A lo largo del siglo XX las mujeres batallaron por sus derechos. Su combate ha cobrado una dimensión mundial y avanza en todos los frentes.A menudo se oye decir que el siglo XXI será el de las mujeres dada la rapidez con que ha cambiado su condición en los últimos decenios. Aunque todavía es demasiado pronto para confirmar esta predicción, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que el siglo XX ha sido el del combate de las mujeres para salir del hogar, donde la ancestral división sexual de los papeles las había relegado. En todas partes ese combate ha sido jalonado por sus luchas para adquirir los derechos de que estaban privadas y para construir –con los hombres– el porvenir del planeta.Es cierto que en la Historia ya se habían registrado batallas semejantes, aunque su versión oficial haya optado por ocultarlas. Pero las breves rebeliones de esta “minoría” singular, que cuenta en sus filas a más de la mitad de la humanidad, no cambiaron en ninguna parte el papel que se asignaba a las mujeres en el seno de las sociedades en que vivían.
Podían reinar sobre el hogar, ser objeto a veces de miramientos no desdeñables, pero lo cierto es que seguían naciendo para servir a los hombres y engendrar la descendencia de sus esposos.Contra todas las formas de opresiónEn el siglo XX, en cambio, la repartición de los papeles, pese a parecer inmutable y legitimada por los dioses o por un orden “natural” igualmente forzoso, empezó a tambalearse como consecuencia a la vez de la modernización y de la pugna de las mujeres por su emancipación colectiva. Estas libraron numerosas batallas para obtener progresivamente, a punta de conquistas y repliegues, una modificación de su situación que dista mucho de haber concluido.Su primer combate del siglo es el de la educación. De Francia, donde la primera bachiller egresó del liceo en 1861, al Japón, donde la primera universidad femenina fue fundada en 1900, a Egipto, país en el que las niñas tuvieron acceso a la educación secundaria desde 1900, o a Túnez, donde la primera escuela de niñas abrió sus puertas ese mismo año, las mujeres que podían hacerlo penetraron por la brecha que la instrucción entreabría para ellas. No sólo para llevar mejor el hogar y educar bien a sus hijos, como sugerían los discursos de la época, sino para hacer algo distinto de lo que siempre habían hecho, para invadir el espacio público y tener acceso a las esferas del ejercicio de la ciudadanía y de la política que les estaban vedadas.A lo largo de todo el siglo XX, las mujeres presentaron la batalla en dos frentes, batiéndose por obtener el reconocimiento de sus derechos y participando en los grandes movimientos de emancipación política y social que lo jalonaron.
Convencidas del poder liberador de estos últimos, reanudaron sus combates específicos cuando los nuevos amos de sus países las mandaron de vuelta al hogar. De la bolchevique rusa Alexandra Kollontai, primera mujer que formó parte de un gobierno en 1917, a la estadounidense de color Rosa Parks, que se negó en 1955 a ceder su asiento a un blanco en un autobús de Alabama y desencadenó así el movimiento en pro de los derechos cívicos, o a Djamila Boupacha, heroína de la guerra de independencia de Argelia, las mujeres intervinieron en todas las luchas que aspiraban a poner término a todas las opresiones, entre otras la suya. Sin embargo, su íntima participación en las revoluciones rara vez fue recompensada, y fue al salir al frente por sus propios derechos como obtuvieron sus mayores victorias.El derecho de votoLos primeros movimientos feministas, que surgieron en Occidente desde fines del siglo XIX, concentraron sus acciones en los ámbitos del trabajo y de los derechos cívicos. La industria necesitaba mano de obra femenina a la que pagaba una remuneración inferior a la de sus homólogos masculinos. A trabajo igual, salario igual, reivindicaban las obreras estadounidenses y europeas que empezaron a crear sus propios sindicatos y a multiplicar las huelgas. Aunque los progresos sean innegables, sabemos que, tras más de un siglo de batallas, la mayor parte de las mujeres del planeta no han conseguido aún la igualdad de remuneraciones.La segunda consigna de las pioneras del siglo versa sobre la participación en la vida cívica, que presupone en primer lugar la obtención del derecho de voto. Conseguirlo significó una larga lucha. A veces fue violenta, como la de las sufragistas británicas que salieron a la calle para tratar de arrebatarlo o de las chinas que invadieron en 1912 el flamante Parlamento para reclamarlo.
Enconadas en todas partes, las resistencias del mundo político cedieron gradualmente ante la determinación de los movimientos de mujeres.Fue en los países escandinavos donde primero, desde 1906 en Finlandia, pasaron a ser electoras y elegibles. Como la Primera Guerra Mundial las hizo salir a la palestra, la mayoría de las europeas obtuvieron el derecho de voto en 1918 y 1919. Las francesas e italianas tuvieron que esperar la conclusión de la Segunda para ser por fin ciudadanas. Fuera de Occidente, las mujeres también se organizaron para reclamar derechos. En Turquía, en Egipto, en la India, surgieron asociaciones femeninas. El primer congreso de mujeres de Oriente se reunió en 1930 en Damasco para reivindicar la igualdad. Durante ese periodo hay mujeres que proclaman en todas partes que, fuera de la maternidad, quieren “ser hombres como los demás” y que los verdaderos hombres no podrían negarles tal derecho.Un desfase entre la realidad y las leyesLa Segunda Guerra Mundial y las luchas de liberación del Tercer Mundo relegaron durante cierto tiempo sus combates específicos a un segundo plano.
El lema era luchar contra el fascismo, contra el colonialismo, y ello movilizaba todas las energías. Hubo mujeres que se distinguieron en esos empeños, pero ello no bastó para que se reconocieran los derechos de su sexo. Sin embargo, el mundo siguió avanzando. Con las independencias, numerosas mujeres del Sur tuvieron acceso a la escuela, al trabajo asalariado y algunas, excepcionalmente, al mundo hermético de la política. En los países occidentales, durante la postguerra, invadieron masivamente el mercado del trabajo. Se produjo un desfase cada vez más pronunciado entre la realidad y las leyes discriminatorias defendidas por poderes exclusivamente masculinos.Pero, como un gaje de la modernidad, es una vez más en Occidente donde nació, siguiendo las huellas del movimiento libertario de 1968, la segunda generación del feminismo. Tomando el relevo de sus mayores, ésta amplió sus reivindicaciones. Pues las feministas de este fin de siglo ya no aspiraban a ser “hombres como los demás”. Oponiéndose a la pretensión del “macho blanco” de representar lo universal, su ambición era llegar a ser iguales, pero sin dejar de ser mujeres. Nacido en la clase media estadounidense, el Movimiento de Liberación de la Mujer (Women’s Lib) quiso devolverles el dominio de su cuerpo. Se inició la lucha por el derecho a la anticoncepción y al aborto en los numerosos países en que uno y otro estaban prohibidos, a la autonomía, a la igualdad dentro de la pareja. “Lo privado es político” afirmaban las mujeres partidarias del marxismo y del psicoanálisis. “Trabajadores del mundo ¿quién lava vuestros calcetines?”, clamaban las manifestantes de los años setenta en las calles de París. En Francia la ley Veil que autorizó el aborto desencadenó un acalorada polémica en 1974. Aunque provocaron la hostilidad de numerosas mujeres del Tercer Mundo, que no se reconocían en los combates de las “occidentales” y querían librar sus propias luchas a su ritmo, los movimientos feministas dieron sin embargo un nuevo impulso a las luchas de las mujeres en el mundo.
Tomando nota de esa evolución y proclamando su intención de acelerarla, las Naciones Unidas declararon 1975 año de la mujer y organizaron en México la primera conferencia internacional dedicada a ellas.Proclamada ya en la Declaración Universal de Derechos Humanos, la igualdad de los sexos fue confirmada por la Convención Internacional de 1979 sobre Abolición de todas las Formas de Discriminación respecto de la Mujer. Gracias a las conferencias organizadas por las Naciones Unidas en Copenhague en 1980, Nairobi en 1985 y Beijing en 1995, las mujeres del Norte y del Sur lograron ponerse de acuerdo para reclamar “un hijo si quiero, cuando quiero”, rechazando tanto las exhortaciones de los natalistas como de los maltusianos, para reivindicar un lugar en las instancias políticas que decidían sin ellas sobre el porvenir del mundo y para luchar contra la regresión religiosa que amenazaba sus modestas conquistas. Cauces distintos de una misma luchaEl combate de las kuwaitíes a las que se niega el derecho de voto o el de las indias contra el infanticidio de las niñas in utero no puede ser el mismo que el de las estadounidenses contra sus fundamentalistas o de las francesas contra la misoginia de su clase política.
Aunque siga cauces diferentes de un continente a otro y no tenga necesariamente las mismas prioridades, lo cierto es que la lucha de las mujeres se ha tornado mundial en los últimos años. Desde hace un cuarto de siglo, su presencia ha aumentado en los espacios públicos, pero su acceso aún no se les ha abierto de manera franca. De Africa a Asia, sus organizaciones se han multiplicado y adquirido experiencia.Pero sus victorias siguen siendo incompletas y el porvenir es incierto. De la pesadilla de las mujeres afganas a las resistencias a la igualdad que se manifiestan en los llamados países más avanzados, los obstáculos con que tropiezan indican el camino que les queda por recorrer. ¿Llegarán al término de éste en el siglo que se inicia y que se supone es el suyo?
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