CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Hace poco más de diez meses, cuando
Manlio Fabio Beltrones asumió la dirigencia nacional del PRI, apostó
prácticamente todo su capital político a los resultados de las
elecciones de gobernador de este junio, en un pacto de sobrevivencia con
el presidente Enrique Peña Nieto que resultaba conveniente para ambas
partes (Proceso 2023). Como perdió, tuvo que pagar: renunciar a la
dirigencia del PRI y, con ello, a lo que restaba de sus ambiciones
presidenciales.
La apuesta era muy riesgosa y él lo sabía, pero eso era precisamente
lo que la hacía atractiva para Peña Nieto, pues si bien de los 12
estados que renovaron gubernatura el tricolor gobernaba en nueve y en
cinco el PRI siempre había gobernado, el entorno político era muy
negativo.
Entre otros elementos que conspiraban contra el dominio tricolor en
dichas entidades destacaban la bajísima aprobación del desempeño
presidencial; las todavía peores gestiones de varios de los gobernadores
priistas; los nulos impactos de las llamadas reformas estructurales en
la economía nacional y, especialmente, en la familiar; los recurrentes
escándalos de corrupción, conflictos de interés, violaciones de derechos
humanos y ejecuciones extrajudiciales.
La posibilidad de retener al menos nueve gubernaturas (aunque no
necesariamente fuesen en los mismos estados) dependía centralmente de la
operación política y, en muy buena parte, de la misma dependía del
líder tricolor. Eso era lo atractivo para Beltrones. Sin embargo, ni los
priistas más pesimistas o los opositores más optimistas preveían la
magnitud del “tropiezo electoral” del pasado domingo 5 y el hoy
exdirigente perdió todos los argumentos para defender su actuación.
A todos los factores negativos del entorno (lista que seguramente
puede ampliarse) se sumó una mala operación política. Basta analizar lo
ocurrido en tres de las entidades en las que el tricolor perdió por
primera vez la gubernatura: Quintana Roo, Tamaulipas y Veracruz. Las
tres tenían una carga negativa muy fuerte por la mala gestión de los
actuales gobernadores, pero eso se agudizó con los errores de operación
política.
En Quintana Roo los tricolores rechazaron a su mejor candidato, que
no vaciló en aceptar la invitación de la alianza opositora (PAN-PRD)
para alcanzar la gubernatura. Así se evidenció un mal proceso interno de
selección, una pésima “operación cicatriz” y, finalmente, una mala
campaña electoral, que permitió un cambio en las preferencias
electorales que concluyó con una derrota por nueve puntos porcentuales.
En el caso de Tamaulipas, el mismo dirigente nacional del tricolor
encabezó la campaña negativa y las denuncias penales en contra del
candidato panista a la gubernatura, sin tomar conciencia de que con ello
realmente lo fortalecieron (Proceso 2063) y lograron catapultarlo para
que ganara la elección.
En ese caso las deficiencias fueron varias: primero, lo erróneo de la
estrategia, pues al asumir la ofensiva contra el candidato blanquiazul,
lo que hicieron fue posicionarlo como el puntero; segundo, lo mal
operado de la misma, pues cometieron errores elementales, como el tomar
fotos manipuladas de la red para acompañar sus denuncias penales; y,
tercero, que al evidenciar el control de la delincuencia organizada de
amplias regiones del territorio estatal, en realidad exhibían a los
malos gobiernos estatal y federal, que eran tricolores.
Mientras tanto, en Veracruz fue el mismo Beltrones el que encabezó
las críticas y la exigencia pública de rendición de cuentas al todavía
gobernador Javier Duarte; incluso se dijo que él lideraba el esfuerzo
para removerlo de su cargo en febrero de este año; y finalmente, ante el
fallido intento de remoción, le ofreció su respaldo y señaló que como
autoridad emanada de su partido, siempre tendría la consideración del
mismo. El daño ya estaba hecho.
Basten estos tres casos para ilustrar que la operación política no
compensó los impactos negativos del deteriorado escenario federal y, en
muchos casos, estatal; sino que, al contrario, los agudizó.
Sin embargo, en el reparto de responsabilidades también hay que
incluir al presidente Enrique Peña Nieto, por más que los priistas
(incluyendo al mismo Beltrones) se empeñen en ponderar su “proyecto de
modernización del país”, pues además de su central responsabilidad en el
diseño e implementación de las llamadas reformas estructurales y la
política de seguridad (con el recrudecimiento de la violación de los
derechos humanos, como han evidenciado todos los organismos
internacionales especializados), su selección de dirigentes y candidatos
de su partido ha sido, por decir lo menos, muy desafortunado.
Si se parte de que Peña Nieto fue el artífice de la designación de
Humberto Moreira como presidente del CEN tricolor en marzo de 2011, de
entonces a la fecha el PRI ha perdido cuatro gubernaturas y aunque el
resultado de la elección federal de 2015 hace pensar que recuperó
porcentaje de votación, en realidad perdió un punto porcentual con
respecto a la elección de 2012 y medio punto con respecto a la de 2009,
que sería la elección de referencia.
Para ponerlo en términos más claros: pese a que recuperó la
Presidencia de la República, hasta 2015 el PRI se mantuvo básicamente en
el mismo porcentaje de preferencias electorales y el mismo número de
gubernaturas; pero en 2016 (en las 12 entidades donde hubo elecciones de
gobernador) perdió casi seis puntos porcentuales con respecto al año
previo y también llegó a su número más bajo de gubernaturas, al quedarse
con 50% de las mismas (considerando que la de Chiapas la ganaron en
alianza con el PVEM).
Sin duda la única opción que tenía Beltrones era renunciar a la
dirigencia nacional, pero la misma difícilmente detendrá la caída en las
preferencias electores del tricolor y la pérdida de gubernaturas, pues
las causas de esta tendencia son los malos resultados que entregan los
gobernantes tricolores, empezando desde luego por el presidente de la
República.
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