Luis Linares Zapata
Varias de las aristas que
definirán la sustancia de la transformación prometida empiezan a
delinearse con nitidez. Otras más, quizá las decisivas, quedan
pendientes de ser, siquiera, alumbradas como venideras. Es posible que
esperen su turno emparejadas con los avances que mostrarán las primeras
concreciones del cambio. Mientras tal proceso se encarrila, la crítica,
en especial la proveniente del poder establecido y aliados académicos y
mediáticos, arrecian sus cuestionamientos tras cada uno de los pasos
dados por el gobierno en ciernes. La gran preocupación que se va
dibujando en el panorama de la actualidad apunta hacia el talante con
que se usará la abrumadora masa de poder conseguida en la pasada
elección. De esa cuestión, por demás trascendente, se derivan otras
menores pero que, en conjunto, someterán a sendas pruebas de viabilidad a
la susodicha transformación. Por mientras, la consciente algarabía
desatada en el ámbito colectivo no tiene parangón con el pasado. La
discusión apunta hacia una apertura y participación informada, clave de
la vida democrática.
Al tomar el control del Congreso la dominancia lograda por los
legisladores de Morena se hizo, aunque a traspiés, presente. No
tardaron, sin embargo, en dar los golpes legislativos pertinentes.
Abordaron, con más pasión que racionalidad, la reforma de los ingresos
personales de todo el aparato de administración. Se incluye aquí, aunque
sea de manera indirecta, al Poder Judicial y, por extensión, también
los niveles estatal y municipal. Será un gobierno ineficiente, precario,
incapaz de responder a las necesidades exigidas, en especial a todo
aquello que requiere especialidad, se arguyó de inmediato y
machaconamente. De nueva cuenta, como durante toda la campaña, se ponen
en duda los factibles ahorros derivados y previstos por los morenos.
Se hacen, para sostener este alegato de insuficiencia, una variada
cantidad de señalamientos que arrojan cifras menores. En lo central se
evita poner el acento en lo importante: el aspecto simbólico de la
medida y la pretensión de entrar, de lleno e inmediato, en los trabajos
de sobria equidad y justicia distributiva. Los medios de comunicación se
tapizan con alarmas de fuga de talento burocrático. Se publica y afirma
que cientos, sino es que miles de funcionarios, abandonarán sus puestos
ante el temor de los bajos salarios y se pasarán a la iniciativa
privada o irán al extranjero. La coordinación difusiva del presidente
electo todavía no atina a contrarrestar la avalancha en este aspecto.
Lo central, que se nota en esta actualidad un tanto nebulosa, pone el
acento en la tentativa del poder establecido por nulificar avances en
la ruta de la transformación iniciada. Se solicitan pausas, cuidados,
racionalidad y preparación antes de dar pasos acelerados. Se trata de
atemperar lo que ya se apunta como modificaciones de hondo calado. El
foco de la resistencia se encalla en suposiciones y cuentas alegres y
tramposas pero mostradas con aparente solidez de expertos. Este aspecto
de la austeridad es, muy a pesar de la crítica desatada, una de las
líneas que definirán los nuevos rumbos de la República futura.
La otra vertiente ya en claro avance, también de fondo y sustantiva,
tiene su concreción en los planes para auxiliar a los más vulnerables:
jóvenes y viejos. No se piensa en lanzarles salvavidas ocasionales y
poquiteros, sino en reales programas que los incluya al resto social.
Serán costosos, sin duda, pero son vitales para sustentar la
transformación prometida. El contraataque en este renglón ha sido,
todavía, escaso por parte del sistema de poder. La razón quizá se
encuentre en el ofrecimiento de colaboración en el programa de becas de
trabajo para jóvenes que se hará, en buena parte, con la organización
empresarial. Quedan, como postes ineludibles del debate, los dos planes
constructivos, el nuevo aeropuerto y el tren peninsular. Lateral al
primero de ellos el tiroteo de medios ha sido intenso. La consulta ha
sido, en este polémico caso, la piedra de toque. Tal parece que es
anatema consultar a la ciudadanía y recabar su opinión. Se puede
distinguir, con suficiente claridad, el motivo de esta disputa: la
apuesta de Morena por avanzar en la democracia participativa.
Complemento necesario en la pretensión de ir hacia una vida democrática
compleja y moderna. Es en este ángulo donde se radicará el sustrato que
podrá sostener el edificio de la ya famosa cuarta transformación. Ese
aliento democratizador que tanto se requiere y tanto se ha escamoteado
por el sistema imperante y su elitista modelo neoliberal.
Hay, sin embargo, gran parte de la ruta hacia el cambio todavía por
iniciar, en especial lo respectivo al indispensable aumento de los
ingresos de la hacienda pública. No con más impuestos, sino con tapar
fugas y obligar a que todos colaboren con lo correspondiente. El uso
fiscal de la justicia.
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