Después del éxito de Gravedad
(2013), el realizador Alfonso Cuarón hizo algo sorprendente, volver a
México para filmar su película más ambiciosa y personal a la fecha.
Recién ganadora del León de Oro en el festival de Venecia, Roma
es un vívido y emotivo fresco sobre la vida en Ciudad de México a
principios de los años 70, desde la perspectiva de un personaje al que
por regla general se le margina a un segundo plano. Ese personaje es
Cleo (Yalitza Aparicio) una de las dos empleadas domésticas que trabajan
en un hogar de clase media de la colonia epónima.
De tintes autobiográficos, la película describe una serie de
situaciones en que la familia interactúa con Cleo, quien es la encargada
de cuidar a los cuatro niños que la integran, además de encargarse de
la cocina y la limpieza hogareñas. Si bien Sofía (Marina de Tavira), la
madre, trata a Cleo como miembro de la familia, no faltan los momentos
en que le grita órdenes para recordarle quién es la patrona.
Ambas mujeres han sido abandonadas por sus respectivas parejas, lo que refuerza el nexo.
El novio irresponsable de la muchacha es Fermín (Jorge Antonio
Guerrero), un joven que la ha dejado embarazada. En una de las mejores
secuencias de Roma, Cleo lo busca en un campo en el estado de
México, donde él entrena artes marciales con docenas de jóvenes
similares, bajo la instrucción del Profesor Zovek (Latin Lover). Es el
entrenamiento de los Halcones que, meses después, entrarán en acción
para reprimir la manifestación del jueves de Corpus.
Cuarón recrea dicha represión, pero es algo que sucede en los
márgenes de la historia. Lo importante es lo que le sucede a Cleo en una
tienda de muebles y su encuentro final con Fermín. Lo que sigue es el
momento más doloroso de la película, una secuencia resuelta con una
intención clínica que no elude la compasión.
No hay nostalgia en la mirada del director, sino un recuerdo patente
de cómo eran las cosas. Así era la avenida de los Insurgentes, con sus
camiones chatos y autos viejos. Así eran las salidas del cine, con la
multitud de vendedores ambulantes. Así era el país, con sus presidentes
represores cuyas iniciales se podían leer en los montes. Con travelings laterales, Cuarón lo muestra todo como un flujo vital, sereno como el recuerdo mismo.
Convertido en autor total –director, guionista, fotógrafo, coeditor y
productor–. Cuarón ha hecho la película mexicana que será una
referencia inevitable en los años venideros. Tan rico es el despliegue
visual y auditivo de Roma que uno siente la necesidad inmediata de volverla a ver. Seguro las repetidas visiones revelarán otros significados.
Lo único lamentable del asunto es que, siendo adquirida por Netflix,
Roma no podrá ser apreciada por la mayoría de los espectadores como
acaba de verse en Toronto: en una pantalla grande de cine. Su hermosa
fotografía en blanco y negro y 65mm. quedará reducida al tamaño de las
pantallas caseras y, peor, las computadoras. Al menos en México sería
urgente que pudiera estrenarse también en salas cinematográficas.
Twitter: @walyder
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