Luis Linares Zapata
El miedo o los temores
sembrados por los grupos de poder durante las dilatadas y aguerridas
campañas de Andrés Manuel López Obrador van quedando en la trastienda.
No se han disipado por completo y, posiblemente, permanecerán activos en
parte del cuerpo social por largo rato. Es posible que, por el momento,
estén solamente adormecidos y retornen según los avances en los planes
del gobierno venidero. El ogro feroz y destructivo de izquierda, tal y
como se le supuso por años, se ha suavizado un tanto y los acomodos
sugieren factibles tiempos distintos a los previstos. Las estridentes
alarmas han bajado de tono y, desde la mera cúpula del poder, muchas de
ellas, por el momento al menos, desactivadas. Es probable que ahora se
vea a los morenos con un lente distinto al que los identificaba
como una turbamulta deseosa de venganza y capaz de irracionales
arrebatos. La República parece haber entrado, en buena parte al menos,
en una fase de ajustes no indiferente a los apretones, presiones y
pleitos.
El presidente electo ha sido cauteloso al esparcir sus visiones,
programas y propósitos. No obstante y muy a pesar de sus deseos, no ha
dejado de ocasionar incomprensiones y fuertes retobos. Después de todo,
sus ofertas de campaña implican cambios drásticos al modelo de gobierno
vigente. El mandato recibido de la ciudadanía se afilia y apoya tal
tesitura de renovación a fondo. De ahí que las presentes tentativas del
equipo triunfante en las urnas, para hacer avanzar sus propósitos,
ocasionen incomprensiones, rebeldías y defensas por parte del sistema
establecido. Es este sistema un ensamble de diversos poderes que,
durante los 40 años recientes, usufructuaron, casi en exclusiva, las
mieles de dicho modelo. Es esperable, por tanto, que cualquier
trastoque, a lo que se considera la normalidad, se resista con variable
empeño. Finalmente, son ya muchos años y arraigados los reflejos, las
costumbres, valores, sometimientos colectivos y privilegios de unos
cuantos los que se intentan modificar.
Hasta hoy día el sistema no ha bajado la guardia y sus defensas están
intactas. Tampoco ha dejado pasar de largo las iniciativas que se le
han puesto delante como inminentes acciones por venir. Las que han sido
puestas en juego desde el Congreso, en especial la relativa a la
austeridad, han motivado amplias y sonoras reconvenciones por parte del
aparato del poder. Suerte similar corre el rechazo a utilizar la
dispendiosa parafernalia ayuntada a la Presidencia: la residencia de Los
Pinos, la flota de aviones y helicópteros o la guardia militar. Hay,
sin embargo, otros aspectos que tienen serias consecuencias en permitir,
empujar o en su caso detener, las prerrogativas de las élites de mando.
Son aquellos instrumentos o campos que funcionan como vehículos
concentradores de la riqueza: contratos para la energía, normas y reglas
fiscales y las obras de calado mayor. Aquí adquiere lugar especial el
proyecto, ya en ejecución, del nuevo aeropuerto. Es esta la que resume y
toca no sólo las cuerdas íntimas de los acuerdos cupulares, sino el
que, de rebatirse, puede dejar en evidencia el juicio expuesto por el
nuevo equipo de gobierno. Es por eso que todas las baterías de defensa y
ataque se concentran en él. Hasta el momento, el aparato de
comunicación de la élite ha sido el aportante, si no de los más sólidos
argumentos, sí, cuando menos, el que los esparce con mayor eficacia y
concita apoyos laterales.
El trabuco que conforman los medios de comunicación, en cuanto a su
posesión del capital de mando y control de actores destacados
–opinocracia– lleva aparente ventaja en la disputa por la atención
ciudadana. Entre ambos conforman todo un universo conservador a ultranza
aunque, algunos de sus integrantes, presuman hasta con corajudo alarde,
lo contrario. Evidenciar carencias argumentales, mostrar datos endebles
y proyecciones fantasiosas es el cometido. El empeño se concentra en
bajar o trastocar los arrebatos transformadores morenos. De no
ser posible tal propósito sí, cuando menos, hacerlos lentos, incompletos
y, finalmente, inocuos. Pero todavía logra penetrar en aquellos
aspectos que son preciados para la llamada estabilidad sistémica.
Entiéndase por ello las respuestas que ocasionan en los mercados, las
calificadoras, las bolsas, el financiamiento, la deuda, los trafiques de
monedas y demás aliados y socios externos. Son estos, precisamente, los
opositores a todo cambio que les pueda cercenar, aunque sea parte, de
sus prerrogativas instaladas.
Ante el actual enfrentamiento es preciso advertir que, los tiempos y
necesidades de la República, apuntan hacia la conveniencia de asumir
compromisos y procurar acuerdos. Un fracaso o cortedad en las esperanzas
despertadas, con tanta pasión, entre la ciudadanía, tendría
consecuencias imprevistas pero determinantes para la vida organizada. No
se puede ni se debe correr tal riesgo.
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