Miguel Concha
Después de 40 años de
convivir en un pacto social de globalización neoliberal, con reducida
regulación gubernamental, el resultado desafortunadamente ha sido el
incremento de la pobreza, la acumulación de la riqueza en pocas manos,
y, consecuentemente, el aumento de la desigualdad social. Lo cual en
esas dimensiones no sucede en países como los escandinavos y Nueva
Zelanda. Por el contrario, es claramente evidente que esos efectos
negativos se maximizan en aquellos países en los que su estado de
derecho es débil, vulnerable, y, peor aún, corrupto. Esta situación ha
generado un malestar social colectivo en muchas sociedades, que se ha
visto expresado en diversos procesos electorales recientes, incluido el
nuestro, con el triunfo sin precedentes y aplastante de López Obrador y
Morena.
En esencia, la causa principal de lo anterior es que no se ha creado
una cantidad suficiente de empleos bien pagados que beneficien a la
mayor parte de la población, originada en el hecho de que el ejercicio a
ultranza del modelo económico y social ha provocado que la riqueza
creada no se reparta eficazmente y llegue exiguamente a la mayor parte
de la población. Y ello también debido a que las empresas, por la puesta
en práctica de un elemento esencial del modelo neoliberal, reducen su
gasto laboral, utilizando el menor número de trabajadores y empleados,
con los menores salarios posibles, para lograr ser competitivas y tener
costos y gastos equiparables o mejores que sus competidoras. Panorama
que se ha agudizado con la incorporación de la tecnología, la robótica,
el uso de la inteligencia artificial y la nueva forma de hacer negocios.
Todo lo cual acentuará las posibilidades de desempleo y las actividades
informales.
Las medidas anunciadas por nuestro presidente electo, como son las
pensiones para adultos mayores y personas pobres discapacitadas, así
como las becas para el desarrollo educativo de las y los jóvenes, son
indudablemente necesarias para impulsar el estado de bienestar social en
nuestro país. No serán sin embargo suficientes si no vienen acompañadas
con acciones que en forma simultánea impulsen el desarrollo económico
del país. Y para lo cual es igualmente indispensable contar con nuevas
políticas con perspectiva de derechos humanos, particularmente en
materia económica, social y medioambiental, pues ya no se deben seguir
separando la política económica y la política social.
Entre las acciones que hay que desarrollar en el ámbito económico
sobresale el regular con eficacia las desviaciones del mercado,
eliminando los privilegios empresariales que evitan que se dé una
auténtica competencia. Elemento éste fundamental en el sistema para la
fijación de precios justos a los consumidores, con el que se reduciría
al menos a corto plazo la pobreza y la desigualdad.
Otras acciones prioritarias deberían ser el incrementar las
inversiones gubernamentales en infraestructura, que a la vez que crean
fuentes de trabajo impulsan la productividad en el país. Lo anterior
deberá complementarse con la creación de un clima que facilite la
inversión privada, simplificando los trámites, castigando la corrupción,
minimizando las decisiones discrecionales de las autoridades y
obligando al sistema bancario a una competencia auténtica. Todo ello en
un clima de verdadera ética pública, y cortando de tajo la evasión y
elusión del pago de impuestos. No es posible en efecto que las
autoridades no hayan hecho nada hasta ahora para dejar que el fisco
pierda cada año 2 billones de pesos por el uso de facturas apócrifas por
parte de empresas bien pertrechadas para cometer estos y otros fraudes
bien conocidos ahora. Y tampoco es admisible que en el medio empresarial
algunos de sus exponentes hayan venido aprendiendo a vivir con la
corrupción, y muchos la consideren casi como una segunda naturaleza que
simplemente hay que calcular entre las pérdidas y ganancias, sin
necesidad de eliminarla como prioridad. Tampoco es dable que en los años
recientes se haya venido minimizando en las empresas la solidaridad con
los diferentes grupos que la integran: los empleados y trabajadores,
los consumidores, los agentes y los proveedores, otorgándole en cambio
una prioridad absoluta a los inversionistas. Debe entonces exigirse por
parte de la sociedad civil la puesta en práctica en las empresas de una
auténtica responsabilidad social.
Los tiempos que vienen a corto plazo van a prestarse posiblemente a
problemas sociales y políticos que podrían ser graves. Y por ello la
ciudadanía tendrá que preguntarse qué se está haciendo y qué se ha
dejado de hacer para generar la injusta convivencia que mantenemos en
los campos de la pobreza y la desigualdad en los que estamos inmersos. Y
sobre todo qué se debe hacer ética y políticamente para evitarlo.
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