CDMX: ¿ahora sí?
Constituciones: jurídica y política
Mancera, borrado
Viabilidad de cambios reales
Desde que la izquierda
electoral tomó el poder en Ciudad de México (a nombre del Partido de la
Revolución Democrática), la realidad política, social y administrativa
de la capital del país se ha debatido entre una imbatible vocación
progresista mayoritaria y una gestión administrativa y política cargada,
en lo general, de oportunismo, corrupción e insuficiencias.
Salvo el tramo ejercido por Andrés Manuel López Obrador (durante el
cual tampoco se pudieron abatir los niveles negativos, a causa, entre
otros factores, de la necesaria convivencia y negociación con corrientes
condicionantes, como la encabezada por los Chuchos), en el resto de las
administraciones
de izquierdase vivió entre el escaparate de las buenas obras en la superficie (susceptibles, desde luego, de amplia propaganda) y la realidad oscura, densa, del clientelismo electoral, el financiamiento oscuro de campañas y la corrupción institucionalizada. Así estaban
las estructuras; así era
la realidad; tal era el
pragmatismonecesario.
La primera Constitución de Ciudad de México, que entró en vigor ayer,
aportará más letras y párrafos al mar de letras y párrafos jurídicos
que han inundado a la realidad nacional, sin que cambie el fondo, la
sustancia, de la relación entre la ciudadanía y sus gobernantes. Marcelo
Ebrard trató de impulsar esa Carta Magna chilanga con Alejandro Rojas
Díaz Durán como punta de lanza. Pero el tiempo y las circunstancias no
le permitieron quedar como padre de esa ansiada constitucionalidad.
Miguel Ángel Mancera pudo haber quedado como el reconocido héroe de este
episodio, pero su recuerdo histórico es absolutamente negativo y ahora
navega en la intrascendencia práctica desde el Senado al que llegó por
la vía del PAN, aunque coordina la chiquibancada de lo que queda del
Partido de la Revolución Democrática.
El momento político e histórico es, en ese sentido, de Morena y de
López Obrador, cuyo segundo apellido volvió a ser coreado en la
instalación de un poder legislativo; antes en San Lázaro, en el ámbito
federal; ahora en Donceles, donde el nuevo partido dominante también
tiene la mayoría de votos. Mancera ni siquiera estuvo en la sesión, y
del PRD, sólo su minoritaria bancada.
Pero, ironías de la realidad política mexicana, es posible que en
esta temporada inaugural vaya a ser más importante y trascendente la
constitución del poder chilango que la Constitución jurídica, que en
realidad nadie solicitó clamorosamente. La fotografía de Donceles
muestra el compacto arribo de una clase ejecutiva progresista al mando
de la ciudad capital: Martí Batres podría sintetizar ese ciclo, pues fue
diputado en la primera Asamblea Legislativa del Distrito Federal, dos
décadas atrás (1997 a 2000), y ahora preside la mesa directiva del
Senado (por cierto, en aquella época era coordinadora de comunicación
social de esa asamblea la ex reportera Rosa Icela Rodríguez, ahora
secretaria de gobierno de Ciudad de México).
Alejandro Encinas Rodríguez, próximo subsecretario de Gobernación,
fue diputado constituyente y uno de los ejes de la negociación y la
concreción de lo que hoy es la citada Constitución capitalina. Con tales
antecedentes, le correspondió un papel central ayer, en la sesión que
hizo pasar a Chilangolandia de una condición estatutaria a una
constitucional, con la asamblea legislativa convertida en congreso y los
jefes delegacionales en alcaldes.
El jefe político del nuevo Congreso es Jesús Martín del Campo
Castañeda, quien fue dirigente en el movimiento estudiantil de 1968, en
la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación y en el PRD
premorenista. El nuevo encuadre legislativo capitalino tiene consonancia
con el gobierno por instalarse meses más adelante, el que encabezará
Claudia Sheinbaum, académica y científica que ha sido firme partícipe en
los lances electorales y gubernamentales del obradorismo. Con toda esa
nueva constitución política, ¿habrá ahora sí pasos fuertes y firmes para
sanear Ciudad de México e ir verdaderamente adelante?
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