Alberto Aziz Nassif
México es un país en donde prácticamente todos los años hay elecciones y en cada proceso se escribe una historia negra de trampas y denuncias, esta vez no fue la excepción.
Algunas de las características que definieron las elecciones del 2013 fueron: 14 comicios locales, pero sólo una gubernatura; se logró que todos fueran el mismo día y no repartidos a lo largo del año como sucedía hasta hace poco; un rasgo importante fue la conexión particular de intereses entre el espacio de la política nacional y la política local por el Pacto por México; se trató de la primera prueba en las urnas dentro del nuevo sexenio, el del regreso del PRI. Otra vez hubo denuncias sobre el uso político de programas sociales y dinero público; y las alianzas entre partidos se dieron de forma repetida. Otros rasgo fue la crisis y los rompimientos internos en los dos grandes partidos de la oposición, PAN y PRD, frente a un PRI instalado de nuevo en Los Pinos. Estas elecciones fueron el espectáculo local que se jugó en el medio tiempo entre los dos periodos ordinarios del Congreso de la Unión, pero, sobre todo, fueron los comicios en donde la violencia se presentó con toda su crudeza; en múltiples espacios del país el crimen organizado puso y vetó candidatos, en otros los liquidó y en algunos más impuso sus reglas y control.
Por tratarse de elecciones locales hay al menos tres problemáticas no resueltas que fueron parte del contexto en el que se votó: a) la inseguridad que en esta nueva administración no tiene cambios importantes respecto a los números que dejó el terrible sexenio calderonista; b) la necesidad de tener más trasparencia y dispositivos más eficientes para la rendición de cuentas de los gobiernos locales que siguen instalados en la opacidad; c) y, de forma central, la regulación necesaria sobre el endeudamiento de estados y municipios que se ha disparado sin ningún control.
¿Qué nos deja el 7 de julio en la selva de las elecciones locales? El estudio que hizo el Senado sobre las condiciones de este proceso marcó la repetición de la pauta conocida en todas las elecciones: compra del voto, intromisión de las autoridades, presencia corporativa de los maestros, apoyos ilegales de los gobernadores, instituciones electorales débiles, es decir, el mismo cuento de siempre en la mayor parte de los territorios electorales. Esta realidad se impuso ante el compromiso retórico, el famoso adéndum que se firmó dentro del Pacto por México.
El día de los comicios se vio el panorama de las 14 historias locales, cada una con una dinámica singular. Con los primeros conteos de votos se pueden destacar algunos resultados: el PAN se vuelve a quedar con Baja California por otro sexenio, con el 92% de las actas computadas mantiene una ventaja de 3 puntos porcentuales. A pesar de haber sido una elección competida la abstención alta —un componente de la cultura política de esa región— se mantuvo y 6 de cada 10 bajacalifornianos no fueron a votar. El PRI tuvo resultados mixtos, en estados como Hidalgo logró conservar casi todas las posiciones, pero en Coahuila, Aguascalientes y Tamaulipas perdió algunos municipios importantes que gano el panismo. Al PRD no le fue bien, de nuevo mostró sus debilidades de estructura y un voto duro reducido; logró algunos triunfos en alianza con el PAN.
De alguna forma hay un hilo importante que reúne todos estos procesos electorales, la certeza de que el modelo de alternancias y el pluralismo son factores importantes de una democracia, pero que de ninguna manera han sido suficientes para lograr una democracia real, porque lo que tenemos es la profundización de una crisis de representación ciudadana en la política formal. Los partidos, los congresos y los gobiernos locales necesitan algo más que turnarse el poder en ciclos de alternancia, es decir, entrarle a modificar los núcleos duros que obstaculizan el ejercicio democrático para tener una representación real. La desprestigiada clase política necesita decidirse por un combate sistemático, consistente y profundo a la corrupción que inunda al país y baje de los niveles más altos hacia los más bajos en la pirámide del poder.
Ahora Peña Nieto y los panistas pueden regresar a la agenda de reformas del Pacto por México, lo que sucedió el domingo pasado no será un factor para alterar las negociaciones en su agenda compartida (energética y fiscal). En cambio, para el PRD los temas de Pemex y el IVA lo colocan en una posición difícil, sobre todo porque Morena y AMLO se empezarán a movilizar contra el Pacto. En suma, el 7 de julio deja un nuevo reparto del poder que se parece mucho al que había antes de los comicios…
Investigador del CIESAS
Lectura de los comicios
José Antonio Crespo
Una tentación permanente del periodismo nacional e internacional es hacer una lectura federal de comicios locales como los celebrados el domingo pasado; se trata de vislumbrar qué mensaje general se manda en las urnas; ¿es una buena valoración para el gobierno de Enrique Peña Nieto? ¿Se aprecia el retorno del PRI al poder? ¿Se ha dado un espaldarazo al Pacto por México o éste ha beneficiado principalmente al partido gobernante frente a los opositores, como lo reflejan algunas encuestas? El presunto triunfo del PAN en Baja California, ¿es también un triunfo de Peña Nieto frente a Manlio Fabio Beltrones? ¿Hubo un castigo electoral al PAN por sus conflictos internos? Probablemente nada de eso; los resultados en cada uno de los catorce estados donde se celebraron comicios el domingo pasado, reflejan esencialmente la dinámica local; la valoración de los electores de sus gobiernos respectivos, el papel de los partidos de oposición locales, escándalos también estatales como el endeudamiento y corrupción de Humberto Moreira en Coahuila, el conocimiento directo de los candidatos a distintos cargos en disputa (ganaron dos candidatos independientes, uno en Zacatecas y otro en Quintana Roo), el papel de los partidos locales o la presencia regional de partidos pequeños (la gran votación del PT en Durango y en Zacatecas, por ejemplo), el tipo de coaliciones que se formaron en cada estado (coaliciones tutifruti que nos recuerdan que la prioridad de los partidos no son sus programas, propuestas o ideología, sino el poder por el poder mismo, así como los recursos y presupuestos inherentes). Los partidos nacionales —en particular los tres más importantes— pierden terreno en algunos estados y lo ganan en otros. De lo cual no puede inferirse una lectura nacional de los resultados agregados en todos estos comicios. Eso es un error de análisis en los que muchos caen. Para dilucidar la motivación de los electores habría que revisar encuestas de salida o poselectorales en cada entidad para responder la incógnita de por qué la gente votó como votó.
Lo que sí es posible indagar o especular son los efectos probables de estos resultados en la política nacional, lo que es harto distinto. Se puede pensar, por ejemplo, que de confirmarse el triunfo del PAN en Baja California (como todo parece indicar), fortalecerá la posición de Gustavo Madero en la dirigencia de su partido, y le permite continuar en su aspiración de reelegirse a fines de este año. También, que si —como parece— los tres partidos grandes quedan mínimamente satisfechos con los resultados, tendrán incentivos para dar continuidad al Pacto por México (a pesar de las mutuas acusaciones y descalificaciones durante el proceso mismo). Habrá que verlo, pues el Pacto de cualquier manera ha sido puesto en entredicho por este proceso, lo cual constata que los procesos electorales inevitablemente se constituyen como un traspié al proceso de acuerdos interpartidarios, de toma de decisiones y actividad legislativa. Precisamente para despejar el terreno a la acción de gobierno y legislativa se han ido compactando diversos procesos electorales (de ahí que el domingo se celebraran en un solo día comicios en 14 estados, involucrando a 32 millones de electores). Pero no parece bastar; habría que hacer un esfuerzo mayor para reducir todavía más los tiempos para disputar el poder, dejando el resto al ejercicio adecuado del mismo.
cres5501@hotmail.com
Investigador del CIDE
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