Editorial La Jornada
Los comentarios hechos
ayer por el presidente Andrés Manuel López Obrador en torno a la
participación y el comportamiento de las empresas privadas en la
construcción de obra pública, induce a reflexionar sobre un tema que en
México (pero no sólo en México) ha sido motivo de muchas discusiones y
no pocos escándalos: los a menudo irregulares manejos de esas empresas
primero para que les sean adjudicadas las licitaciones correspondientes,
y luego durante el desarrollo de los trabajos que se comprometieron a
hacer.
No se trata de un asunto menor, si se toma en cuenta que
prácticamente la mitad de las obras de infraestructura proyectadas por
el gobierno federal para el sexenio 2019-2024 correrá por cuenta de
compañías privadas. En todos los casos, desde luego, el Estado
supervisará la génesis y el desarrollo de los proyectos, en tanto que
éstos, una vez concretados, pasarán a ser patrimonio de la nación. Pero
bastan las obras programadas a corto plazo para dar una idea del peso
que tales compañías tienen en los planes de la actual administración: de
los casi 160 mil millones de dólares (mmd) que requieren las primeras
15 grandes construcciones, 100 mmd corresponderán a inversión de
particulares.
En el encuentro que el día de ayer sostuvo con becarios del programa
Jóvenes Construyendo el Futuro, el Presidente llamó a las empresas a
tener
utilidades razonablesy a evitar caer en
el atraco, el robo o el influyentismo para hacer y deshacer. Es decir, prácticas que pertenecen a distintos momentos de la relación empresas/Estado, pero que cuando se ejercen terminan perjudicando a los fondos públicos, que no son del gobierno de turno sino de todos los contribuyentes.
Más adelante, el titular del Ejecutivo ejemplificó acerca de los
requerimientos para ampliar la infraestructura del país, aludiendo a la
red caminera que se prevé construir sólo en el estado de Oaxaca; a la
refinería de Dos Bocas, que se está levantando en Tabasco, y al tendido
vial del Tren Maya, que pasará por Campeche, Chiapas, Quintana Roo,
Tabasco y Yucatán. Y se refirió, en una visita realizada a una planta
cervecera, a la necesidad de que las empresas se desenvuelvan tomando en
cuenta su dimensión social y evitando el afán desmedido de lucro, que
tarde o temprano acaba por fomentar la corrupción.
El exhorto presidencial viene muy a cuento, porque la historia de la
construcción de obras de infraestructura en nuestro país está salpicada
de episodios que han generado enriquecimientos inexplicables,
acusaciones de fraudes (unos probados. otros hipotéticos y casi todos
impunes) y la muy extendida sospecha de que los contratos entre gobierno
e iniciativa privada son terreno fértil para la transa. Pero para
terminar con las prácticas irregulares en este campo sería preciso
reformular el principio de aprovechar cualquier oportunidad para obtener
la máxima ganancia al menor costo, por el que se rigen la mayoría de
las empresas, y esa parece una tarea difícil de realizar. Más vale,
entonces, establecer mecanismos de seguimiento estrictos, transparentes y
confiables para eliminar los riesgos de que la ambición de lucrar pueda
más que el sentido social.
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