Tras dos entregas anteriores sobre cambio climático, transición energética y el gobierno de la 4T ( La Jornada,
31/12/19 y 14/1/20), esta vez delineamos lo que debería ser una ruta
antineoliberal de transición hacia energías renovables, la cual resulta
obligada para enfrentar la crisis climática. Esta discusión está vigente
en al menos tres instancias del gobierno federal: la Semarnat apoyada
por el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC), el
Conacyt y la Secretaría de Energía (Sener). En cada equipo se analizan
datos, tendencias, escenarios y se trazan opciones, que deberán confluir
en una propuesta consensuada. Pero además se ha organizado un grupo
selecto de especialistas, con tres y cuatro décadas de experiencia,
coordinado por el doctor Claudio Estrada (Instituto de Energías
Renovables de la UNAM), que trabaja en una propuesta para el despliegue a
gran escala de las energías renovables.
Bajo la batuta del gobierno de la 4T la transición energética debe
contemplar al menos tres aspectos nodales: la soberanía del país, la
emancipación social y el potencial de recursos energéticos renovables en
una nación esencialmente petrolera, donde la adicción a los
combustibles fósiles (89.6 por ciento) rebasa al promedio mundial
(83.2). Tampoco puede ignorarse que el gobierno actual transita, en esta
materia, a contracorriente de lo impuesto por los gobiernos
neoliberales de los dos últimos sexenios que cristalizaron en la llamada
reforma energética, la cual estuvo dirigida a facilitar los negocios
del capital corporativo trasnacional (privatización) y a reducir y
aniquilar a las dos principales instituciones públicas del país: Pemex y
la Comisión Federal de Electricidad. Dos resultados mayores de esta
política perversa antinacional ha sido la creciente dependencia del país
en cuanto al abasto de gas y de gasolinas. Bastarían unos pocos días
para provocar el colapso energético de México, si Estados Unidos cierra
el abasto de esos dos combustibles. Estamos entonces en una situación
endeble que obliga a garantizar en lo inmediato la soberanía y seguridad
energéticas del país. Aquí también se relaciona la necesidad de agregar
valor a los hidrocarburos en la fase final de su uso, que según la
Sener es de apenas ocho años.
El segundo aspecto tiene que ver con la emancipación social, con el principio central de la 4T de
primero los pobres, y ello nos traslada al concepto de justicia energética. La transición no sólo debe garantizar la suficiencia energética de los marginados, sino como veremos, los debe convertir en productores de energías renovables. Finalmente, se debe considerar un hecho fundamental: nuevamente México es una de las naciones más ricas en fuentes de energía renovable del mundo, en cantidad y en variedad: irradiación solar, viento, fuentes de agua, biomasa, geotermia y mareas. Bastaría aprovechar al máximo la energía solar de una superficie de 55 kilómetros cuadrados del desierto de Sonora para satisfacer ¡toda la necesidad energética de México!
Estos tres condicionantes hacen mirar el panorama con optimismo,
siempre y cuando la 4T transite por una ruta antineoliberal, es decir,
que escape de la que trazan los intereses corporativos y su modelo (que
hoy reclaman participación, como señaló J. Boltvinik en estas páginas).
Ello implica dar un giro total a la manera de concebir el uso de las
energías. El gran secreto es que las energías renovables permiten
aprovechar el flujo energético cambiando las estructuras que lo
contienen y conducen. Una familia, una comunidad, un barrio, una
cooperativa, un municipio, pueden producir energía renovable para su uso
y distribución mediante dispositivos sencillos y baratos, gestando
sistemas locales, descentralizados y autosuficientes, es decir,
trasladando el poder energético del capital y del Estado a la sociedad
misma. ¡Vaya revolución! Granjas solares, microturbinas eólicas,
microhidroeléctricas, biodigestores, etcétera. Y ahí donde sea necesario
empresas públicas y/o privadas gestando, por ejemplo, centrales
termosolares. En la misma línea la 4T debe iniciar la reconversión hacia
automotores eléctricos creando su propia empresa pública aprovechando
que el país es rico en litio, necesario para los acumuladores. De hoy a
2030 las ocho principales empresas automotrices del mundo estarán
invirtiendo 120 mil millones de dólares en autos eléctricos. Sólo la
planta en China de Tesla construirá 200 mil autos para 2022 y medio
millón para 2024.
En suma, la 4T está en posibilidad de iniciar una ruta antineoliberal
de transición energética soberana, ciudadana, descentralizada, de
pequeña y mediana escala, y de empoderamiento social. Ello implica
gestar nuevas instituciones, producir ciencia y tecnología, equipos,
bienes de capital, industrias y formación de recursos humanos; pero
también modificar leyes, normas, incentivos fiscales, financiamientos y
subsidios. Ojalá lo veamos.
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