Editorial La Jornada
Luego
de las revelaciones de que Estados Unidos realizó tareas de espionaje
sobre asuntos del sector energético y el combate al narcotráfico en
México, la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) emitió ayer un
escueto comunicado en el que indicó que
cuando se publicaron los primeros alegatos sobre programas estadunidenses de inteligencia, el gobierno de México estableció comunicación inmediata con el gobierno de Estados Unidos; sostuvo que nuestro país ha reiterado
por los canales diplomáticos su exigencia de información amplia sobre el asunto, y que
las relaciones entre países se conducen con respeto y apego al marco legal. El presidente Enrique Peña Nieto se refirió al asunto como una
especulacióny como
temas que han surgido en la prensay sostuvo que
en este momento no hay una condición que altere el clima de respeto y de cordialidad que hemos establecido con el gobierno de Estados Unidos, aunque agregó que
si hubo espionaje sería inaceptable. Por su parte, la Procuraduría General de la República (PGR) anunció que iniciará pesquisas en torno a los presuntos acuerdos del gobierno de Felipe Calderón con la Casa Blanca para llevar a cabo intervenciones de llamadas telefónicas y de correos electrónicos desde 2007. Por su lado, la comisión permanente del Congreso de la Unión decidió aplazar la discusión de un resolutivo de condena a las actividades ilegales de espionaje de Washington y de otro que insta al Ejecutivo a pedir explicaciones
precisas y urgentessobre la vigilancia del país vecino sobre funcionarios y legaciones diplomáticas de México.
Es pertinente señalar, por principio de cuentas, que las prácticas
reveladas por las filtraciones del ex asesor externo de la Agencia de
Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés) del país vecino,
Edward Snowden, no son especulaciones
surgidas en la prensa, sino hechos documentados que en ningún momento han sido desmentidos por Washington. Tales actos, por lo demás, son presumibles delitos de acuerdo con diversos instrumentos de la legislación nacional (por ejemplo, el Código Penal Federal, en sus artículos 127, 128 y 129) y de la internacional, que deben ser investigados y, en su caso, perseguidos por las autoridades nacionales. La vigilancia furtiva de funcionarios, instituciones y ciudadanos mexicanos por Washington difícilmente podría describirse como un hecho enmarcado en una relación bilateral de
respeto y cordialidad. Es, por el contrario, una actividad delictiva en varios sentidos –en tanto intromisión indebida en la confidencialidad gubernamental y en la privacidad ciudadana, y en tanto injerencia en los asuntos internos del país– que amerita una actitud enérgica y firme de defensa de la soberanía y del estado de derecho.
Sin
embargo, más allá de la respuesta de la PGR, las reacciones
institucionales ante esta nueva práctica ilegal e injerencista del
gobierno estadunidense resultan insuficientes, tibias y claramente
orientadas a minimizar las revelaciones.
La tibieza es tanto más inaceptable si se considera que el espionaje
sistemático en México ha permitido al gobierno estadunidense
información sobre rubros estratégicos para la economía y la seguridad
nacionales, pero no ha contribuido ni poco ni mucho a mermar la
capacidad operativa, económica y de fuego de las bandas de
narcotraficantes, a suspender el flujo de armas ilegales que provienen
de Estados Unidos –con ayuda incluso de autoridades de ese país, como
ocurrió con el operativo Rápido y Furioso–, a desactivar las
redes de trata de personas que operan en ambos territorios o a combatir
en forma mínimamente eficaz el masivo lavado de dinero que tiene lugar
en ambos países, por mencionar sólo tres de las más graves expresiones
de la delincuencia organizada.
En suma, el espionaje estadunidense en México confirma la
discrecionalidad, impunidad y presumible ilegalidad con que operan
dependencias y funcionarios del país vecino en el territorio nacional y
agrava la pérdida de soberanía nacional frente a las autoridades de
Washington. Lo menos que cabría esperar ante la revelación de estas
actividades es una condena enérgica por parte de las autoridades
nacionales, una ampliación de las pesquisas judiciales correspondientes
hacia el ámbito de los funcionarios estadunidenses involucrados en el
desarrollo de esas actividades en nuestro país, y la revisión profunda
de los términos de la cooperación bilateral en asuntos como la política
energética y la seguridad.
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