Visto desde arriba, desde las pugnas de las élites y la ingeniería de fabricación de conflictos, la salvaje agresión de los porros contra
una manifestación pacífica de alumnos del CCH Azcapotzalco frente al
edificio de Rectoría en Ciudad Universitaria (CU) fue una clara
provocación para generar un problema de grandes proporciones sociales.
Mirada desde abajo, desde el hartazgo juvenil contra la inseguridad y
el acoso y el malestar de los profesores de asignatura con la
precariedad laboral, la vigorosa y masiva movilización y el paro
generalizado en la UNAM con el que los jóvenes universitarios
respondieron a la golpiza, constituye una acción legítima, nacida de las
problemáticas no resueltas que atraviesan buena parte de la comunidad
de esa institución.
La agresión del 3 de septiembre fue perpetrada a plena luz del día,
frente a cámaras de televisión, para ser difundida masivamente. Haciendo
ostentación de su violencia, los porros atacaron a estudiantes
pacíficos, sin el menor cuidado por esconder su identidad. Buena parte
de la prensa presente en Rectoría informó con objetividad que la golpiza
era obra de los grupos de choque. Las redes sociales viralizaron la
embestida.
En todo momento los porros contaron con la complicidad y el
apoyo de los servicios universitarios de vigilancia. Se trasladaron a CU
desde el estado de México. Fueron convocados por la Dirección General
del Deporte Universitario, a cargo de Alejandro Fernández Varela.
Teófilo Licona, El Cobra, funcionario de Auxilio UNAM, aparece en muchos videos junto a los golpeadores.
Desde la lógica de las pugnas en las élites, un conflicto de grandes proporciones en la UNAM podría enorpecer la supuesta
transición de terciopelodel futuro gobierno. Más aún si se empalma con el inminente estallido de 10 universidades públicas que se encuentran en bancarrota. Todo ello agravado, por el viraje de una buena parte de la nomenclatura de la UNAM hacia el lopezobradorismo, en detrimento de su tradicional alianza con el priísmo.
Pero, independientemente de las causas que pudieron auspiciar la
provocación, la respuesta estudiantil tiene vida propia. Cuando los
jóvenes estudiantes de los CCH o de las preparatorias exigen la renuncia
de Benjamín Barajas o del rector Enrique Graue, no están siendo
manipulados por nadie. Conocen los vínculos de Barajas con el porrismo y la indolencia con que el rector ha respondido a los casos de violencia contra estudiantes universitarios.
La agresión de los porros del pasado 3 de septiembre fue la
gota que derramó el vaso. No fue un hecho de violencia aislado. Esos
mismos grupos de choque agreden cotidianamente a los alumnos en sus
escuelas, los roban, extorsionan y molestan.
Pero, además, los jóvenes universitarios (especialmente las mujeres)
padecen dentro del territorio puma un clima de inseguridad que, aunque
no es exclusivo de la UNAM, resulta inadmisible. La lista de las
barbaridades que sufren es inacabable.
El pasado 20 de agosto, la estudiante de CCH Oriente Miranda Mendoza
fue secuestrada al salir de la escuela. Los criminales la asesinaron y
calcinaron. El 3 de mayo de 2017, Lesvy Osorio fue estrangulada por su
novio con el cable de un teléfono dentro de CU. Las autoridades
difundieron la versión de que se había suicidado. El 23 de enero, Marco
Antonio Sánchez, de 17 años, de la Preparatoria 8, fue arrestado por
policías y luego desapareció. Cinco días después fue hallado a 30
kilómetros de distancia, con otra ropa, golpeado y con alteraciones de
conducta.
En los años recientes, se han multiplicado las denuncias de acoso
sexual y comportamiento indebido contra maestros universitarios. Las
alumnas están hartas de la impunidad de los docentes acosadores. Por
ello, el punto 4 de la minuta de la masiva asamblea interuniversitaria
del pasado 7 de septiembre, se titula
Violencia de género y contra la mujer. Entre las demandas que sostiene se encuentra la
resolución de los casos de violencia de género, agresiones, feminicidios y desapariciones de los miembros de la comunidad universitaria.
Los funcionarios universitarios han respondido a estas violencias con
dejadez e indolencia, como si no pudieran hacer nada para remediarlas.
En cambio, los jóvenes las consideran inadmisibles y exigen acciones
eficaces para remediarlas (punto 5 del pliego petitorio). Para ellos,
las autoridades son omisas e insensibles con la problemática. Más aún
ante fenómenos como el porrismo, en el que están directamente involucrados algunos funcionarios de dentro y fuera de la UNAM.
Sin embargo, para la movilización estudiantil en curso, la problemática de su institución va más allá de las agresiones porriles o
de la violencia endémica que padecen. Y, aunque algunos actores desean
contener la protesta a los estrechos márgenes de la la lucha contra el porrismo,
en el ideario de los jóvenes son igual de importantes la
democratización de la UNAM y la defensa de la educación pública. A ver
cómo los frenan.
Twitter: @lhan55
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