Daniela Villegas
@danyelavillegas
Existen cuerpos designados como abyectos, de esos que pese a todo el derroche de sensualidad se les ha anulado el erotismo por no corresponder a los cánones de belleza eurocéntricos, blancos, delgados, heteronormativos, de clase media y alta. Aquellos cuerpos que no posan en suntuosas habitaciones, ni en autos deportivos, yates o playas paradisiacas con iluminación de estudio ni ropa de diseñador.
Aquellos que son censurados y considerados vergonzosos socialmente por ser a la mirada normativa, despreciables, abyectos, como lo definiría Julia Kristeva “aquello que perturba la identidad, sistema y orden. Lo que no respeta, bordes, posiciones, reglas”. Esos cuerpos no existen solos como entidades, sino que van de la mano de ciertas escenificaciones, contextos que reafirman su calidad de abyectos, inferiores.
Es el caso de las imágenes que recientemente han venido circulando en las redes sociales, bajo los hashtags de #Pobrezafilia, #Putipobres y #TanRicaYTanPobre, -principalmente de México- en donde mujeres jóvenes de tez morena posan seductoras con escasa ropa en azoteas urbanas, bardas grises en construcción, cerca de un tinaco de agua o antena de televisión, así como patios o habitaciones desordenadas -que se asume son parte de la vivienda de las protagonistas-, ante la lente de terceros, posiblemente pareja sentimental, o bajo el temporizador de su propia cámara haciéndose una selfie.
La imagen de la joven que sonríe a la cámara en traje de baño, ropa interior o atuendos entallados que realzan su figura esbelta, y el escenario de fondo ya sea de habitaciones en “obra negra”, techos de lámina o de camas repletas de ropa, juguetes o peluches se funden en uno solo, siendo así que el cuerpo de la mujer en la imagen adquiere todas las características del escenario. Se convierte en un cuerpo pobre, ante la mirada principalmente masculina objetivadora y discriminadora, es así que su cuerpo se vuelve algo abyecto, grotesco, como si la misma pobreza fuera algo vergonzoso y degradante en sí misma.
De ser una imagen que en principio podría ser atractiva, sexy y autoafirmativa, -aunque no quiero decir que sea ajena a los mandatos de belleza de delgadez imperante-, sobre todo en aquellas fotografías en que se hace evidente que la protagonista se ha tomado una selfie, se convierte en una imagen abyecta que lejos de constituirse en una acción transgresora de la norma, en que sólo los cuerpos femeninos blancos, eurocéntricos de clase alta, son atractivos, termina siendo juzgada, objetivada y equiparable con aquello desechable. Así que la mujer pasa de sexy a prostituta, a una prostituta pobre como se señala con el hashtag #Putipobres.
En un país como México en el que según datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) en 2014 el 46.2% de la población vive en la pobreza y de 2012 a 2013 fueron 3,892 las mujeres asesinadas en el país, concentrándose en el Estado de México el mayor número de feminicidios con mil 767 de 2005 a 2013, de las cuales en su mayoría fueron adolescentes y jóvenes mujeres de estratos económicos bajos, según información del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio (OCNF), la burla y discriminación a los cuerpos de las jóvenes por parte de individuos que suben las imágenes con el hashtag de #Putipobres -sin el permiso de las jóvenes- habla mucho no sólo del clasismo y sexismo imperantes en nuestra sociedad sino también de la relación entre feminicidio y pobreza.
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