OPINIÓN
OPINIÓN
Foto: Nelson Rodríguez
Por: Alena Pashnova*
Cimacnoticias | México, DF.-
Crecí en un país machista, lo que me une con la mayoría de las mujeres del mundo, ya que pueden hacer constar lo mismo.
Compartimos la enseñanza: desde pequeñas nos han dicho que los hombres
son fuertes, que no lloran y que no le temen a nada. Sin embargo,
conforme pasan los años, la realidad nos demuestra que no todo lo que
se dice es verdad: los hombres sí lloran, sí le temen a muchas cosas, y
sí hay mujeres con voluntad e ideales inquebrantables.
Resulta que el mundo puede ser distinto a lo que nos enseña la familia,
la religión y la sociedad, ya que hay muchas formas de ser hombre, hay
muchas formas de ser mujer, pero sobre todo, hay muchas formas de ser
humano.
No obstante, seguimos viviendo en un mundo donde los roles
tradicionales de los hombres y las mujeres están definidos de una
manera estricta y limitada.
Cada día la realidad nos pone de testigos, para que presenciemos cómo
cualquier intento de cambio de estos roles provoca miedo en las
personas. Frecuentemente este miedo llega a transformarse en actos muy
poco pensados, como es atacar física y psicológicamente a las y los que
luchan por la igualdad y por los Derechos Humanos.
Es importante identificar y denunciar este pavor al cambio, ya que el
ciclo vicioso del miedo lleva a la violencia, intolerancia e injusticia
–hechos que buscamos erradicar en nuestra sociedad–.
Desde hace aproximadamente un año Nicaragua empezó a vivir una polémica
social muy interesante que fue provocada por la famosa Ley Integral
contra la Violencia hacia las Mujeres, mejor conocida como la Ley 779.
El contexto es el siguiente: al aprobar la Ley 779 el año pasado,
Nicaragua oficialmente se convirtió en el séptimo país en América
Latina en condenar la violencia contra las mujeres.
La nueva norma establece diferentes sanciones como: sentencias de hasta
30 años de prisión para los agresores, creación de los juzgados
especializados en violencia de género en todo el país, y prohibición
completa de la mediación entre la víctima y el agresor como una medida
de resolución de conflictos.
Pero, ¿por qué no se permite la mediación? La respuesta a esta pregunta
tiene raíces en las siguientes estadísticas: según el Movimiento
Autónomo de Mujeres en Nicaragua, 33 por ciento de las mujeres que
fueron asesinadas por sus parejas habían aceptado previamente este
método de resolución de conflictos.
¿Por qué la mediación no funciona? Porque resulta que el único objetivo
de las mediaciones en los conflictos intrafamiliares de hoy en día es
persuadir a la mujer de perdonar al agresor y regresar a la familia.
La mujer perdona, la mujer regresa, pero la violencia sigue. Al
analizar estos simples hechos se puede llegar a la conclusión de que la
mediación debe ser repensada seriamente o prohibida, ya que no
contribuye a la eliminación de la violencia.
Lo más interesante es que hace apenas unos días cientos de personas
salieron a las calles de Nicaragua para manifestarse en contra de la
Ley 779.
Entre las exigencias más repetidas de los manifestantes (aparte de
anular la ley como tal) fue el regreso de la mediación al proceso
legal. A las manifestaciones de las calles se sumaron las voces de
representantes de la Iglesia evangélica, que sostiene que la Ley 779
atenta seriamente contra la integridad de las familias.
Pero, ¿quizás es mejor estar viva, que casada? Desgraciadamente no
todos responden “sí” a esta pregunta. Desgraciadamente las
manifestaciones en contra de la nueva ley representan el miedo a los
cambios. Este miedo llegó a cuestionar la constitucionalidad de la ley
ante la Corte Suprema de Justicia de Nicaragua. Aún hoy en día todas
esperamos esa respuesta.
Para las y los lectores que podrían llegar a pensar que el miedo a los
cambios en la sociedad y las actitudes machistas se encuentran con
mayor frecuencia en los países en desarrollo que en los desarrollados,
existe un claro ejemplo de lo contrario.
El caso de Anita Sarkeesian, feminista estadounidense, crítica de los
medios y famosa bloguera, puede ilustrar cómo el machismo sigue vivo en
todo el mundo.
Anita se hizo conocida mundialmente cuando empezó su videoblog llamado
Frecuencia Feminista (Feminist Frequency). Su objetivo fue analizar la
imagen de las mujeres y su uso paradigmático en la cultura popular,
eligiendo como objetos de análisis algunos de los medios de mayor
expansión y alcance reciente: las películas y los videojuegos modernos.
Durante su investigación se identificó que la imagen de la mujer fue
violentada y distorsionada por los escritores o guionistas sólo para
alcanzar ciertos objetivos dentro de sus historias.
Por ejemplo, uno de sus más interesantes videos examina cuando las
mujeres aparecen en las películas y videojuegos como incapaces de
valerse por sí mismas, inseguras y en la necesidad constante de que
llegue un hombre salvador.
A primera vista la investigación llevada a cabo por Anita parece
interesante e inocente. Sin embargo es sorprendente saber que la
bloguera se convirtió en el blanco de una campaña masiva de acoso en
internet.
Fue víctima de expresiones machistas, sexistas, de insultos y amenazas
de violación y muerte. Sus cuentas de correo fueron invadidas y se
llenaron de cartas con comentarios humillantes.
Incluso se creó un videojuego en internet, en el que aparecía su
fotografía y el objetivo de los jugadores era golpear su rostro con el
cursor, dejándolo cubierto de sangre y moretones. Anita afirma que pasó
mucho tiempo temiendo por su vida.
¿Qué podemos deducir al escuchar estas historias que ocurrieron en
diferentes contextos, diferentes países, con diferentes personas, pero
que son tan parecidos en esencia?
Podemos afirmar que a diferencia de lo que nos enseñaron de pequeñas,
los hombres le temen a muchas cosas. Tienen miedo que las mujeres
puedan pisar sus territorios, como lo hizo Anita Sarkeesian; tienen
miedo de ser juzgados por violentar los derechos de las mujeres, como
lo dicta la Ley 779.
Los hombres tienen miedo a los cambios de los roles tradicionales,
porque están dispuestos a acudir a la violencia con tal de no permitir
ningún cambio en el balance de poder.
Esto merece una gran aclaración: me refiero a los hombres machistas, ya
que los verdaderos seres humanos (sin referirme a ningún género)
aceptan y buscan la igualdad y luchan por la inclusión y protección de
los grupos más vulnerables.
En esos grupos es donde temporalmente nos encontramos nosotras. Por
ahora, pero esperemos que no por mucho: lentamente, pero los cambios
están sucediendo, y es nuestra obligación como mujeres – siendo la
mayoría en el mundo– acelerar estos cambios hacia un mayor respeto e
igualdad de nuestros Derechos Humanos y eliminar la intolerancia y el
miedo de la minoría en el poder.
*Periodista rusa residente en México.
13/AP/RMB
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