Gustavo Esteva
La polarización se
profundiza cada vez más. Se multiplican abismos entre nosotros. El
consenso parece imposible, pero al menos podríamos vernos por lo que
somos.
En general, quienes persistimos en la crítica del actual gobierno
reconocemos cualidades excepcionales del Presidente, como su honestidad y
su tiempo de interacción con la gente y los medios, mayor que el
destinado a asesores, funcionarios, personajes y visitantes.
Millones de familias salieron ya de una miseria abyecta. Quienes
reciben algún dinero mensual, así sea en condiciones inadecuadas, no
sólo aprecian lo que reciben; sienten que es sólo anticipo de lo que
vendrá. Habría llegado alguien que derramará recursos públicos sobre la
gente como en los viejos tiempos.
Los asuntos petroleros llevan a mucha gente a recordar a Lázaro
Cárdenas. Es absurdo comparar con la expropiación las medidas actuales,
pero se intenta seriamente rescatar lo que queda de Pemex.
Andrés Manuel López Obrador está corrigiendo algunos de los excesos
más atroces del periodo reciente. Abate la corrupción, amplía y
profundiza programas sociales, restablece en cierta medida el estado de
derecho y rescata esferas de la actividad pública en franca decadencia,
lo mismo en petróleo y electricidad que en educación y salud. Son
acciones que no deben despreciarse y alimentan su legitimidad y
popularidad.
Igualmente, debe tomarse en cuenta que encontró un país destrozado.
La corrupción había penetrado por todos los poros de la sociedad y el
gobierno. Era ya imposible distinguir entre el mundo del crimen y el de
las instituciones ante una violencia abrumadora que viene de muy atrás.
AMLO nunca prometió enfrentarse al capital. Sus alianzas y acuerdos
con empresarios y corporaciones y la orientación general de su política,
favorable al capital, no representan una traición a sus promesas y
compromisos. Es probable que en esto, como en otras cosas, el Presidente
sólo sea astutamente realista. En la actualidad, ningún gobierno puede
oponerse realmente al capital. Igualmente, tenemos a la vista los
precios que pagan países latinoamericanos que intentan autonomía
limitada respecto de las políticas de Estados Unidos. México, en donde
serían aún más altos, no está en condiciones de pagar tales costos. Hay
realismo en el sometimiento del Presidente a las políticas
estadunidenses, por ejemplo respecto a migrantes.
Por esto y muchas otras cosas, millones de personas siguen poniendo
en AMLO sus esperanzas. Creen que conduce por buen camino el barco
mexicano, en medio de la tormenta. Piensan que quienes lo enfrentamos
abiertamente estamos haciendo un servicio a la
derecha, en vez de unirnos a su empeño transformador.
Necesitamos pintar la raya. Podemos estar en desacuerdo, pero no es
imposible intentar respeto y rigor ante el adversario. Es lo que no
tienen defensores dogmáticos del Presidente o sus intelectuales
orgánicos. Argumentar que la caminata de Javier Sicilia busca regresar a
las estrategias de Calderón y Peña es un disparate atroz. Tan atroz
como el de sostener que capitalismo es todo lo que quiere
el sur profundoy que la gente del sureste no anhela otra cosa que los
polos de desarrolloofrecidos por el gobierno.
Las políticas de AMLO están en flagrante contradicción con su postura
declarada de dar prioridad a los pobres. Los programas sociales pueden
aliviar circunstancialmente sus condiciones, pero la operación del
capital seguirá creando pobres e incluso arrancándoles lo poco que les
entregue el gobierno. Parece creer que podrá abatir y hasta eliminar la
violencia. No logra ver que su causa principal se encuentra en el
régimen que defiende e impulsa con entusiasmo.
Algunos críticos y opositores del gobierno siguen exigiéndole
decisiones y políticas que rebasan por completo su margen de maniobra.
Exigen que haga lo que no puede hacer ningún gobierno. Hace el actual lo
que han hecho siempre los gobiernos de sociedades capitalistas: crear y
administrar los mercados y proteger al capital de sus propios excesos.
Es hora de reconocer que el modo de producción capitalista se
convirtió en modo de despojo, que lleva el de siempre a niveles sin
precedentes. Ha entrado, además, en un frenesí destructivo. Creó una
nueva clase social, la de los desechables, los que no tienen ni tendrán
utilidad alguna para el capital. Los desechables están siendo
desechados. Luchan por la supervivencia.
Se trata de una guerra. Estamos en uno de los bandos. Vemos en el
otro al gobierno actual, asociado con quienes nos siguen despojando y
asesinando. Libramos en las ideas y en los hechos la lucha
antipatriarcal y anticapitalista que el gobierno mexicano, como todos
los demás, es incapaz de emprender. Luchamos contra un régimen y un
estado de cosas. Estamos dispuestos a poner la vida en el empeño de
defender nuestro modo de ser y nuestros territorios de quienes los están
atacando, dentro y fuera del gobierno. Tratamos de construir un mundo
nuevo. Por eso estamos donde estamos.
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