En entrega anterior (La Jornada,
28/8/18), dejamos claro cómo la aparición del ambientalismo y su
meteórica carrera en los escenarios de los países industriales, y su
consagración internacional (1972-92), casi coincidió con la aparición y
el despliegue del neoliberalismo, representado por los regímenes de M.
Thatcher en Inglaterra (1979-90) y de R. Reagan en Estados Unidos
(1981-89). Desde entonces ocurrió una eficaz domesticación y
neutralización del ambientalismo, cuyas versiones originales no sólo
eran peligrosas para el sistema, sino que ponían en duda buena parte de
los principios y valores de la sociedad industrial. En su libro Ecología y poder (2004)
que analiza ese fenómeno, la socióloga española Beatriz Santamarina
asienta: “Si los primeros informes analizados suponían una dura crítica
contra la ideología dominante del crecimiento económico, poniendo en
jaque a las teorías de la modernización y del desarrollo industrial tan
en boga en los 60, el Informe Brundtland supone el triunfo
enmascarado de una nueva era neoliberal. Un triunfo contextualizado por
el aumento de las políticas conservadoras, la inminente caída de ‘la
cortina de hierro’ y el abaratamiento de las fuentes de energía y de los
recursos. Bajo el polisémico concepto de desarrollo sustentable, cuyo
paisaje de fondo es el inicio y la restructuración del capitalismo,
reaparece el viejo mito del progreso. No debe entonces parecer extraño
que lo anterior a esta producción sea tachado de ‘catastrofista’,
‘apocalíptico’ o ‘radical’; las connotaciones negativas sirvieron para
desacreditar un discurso que hacía peligrar los pilares del sistema”. En
un artículo reciente, E. Gómez-Baggethun y J. M. Naredo han retomado el
tema para analizar brillantemente lo ocurrido entre el informe del Club
de Roma, Los límites del crecimiento (1972) y la más reciente Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro (2012). Sus conclusiones: el ambientalismo pasó de noción de
crecimiento contra el ambientea otra de
crecimiento para el ambiente, de un énfasis en las políticas públicas a otra basada en las regulaciones del mercado, y de un discurso esencialmente político a otro explícitamente tecnocrático (Sustainability Science, 2015, 10:385-395). ¿Qué forma tomó este proceso global en México?
En México presenciamos en los 30 años pasados la gradual sujeción del
poder político a los intereses del capital (empresas, corporaciones y
bancos), lo cual tuvo efectos negativos sobre lo ambiental. Alcanzo a
distinguir tres campañas paralelas: A) la degradación y neutralización
de la política ambiental que se había iniciado apenas en 1994 con la
fundación de la Semarnap; B) la intensificación de la privatización y
mercantilización de la naturaleza (agua, bosques, minerales,
biodiversidad, paisajes, semillas, genomas), lo cual buscó enmascararse
con una vigorosa campaña de lavado de imagen de las empresas, y C) la
aparición de un
ambientalismo de élite, que por ingenuidad, superficialidad o interés, terminó ignorando, ocultando o haciendo invisible las dos anteriores campañas. Este
ambientalismo neoliberal, lugar común en el discurso de funcionarios, expertos, consultores y organizaciones civiles, ha sido alimentado en lo ideológico por destacados científicos de la ecología mexicana.
La creación de un ministerio del ambiente en México fue producto
tanto de la presencia de movimientos sociales fundamentalmente urbanos
(como el Pacto de Grupos Ecologistas) como de la tendencia mundial que
exigía integrar en las políticas públicas lo ambiental. Su aparición
estuvo marcada por una alta presencia de cuadros científicos y técnicos,
lo cual le otorgó cierto prestigio y permitió introducir leyes, definir
marcos regulatorios y colocar las problemáticas ambientales en las
políticas públicas. La exacerbación del neoliberalismo en los tres
sexenios recientes fue provocando, sin embargo, el deterioro técnico de
la secretaría lo cual se expresó en el arribo de funcionarios incapaces y
corruptos, y en el relajamiento de las normas. La conflictividad
socioambiental fue consecuencia directa de permisos otorgados de modo
fraudulento en las zonas costeras, tiraderos de residuos tóxicos,
proyectos mineros, cementeras, programas hidroeléctricos, parques
eólicos y producción forestal. El caso extremo fue el del maíz y la soya
transgénicos. Contra sus funciones centrales, la Semarnat se puso, en
los litigios jurídicos, del lado de las corporaciones biotecnológicas y
contra los ciudadanos y organizaciones que se opusieron a su
introducción. El otro factor fue la reducción del presupuesto. Dos
décadas de neoliberalismo fueron suficientes para arruinar la política
ambiental, presidida en estos años por un vendedor de autos de lujo.
Como en el resto de los ministerios, los mercaderes tomaron el poder.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario