Gustavo Duch
Es verano, los niños y
niñas ya están de vacaciones. El reloj está detenido y el abuelo,
después de la siesta, hoy que no hace mucho sol, quiere salir a caminar
hasta el cementerio; a saludar a los suyos. No, padre, no vaya solo –le
dice la hija– que manda a la nieta a ir con el abuelo. Parece como que
alejaron el cementerio del pueblo –piensa el abuelo– pero bien sabe que
son sus energías las que están faltando. En cambio, lo que sí es cierto
es que el paisaje ha cambiado drásticamente. La pregunta inocente que le
lanza su nieta, se le clava en lo más hondo. ¿Abuelo, quiénes eran los
campesinos?
Futuros imaginarios como este siento que están presentes en esta otra
jornada en la Séptima Conferencia de La Vía Campesina. En nuestro país
–me dice un agricultor japonés– el gobierno está modificando leyes para
facilitar la entrega de tierras campesinas a las corporaciones. Los
terribles incendios en Portugal, con más de 50 personas muertas –cuenta
Jôao Miguel–, aparecen como consecuencia de la falta de gente en el
medio rural, y hacen que vivir del campo sea más complicado si cabe.
Federico, desde el estrado, explica cómo en Andalucía una muy buena
finca agraria estaba inexplicablemente en manos de la entidad bancaria
BBVA, dando de comer sólo a su cuenta de resultados. Y muchos
testimonios más que podrían dibujar un paisaje global como el que
transita el abuelo del relato, todo colmado de cemento, todo vacío de
gentes campesinas.
Pero no, la energía que desprenden aquí 800 campesinas y campesinos
de todo el mundo, conjurados para evitarlo, es más poderosa que los
malos augurios. De la misma manera que se detallan los ataques a sus
formas de vida, se relatan las fórmulas para combatirlas: ocupaciones de
tierras, proyectos para favorecer el relevo generacional, incidencia
política en favor de otras políticas públicas, intercambios de semillas,
y, muy presente durante esta conferencia, conseguir que muchos de estos
reclamos, como el acceso a la tierra o a las semillas, el cuidado de la
biodiversidad o la libre circulación de las poblaciones nómadas y
pastoralistas, se reconozcan todos ellos agrupados como Derechos del
Campesinado.
Es una propuesta que La Vía Campesina consiguió en 2012 que entrara a
discutirse en el marco de las Naciones Unidas, con la aspiración final
de alcanzar la aprobación de una
Declaración de los Derechos Campesinos y Campesinas y otras personas que trabajan en las zonas rurales. El proceso, explican, avanza gradualmente y a buen ritmo, y estos próximos años serán decisivos. Por eso es importante socializar las reflexiones, ampliarlas y adoptar estrategias locales para asegurar un buen resultado.
En primer lugar, la importancia de esta iniciativa es obvia. Como dice uno de los documentos que se nos ha entregado,
el solo hecho de existir una declaración de derechos campesinos es un reconocimiento a un sujeto y una identidadhistóricamente descalificada e invisibilizada, y como hemos visto, en verdadero peligro de extinción. En segundo lugar, existe la confianza de que una declaración de este tipo consiga influir en la elaboración de acuerdos, normas y compromisos nacionales e internacionales que garanticen los derechos incluidos en la misma. O así debería de suceder.
Para comprender mejor el valor de esta iniciativa, la conversación
con Sofía Monsalve, representante de la organización FIAN, es
esclarecedora. Según ella, el texto que se ha propuesto desde La Vía
Campesina y sus aliados, no solamente está defendiendo el derecho a
existir de los pueblos del campo, como ella les llama, sino que está
interpelando la visión que hemos tenido hasta ahora de los derechos
humanos, influenciada por valores occidentales, centrada en lo
individual, en la ciudad, alienados de la naturaleza.
En el fondo–dice Sofía–
se está diciendo que la dignidad humana está estrechamente ligada a la relación con la naturaleza. Se está moviendo el paradigma antropocéntrico, se está decolonizando el derecho internacional. Esta declaración”, según ella, sería una respuesta clara a un derecho internacional, la llamada lex mercatoria, que ha defendido el derecho a la propiedad a escala mundial, con los tratados de libre comercio, de los convenios de protección de la propiedad intelectual, etc. Hablar de derechos campesinos pone en el centro la protección de la relación social con la naturaleza.
Es en realidad una lucha universal, concluye Sofía.
Enfrascados en la conversación, tenemos que interrumpirla. Desde el
estrado la delegación africana se llama a la asamblea. Su grito“ ¡Amandla!” que significa poder, y la respuesta de la multitud “ ¡Awethu!” que significa
para el pueblonos resitúa. La Vía Campesina, tiene presencia, luchas y energías en espacios institucionales como las Naciones Unidas, pero sobretodo es, como su nombre indica, una vía, una ruta, un viaje colectivo. Porque sin campesinas y campesinos el futuro no se puede imaginar.
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