La noche de Tlatelolco y el dolor en el país van de la mano: Poniatowska
▲ La periodista y escritora Elena Poniatowska, en la sede de su fundación, el pasado junio.
El de 1968 fue un año clave del México contemporáneo. La
sociedad civil se organiza contra un gobierno autoritario y no lo hace a
partir de un sector como ocurrió con los ferrocarrileros y médicos,
sino con un gran número de alumnos universitarios y politécnicos de todo
el país, de centros de enseñanza públicos y privados cuya causa fue
arropada por las familias de los estudiantes y también por obreros,
maestros y no pocos artistas e intelectuales.
Ese año marcó el inicio de la sociedad civil organizada, la defensa
de los derechos humanos y el comienzo de la caída del entonces
inamovible partido cuya estrepitosa derrota acabamos de presenciar en
las pasadas elecciones.
La periodista y escritora Elena Poniatowska (París, 1932) fijó de
manera indeleble esos días trágicos cuyas ondas expansivas nos alcanzan.
En entrevista con La Jornada, habla de los 50 años del 68.
–¿Por qué decidió hacer un libro sobre el 68? Acababa de parir a Felipe. La ciudad era peligrosa.
–Me conmovieron los estudiantes, me llegó muchísimo. Me dolió. Estaba
encerrada en casa, Felipe acababa de nacer el 4 de junio. Lo amamantaba
como hacen todas las mamás cuando tienen bebé. La noche del 2 de
octubre me llamó a mi casa una mujer fuertísima casi llorando, María
Alicia Martínez Medrano, quien más tarde fundó el teatro campesino. Me
dijo: ‘‘Elena, no sabes lo que está sucediendo. En Tlatelolco están
perforadas las puertas por ametralladora. Es una situación horrible la
que se vivió en la Plaza de las Tres Culturas. Hay balazos por todas
partes. Está destrozado el jardín del Santo Santiago’’. Otra mujer a la
que nunca se menciona, Margarita García Flores, que entonces era
directora de la Gaceta Universitaria, íntima amiga de Monsiváis y una tipaza, me dijo lo mismo.
–¿Cuándo fue a la Plaza de las Tres Culturas?
–Fui muy de mañana, al día siguiente. Debe haber sido como a las seis
de la mañana, estaba clareando. Y fui temprano para darme tiempo entre
una amamantada y la otra. Vi tanques que estaban en la plaza y señoras
con cubetas haciendo fila para tener agua. Empecé a caminar abajo de los
pasillos del puente donde había varios negocios y todo estaba hecho
pedazos. Los vidrios, las puertas. Vi los agujeros de las balas en los
elevadores. Era un espectáculo de después de la batalla.
‘‘Yolanda Cruz vivía en Tlatelolco y tuvo que irse a vivir a otra
parte porque balas de grueso calibre habían hecho unos agujeros inmensos
en el techo de su departamento.
‘‘Era un espectáculo tristísimo, así como de cenizas. Cuando regresé
Martínez Medrano y García Flores me dijeron que si podía ir al Campo
Militar número Uno. Fui, pero no me dejaron entrar. Apenas podíamos ver
por una rendija.
‘‘Alguien que también me influyó mucho esos días fue la mamá del Búho,
Eduardo Valle. Me hablaba en la noche y lo que me decía me conmovía.
Por ejemplo: ‘le quitaron sus anteojos y él sin sus anteojos no ve nada;
es una tragedia’. Ella me habló durante mucho tiempo, creo que hasta
que se publicó el libro.
‘‘Empecé a recoger y recoger testimonios que me rechazaban uno tras otro en Novedades.
También fui al hospital francés en Niños Héroes a ver a Oriana Fallaci.
Tengo hasta una foto con ella que estaba en silla de ruedas, muy
indignada. Decía que nunca había visto como corresponsal de guerra que
se disparara contra una multitud.’’
–Insisto: tenía al recién nacido Felipe.
–Decía: esto se tiene que remediar. No le puede tocar esto a Felipe, a
mis hijos, a Jean, mi hermano, quien murió el 9 de diciembre en un
accidente de automóvil. A Jean le volaron la mitad de la cara. Mi mamá
nunca pudo verlo. Mi papá lo vistió con su uniforme de guerra, con sus
condecoraciones, pero en la cara tenía un pañuelo blanco...
‘‘Seguía trabajando en las crónicas y entrevistas. Como no podía
grabar, entraba a la cárcel sin nada; trabajaba los textos en la noche.
Los abogados me mandaban materiales. Raúl Álvarez Garín desapareció
muchos días y diario aparecía el letrero: ‘Ha pasado tal día y no
tenemos noticias de nuestro hijo’, como después se hizo con Alaíde
Foppa. Para mí fue una época de mucho dolor. Veía a Felipe, que era un
bebé precioso, redondito redondito y muy alegre, y me ponía a pensar que
los jóvenes que había visto en la plaza habían sido niños como mi
hijo... Me pegó mucho.
–Sólo escribía sobre el movimiento estudiantil.
–Hice un editorial en favor del Tibio Muñoz porque era gran
nadador y ganó la medalla de oro en las Olimpiadas, y Monsiváis se enojó
mucho. Me decía que cómo era posible que escribiera sobre eso cuando se
daba la persecución contra los estudiantes. Hubo muchas sorpresas.
Recuerdo que un atleta negro dijo al ser condecorado que ninguna
olimpiada valía la pena por la muerte de un solo estudiante.
Respuesta de un loco
–La respuesta contra el movimiento estudiantil fue brutal, ¿no le parece? Sus demandas eran justas y nada del otro mundo.
–Fue brutal, fue la respuesta de un loco. Es como si Carolina, tu
hija, te desobedeciera y por respuesta le rompieras una silla en la
cabeza.
‘‘A Díaz Ordaz le molestaba todo lo que le decían: ‘hocicón, sal al
balcón’, pero lo que más le molestó, me parece, fue lo de la mano
tendida porque los estudiantes le decían ‘háganle la prueba de la
parafina’. Se enojó mucho. Y es cierto que los estudiantes hacían
desmanes, quemaban autobuses, pero la respuesta fue brutal.’’
–¿Ya pensaba hacer un libro con las crónicas?
–Quise mucho a Neus Espresate, quien ya me había publicado Hasta no verte Jesus mío.
Un día vino a mi casa a comer. Yo tenía una mesa de madera muy grandota
que era copia de una de Luis Barragán y que había hecho el mismo
carpintero y allí tenía montones de papeles de lo que me había rechazado
Novedades. La entrevista con Oriana y muchas cosas. Me decían
‘‘esto no entra, esto no entra, esto no entra’’. En ese entonces no veía
mucho a Monsi. Empecé a verlo más cuando el temblor del 85.
–Monsiváis inició en el 68 su columna Por mi madre bohemios,
de crítica muy dura basada en frases de los funcionarios. También
publicó una carta, junto con Fernando Benítez y Vicente Rojo...
–De apoyo a la renuncia de Octavio Paz a la embajada en India. Eso
estuvo muy bien. Octavio hizo después el prólogo a la edición en inglés
de La noche de Tlatelolco y luego amplió hasta convertirla en Posdata.
–A 50 años del 68, ¿cree que valió la pena tanto sacrificio?
–Ahora hay un cambio extraordinario, el de Lopez Obrador, y está
ligado al 68. Se fue adquiriendo conciencia de temas como ganar la
calle. Los jóvenes de entonces dijeron: esta ciudad es nuestra, estas
calles, estas aceras. Nosotros podemos caminar por las calles.
–Si el 68 fue importante para usted, también lo fue para otros, como
Luis González de Alba. Hablé con él unos meses antes de que se diera un
tiro.
–¿Qué te dijo?
–Que sin ese año habría terminado como un maestrito dando clases o
encerrado en un consultorio dando terapias. Me dijo que el 68 lo hizo
ser.
–Estoy segura.
–La atacó fuerte.
–Soy la atacada y debo aclarar: él dice que fui embarazada y nunca
fui así, que iba con Neus Espresate y ella nunca fue. Dice un montón de
falsedades de las que me acusa.
–Sus desacuerdos, que se tardó 30 años en hacerlos públicos, a veces rayan en la tontería. Que usted puso buti y no muchos o al revés, da igual. Pese a todo fue cercano a usted un tiempo...
–Nunca. Eso también lo inventó. Fue cercano a La China
Mendoza. Después del 68 me invitó a su departamento porque hacía
buenísimas ensaladas, me pareció un gimnasio; había aparatos para hacer
ejercicio. Le importaba mucho su condición física. Si después lo vi una o
dos veces fue mucho. Lo vi en la cárcel y había relación cordial, pero
nunca como él dijo de que era su gran amiga. Nunca sentí eso.
–¿Por qué cree que se enfureció contra usted después de 30 años?
–Para alguien que estuvo en la cárcel que una periodista haga un
libro y se venda más que el suyo debe haberlo molestado. Y la razón por
la que se vendía más La noche de Tlateolco es porque recogía las voces de todos.
–Y por la construcción literaria.
–Mi crimen fue hacer un libro por puro dolor, por lo que estaba
sucediendo, fomentado por el dolor de la muerte de Jean, mi único
hermano, quien murió a los 21 años. El último artículo que escribió
González de Alba fue para decir que mi hermano era homosexual. Eso es
muy chistoso porque atacaba lo que él mismo fue. Se autodestruye.
Foto María Luisa Severiano
Javier Aranda Luna
Periódico La Jornada
Martes 2 de octubre de 2018, p. 4
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