Bernardo Barranco V.
El ansiado día
llegó. Se cierra un ciclo regresivo en la vida de la Iglesia mexicana.
Tras 22 largos años la reminiscencia, el modelo wojtyliano se apaga.
Los dos mensajes, tanto el de Aguiar como el de Rivera, tuvieron una
actitud diferente. Norberto Rivera alardeó la entrega como si nadie
supiera el naufragio catastrófico de la arquidiócesis. Engañándose a sí
mismo, se jactó: “Te entrego –dijo a Aguiar– una arquidiócesis viva y
unida con un pueblo de Dios maravilloso, lleno de fe movido por la
esperanza y participando en la caridad con los más desprotegidos”. Aún
dudamos a qué arquidiócesis se refería. Ahí está inamovible la
pretensión de una Iglesia triunfalista portadora de un supuesto modelo
civilizatorio de salvación que ahora languidece. Asimismo, se debilita
la Iglesia clericalista y autorreferencial que protagonizó Rivera.
Resulta sugerente la expresión, muy del estilo de Aparecida, usada por
Carlos Aguiar de
cambio de épocaen su mensaje. Ese giro que no pudo entender el hosco cardenal Rivera anclado en el pasado, aferrado a una agenda moral conservadora que absolutizó como identidad de un modelo decrépito. Ante su sucesor y fiel a sus convicciones Rivera resume así el legado de su fracaso:
La arquidiócesis de México ha permanecido fiel a nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina perenne de la Iglesia; siempre ha estado unida al romano pontífice, ha sido profética y valiente en defender a la familia, el derecho de los no nacidos, el matrimonio natural, y se ha enfrentado a una mentalidad mundana que quiere imponerse como una dictadura del relativismo y la inmoralidad. Insiste en la atmósfera persecutoria que exalta ese catolicismo de martirio que los cristeros enaltecieron y que muchos católicos admiran con nostalgia. Su despedida denota la percepción de esa Iglesia heroica que combatió las desviaciones de la modernidad contemporánea. En su mensaje hay nula autocrítica al evidente fracaso de su gestión pastoral. Es más, se atreve a elogiarse, presumiendo haber ejercido un
profetismo socialy haber denunciado atropellos, abusos, corrupción y violencia de
grupos y estructuras muy variadas que quisieran una Iglesia muda y sumisa. Nunca mencionó su opción por los ricos, sus turbios negocios ni mucho menos la protección que ejerció a la pederastia, encabezada por su amigo cercano y mentor Marcial Maciel. Aún quedan varios expedientes por aclarar que el propio Rivera ventiló en un desayuno ante periodistas en diciembre de 2016.
El modelo de Iglesia que construyó Rivera comparte la misma crisis de
la Iglesia chilena. Y que la visita del papa Francisco, en enero
pasado, puso en evidencia ante el mundo entero. Curiosamente tienen a
Angelo Sodano, secretario de Estado del papa Juan Pablo II, como el
forjador del actual desastre. Tanto la arquidiócesis primada como la
Iglesia chilena sufren de la indiferencia y del descrédito de la
ciudadanía, en ambos casos, no sólo se alejaron de un verdadero diálogo
con la sociedad cambiante, sino el desastroso manejo y la protección a
la pederastia clerical abonaron al hundimiento institucional.
Debo admitir que esperaba mucho más de los mensajes de Carlos Aguiar
Retes. Anteriormente ante la prensa había registrado la idea de una
conversión eclesialpara la arquidiócesis, provocaba muchas ideas como el impulsar un aggiornamento para la arquidiócesis al estilo del Concilio Vaticano II. También declaró dialogar con todas la diversidades de la ciudad y de
tolerancia ceroante los casos de pederastia de sacerdotes y religiosos. Sin embargo, sus mensajes se refugian en lugares cómodos y políticamente correctos, como la Iglesia debe ser un factor de reconciliación y de unidad ante las dificultades que vive el país:
Nuestros problemas y conflictos como sociedad han crecido y el factor de la globalización los ha vuelto más complejos; sin embargo, la voluntad y disposición de generar los proyectos para superarlos harán viables los caminos de reconciliación que tanto necesitamos en nuestra patria y de justicia para todos que nos conduzcan a la anhelada equidad social y tengan como fruto la paz y la seguridad.
Resulta sintomático, como Francisco en sus últimos viajes a
América Latina, que Aguiar callara sobre la agenda moral de la Iglesia y
no se pronunció acerca del aborto, el matrimonio homosexual ni el papel
de la mujer en la sociedad, asuntos que pudieran indicar un cambio,
continuidad o nuevos matices respecto de su predecesor.
También sonaron las alertas de viejas batallas sobre la concepción de
la libertad religiosa. Con motivo del 101 aniversario de la
promulgación de la Constitución, el nuevo arzobispo Aguiar enfatizó:
La dimensión festiva de nuestra Constitución me ofrece poner en práctica, para bien de nuestra sociedad, los derechos humanos universales, y en especial uno de ellos, la libertad de religión o libertad religiosa, que implica la posibilidad de interactuar como Iglesias con todas las instituciones oficiales y privadas para buscar el bien de nuestra sociedad. Recordemos que Aguiar Retes fue el artífice de la reforma del artículo 24 constitucional en 2012; con el apoyo de Peña Nieto, entonces candidato, y del PAN, protagonizaron una reforma muy disputada y debatida. Dicho artículo reformado, tiene aún pendiente su ley reglamentaria y de seguro será motivo de más confrontación.
Quedó ausente el mayor reto que enfrenta Carlos Aguiar. Éste no es
político ni social, es fundamentalmente pastoral. Encarar la caída de
fieles y el descrédito de la institución religiosa en la ciudad. No se
trata de un nuevo maquillaje, sino de una apuesta diferente y nuevas
hipótesis pastorales. Aguiar debe restablecer puentes de diálogo y de
escucha con la vasta diversidad de Ciudad de México. Desarrollar una
nueva actitud e interlocución con la secularización urbana de una urbe
dinámica, compleja y crítica a las obsolescencias de la Iglesia
católica.
Aguiar inicia su mandato que puede llegar a ser de 10 años con
temores y esperanzas. Las expectativas son altas. ¿Será competente el
nuevo arzobispo Aguiar ante los desafíos que le presenta Ciudad de
México? Lo que haga o deje de hacer tendrá impacto en la Iglesia
mexicana. Su éxito o fracaso tendrá repercusiones en el catolicismo
mexicano del siglo XXI.
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