2/04/2018

Margarita: amor con amor se paga

Hasta donde la memoria me alcanza, la primera vez que se habló públicamente de relevar al candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional (PRI) fue en el sexenio de Díaz Ordaz. El candidato era Luis Echeverría. El asunto no pasó de ser un rumor para después convertirse en una especie de leyenda urbana. 

La segunda ocasión en que se habló de la posibilidad de relevar al candidato priista se dio en el sexenio de Carlos Salinas. El candidato era Luis Donaldo Colosio. Esta vez el relevo se realizó por el asesinato del abanderado tricolor. El candidato de relevo fue el economista politécnico Ernesto Zedillo.

Al final del sexenio de éste, el abanderado tricolor fue el economista de la Universidad Nacional Francisco Labastida. De éste nunca se dijo que iba o podía ser relevado. Pero sí corría la especie de la falta de empuje de su candidatura: gris, floja, sin el clásico, desbordado y decisivo apoyo de Los Pinos.

Quizás ya había sido tomada la decisión de entregarle la Presidencia de la República a un partido político distinto al PRI, concretamente a Acción Nacional, el partido histórico de la derecha mexicana. Dicho en lenguaje boxístico, el PRI mandó a un bulto fácilmente vapuleable para facilitar la entrega del poder al panismo.

Ahora de nuevo se habla públicamente de la falta de gas de la candidatura priista y del posible relevo del candidato. Pero esto no pasa de ser un rumor o consideraciones periodísticas y en las redes sociales. 

Aún así casi automáticamente viene a la memoria el caso de Labastida, una víctima propiciatoria para pavimentar desde Los Pinos la llegada del PAN al poder. ¿Se estará repitiendo la historia? 

No debe olvidarse que si Peña llegó a Los Pinos fue porque el panista Calderón le abrió desde adentro las puertas de la casa presidencial. Y nada de extraño tendría que Peña quisiera devolver el inmenso favor recibido.

La cuestión sería en qué persona pudiera ser devuelto. ¿En Ricardo Anaya? Quizás. Pero sería una devolución menos grata al calderonismo que si fuera, por ejemplo, en la persona de Margarita Zavala, esposa de Felipe. Eso sí sería devolver el favor completo.

Por eso, como dijo muy cuerdamente Andrés Manuel López Obrador en La Paz, Baja California, Margarita no puede ni debe ser descartada como la sucesora de Peña en Los Pinos.

Pero ¿la Zavala tiene con qué ganar la elección presidencial? En realidad eso no importa. Lo central es que tenga con ella la voluntad de Peña de hacerla presidenta. Aunque se enoje Anaya. Porque, ya se sabe, amor con amor se paga.

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