, hombres y mujeres, gritaron a voz
en cuello “¡puto!” durante el juego contra Croacia; especialmente al
Distrito Federal, el Estado de México, Nuevo León, Jalisco, Michoacán,
Yucatán, Veracruz, Tabasco, Chihuahua, Baja California Norte, Puebla,
Colima, Guerrero, Tamaulipas, Chiapas y Quintana Roo, el top ten nacional (con varios empates) de la infamia que justifican.
Ríos de tinta y bytes
han corrido por las planas y portales web de los medios impresos y
digitales mexicanos escribiendo a favor y en contra del conato de
prohibición con que la FIFA amagó a la FMF por el grito de marras; ante
el desistimiento del organismo presidido por Joseph Blatter hay quien
cree que el debate está zanjado y no es así. Si bien la prohibición,
además de hipócrita era perniciosa, como todas las prohibiciones, la
homofobia que se desveló y que está adquiriendo cartilla de
naturalización en cada nuevo “¡puto!” que gritamos debería preocuparnos
tanto o más cuando nos rasgamos las vestiduras por cada “Lady de
Polanco” o “Gentleman de Las Lomas”.
No se trata de corrección política, ni de velada censura como hacen algunos congresos locales frente a los así llamados narcocorridos; se trata de discutir, señalar y dejar en evidencia a quienes hacen de la burla y el desprecio a la diferencia su modus operandi,
pues, ello se traduce en vidas destruidas; además, bien mirado, como
dijeran las y los zapatistas, todos somos iguales porque somos
diferentes: en cada “puto” que gritamos hoy, gritamos también “indio”,
“vieja”, “negro”, “chaparro”, “gordo”, “naco”, “retrasado”; y, detrás
de cada uno de esos gritos, hay miles de insultos, golpizas y
asesinatos de los que, al justificarlos, nos volvemos cómplices. Ahí lo
dejo pa' que lo piensen.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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