CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Enrique Peña Nieto ha cometido los mismos
errores de siempre en materia de finanzas públicas y, en general, de
economía nacional. Como consecuencia, el país se encuentra a las puertas
de una crisis.
Durante el periodo en curso, como antes, no se ha impulsado la
inversión ni se ha iniciado un proceso de redistribución del ingreso.
Estos dos errores básicos son la base sobre la que se sustenta el
estancamiento económico crónico que padece el país. La reforma
energética, en lugar de promover más inversiones, ha provocado su
disminución pues Pemex ha sido víctima de un feroz ataque desde la
Presidencia de la República, al grado de obligar a su achicamiento: cada
día produce menos. La inversión pública en general también ha sufrido
porque el gobierno carece de proyectos directamente productivos y se
dedica al fomento de ciertas inversiones privadas mediante subsidios
nada disfrazados.
Peña dio al principio de su gestión algunas señales de que podría
modificar la política económica, al menos en cuanto a la recaudación,
pero se limitó a la llamada reforma fiscal, obtenida a partir de algunas
de las propuestas del PRD y con el indispensable apoyo decisivo de
dicho partido, pero ésta ha sido tan repudiada por capitalistas y altos
empleados, así como por el PAN, que Peña decidió limitarse a los cambios
iniciales de lo que podría ser una nueva política fiscal. Peor aún, en
lugar de utilizar bien los nuevos recursos proveídos por aquella reforma
mocha, el gobierno mantuvo la contracción del gasto productivo, sostuvo
la expansión inercial de los sueldos de la alta burocracia, amplió la
base del gasto directamente clientelar, apoyó a algunos gobernadores en
apuros, subió los gastos de operación y dilapidó con propósitos
electoralistas mientras que la corrupción se acentuaba. El resultado ha
sido que la deuda pública acumulada ha crecido mucho respecto de la
cuantía del PIB anual al llegar al 50.5% de éste (la más alta desde la
crisis de 1994-96), mientras la economía sigue estancada en términos
sociales, es decir, tomando en cuenta el crecimiento de la población.
Desde hace mucho tiempo, los sucesivos gobiernos han creído que la
productividad es el aumento de la tasa de ganancia. No entendieron nunca
que esta última es el rendimiento del capital determinado por varios
factores y no sólo por la elevación de la capacidad productiva del
trabajo social. Ese inicuo concepto que prevalece ha dado sustento a
políticas económicas basadas en la protección de la tasa de ganancia
(ingreso neto por unidad de capital invertido), en lugar de buscar que
el aumento de la productividad se traduzca en mejores remuneraciones de
los trabajadores de la ciudad y el campo, es decir, en la ampliación del
mercado interno. Es por ello que México es también campeón mundial en
concentración de ingreso y riqueza en unas cuantas manos.
Asimismo, se ha creado un concepto de finanzas públicas que consiste
en mantener uno de los menores porcentajes de recaudación en términos
del PIB que existen en el mundo. El gobierno cree que este es un dogma
que procura la inversión, especialmente la extranjera, pero con el cual
no puede explicar bien porqué ésta ha disminuido recientemente.
Como casi todo se ha hecho igual que antes, ahora tenemos otra vez un
grave problema de gasto-financiamiento. El gobierno se ha endeudado sin
bases y ha decidido buscar remedio a su despropósito mediante el
superávit primario que no es otra cosa que bajar el gasto social y
restringir más aún la inversión pública para garantizar el pago de los
abonos de la deuda (3% del PIB en el año). Cuando un gobierno tiene más
ingresos que egresos (superávit) sin contar el costo financiero está
reteniendo dinero de las contribuciones mientras que el nuevo
endeudamiento ya casi es igual que los intereses de la deuda acumulada.
De esa manera se perjudica la economía al bajar el gasto y no usar la
deuda para invertir. Ya se puede apreciar que el año próximo el
crecimiento económico será igual que durante el actual, si acaso. Desde
la crisis de 1994, los saldos sexenales (Zedillo-Fox-Calderón) de
crecimiento del PIB per cápita real han venido cayendo, desde 2.8 hasta
0.6%, y parece que así cerrará al término del sexenio de Peña.
Durante el presente año se recortó por un lado y se gastó más por el
otro. Ahora vendrá un recorte casi general, pero no bajarán los
altísimos sueldos de la alta burocracia (de los más elevados del mundo)
ni sus gastos de operación (inconstitucionales muchos de ellos). ¿Qué
país reduce su gasto en educación (-15.1%), ciencia (-23.3%) y salud
(-10.8%)? Sólo uno: México.
Es necesario, por tanto, organizar manifestaciones y otras protestas
para exigir que los gobernantes se bajen sus sueldos y abatan otros
gastos superfluos. Se podrían rescatar así algunos miles de millones
para educación y salud mientras se logra un gobierno que no cometa los
mismos errores
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