Carlos Bonfil
En este fotograma de la cinta aparecen los actores Michael Keaton, Liev
Schreiber, Mark Ruffalo, Rachel McAdams, John Slattery y Brian d’Arcy,
quienes dan vida al equipo Spotlight, división de investigación del periódico The Boston Globe, que
expuso a la luz pública el papel que jugó la arquidiócesis católica de
la ciudad de Boston en el tenaz encubrimiento de delitos de abuso sexual
a menores cometidos por algunos sacerdotes a lo largo de varias décadas
No encubrirás. Spotlight (Reflector) es el nombre de la división de investigaciones del periódico The Boston Globe
que en 2001 expuso a la luz pública el papel que jugó la arquidiócesis
católica de la ciudad de Boston en el tenaz encubrimiento de delitos de
abuso sexual a menores cometidos por algunos sacerdotes a lo largo de
varias décadas. En total, 70 casos, todos documentados, algunos
denunciados por las propias víctimas sobrevivientes.
En primera plana (Spotlight), película estadunidense de Tom
McCarthy, refiere minuciosamente la labor del grupo de cinco
periodistas, quienes con un muy comprometido editor a la cabeza, Marty
Baron (Liev Schreiber), y con el jefe de la división interna Spotlight,
Walter Robinson (Michael Keaton), se organiza como equipo de pesquisas
casi detectivescas para entrevistar lo mismo a quienes de niños
padecieron el abuso sexual, que a algunas de las autoridades
eclesiásticas que, conociendo el delito, lo encubrieron celosamente con
el fin de proteger el prestigio de la institución católica. El máximo
responsable de dicha labor de encubrimiento de conductas ilícitas fue el
cardenal Bernard F. Law, quien jamás fue castigado penalmente, sólo
removido por el papa Juan Pablo II a la basílica de Santa María Maggiore
en Roma, donde obtuvo un alto cargo y hasta la fecha permanece impune.
La novedad de la cinta de McCarthy, escrita por él y por el guionista
John Singer, estriba en no incurrir en la explotación sensacionalista
de los abusos a menores, y abocarse a la crónica de una difícil labor
periodística que tiene como puntos más álgidos los dilemas morales de
los propios participantes, algunos de ellos católicos practicantes, por
la oposición entre su fe religiosa y la ética profesional que los obliga
a llegar al fondo del asunto. Su delicada posición apenas difiere de la
que vive la comunidad de Boston (en ese entonces, 53 por ciento
católica) al enterarse del escándalo. Un personaje resume la situación:
Si se requiere de todo un pueblo para educar a un niño, también se precisa de todo un pueblo para tolerar el abuso que padece.
Entre los periodistas involucrados en la denuncia del caso que años
atrás enfrentó la indiferencia del propio diario, figuran en primer
término Baron, el editor insobornable, y a lado suyo un Mark Rezendes
(Mark Ruffalo) crecientemente indignado por la complicidad de las
autoridades civiles y religiosas, y la impunidad de estas últimas. Sacha
Pfeiffer (Rachel McAdams) es la periodista acuciosa e insistente que
conduce la mayoría de las entrevistas a las víctimas (adultos
trastornados que hablan de su origen social modesto y de las familias
disfuncionales que favorecieron la vulnerabilidad infantil ante el abuso
continuo de los curas pederastas).
A diferencia de algunas de las cintas que en años anteriores
han denunciado situaciones similares (la más reciente, la notable cinta
chilena El club, de Pablo Larraín, 2015), lo que describe En primera plana es
el maquiavélico entramado de complicidades e intereses que propician
una conspiración de silencio en torno a los crímenes conocidos. El
cardenal Bernard Law lo deja claro cuando habla de la irrenunciable
defensa de los intereses de la comunidad bostoniana, colocados por
encima de la suerte misma de las víctimas de los delitos sexuales. La
confusión extrema de la madre de la periodista Pfeiffer –una mujer que
asiste tres veces por semana a la iglesia– es el barómetro ideal de la
gran zozobra colectiva ante el escándalo inimaginable.
La cinta, un intenso thriller confinado al interior de la redacción de un diario, revive las atmósferas febriles y asfixiantes de Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976), sobre el caso Watergate, con los matices narrativos que hoy imponen series televisivas como Mad Men (Matthew
Weiner, 2007-2015). Incluso aparece aquí John Slattery, un turbio
personaje de la serie. La diferencia es que el viejo clima de corrupción
viral, generalizada, ya no involucra sólo a políticos o empresarios
venales, sino a los guías pastorales que todo creyente creía
intachables. Al finalizar el recuento de crímenes y abusos que la
jerarquía católica intentó minimizar en Boston –relativizando el horror,
estigmatizando a las propias víctimas, protegiendo a criminales con
sotana a los que transfería de una parroquia a otra en el largo carrusel
de la impunidad– la cinta añade, como alusión inevitable, escándalos
similares en Irlanda y en una extensa lista de ciudades estadunidenses y
países en los que día a día se verifica el mismo mecanismo encubridor
del delito sexual. La lista en los créditos finales incluye varias veces
a México en lo que parecería un recordatorio oportuno para la agenda
pastoral del papa Francisco en su próxima visita a nuestro país.
Un thriller ágil y novedoso, un señalamiento social
insoslayable. Candidata a varios Óscares, será interesante valorar
entonces su posible impacto mediático.
Twitter: @
No hay comentarios.:
Publicar un comentario