Este
es el planeta de los desmemoriados. Les explico una evidencia: el
planeta de los seres que no tienen memoria. No me refiero, por supuesto,
a las personas inmersas en ese paulatino horror de padecer una memoria
que los traiciona. Esas personas que cada día constatan que se les
escapa la geografía de los espacios más familiares, de los rostros más
amados. Y sufren. Sufren muchísimo. En el extravío y en el desamparo.
Me
refiero acá a los desmemoriados por elección, a los que ayer sembraron
la desgracia y ya no lo recordaban. Hasta que los detienen en una
esquina. Si es que sucede. A los saqueadores que se imaginan que
continuarán sus vidas impunes, porque si ellos olvidan, todos vamos a
olvidar. Como por decreto. "Aquí no ha pasado nada". "Pero mira qué
bonito. Qué bonito". Y deslizan sus manos en sus carteras, y pagan sin
contar. "Mira que bonito, qué bonito". Basta fugarse hacia otro país por
un tiempo. Basta colocar en varios pasaportes una foto, con nombres y
apellidos distintos cada vez. ¿Acaso la ley existe? ¿cómo para qué
sirve? Meras nociones que quizá se aplican a los demás, pero no a
ellos.
Son tan "poderosos" los desmemoriados por elección.
Sonríen. Posan. Ellos tienen "derecho". ¿A qué? A todo. A lo que se vaya
ofreciendo. No hay trámite moral. ¿Quién, qué los detendría en el
camino hacia la realizaciones de sus deseos? Una profunda confusión
entre el "porque se me da la gana" y el derecho. "Porque yo lo decido", y
el derecho. ¿Quién va a dar cuenta de los millones que se extravían
hacia cuentas personales? Los desmemoriados son muy hábiles: nombres y
nombres entre cuentas y cuentas desde los presupuestos de sus estados y
ellos. Los hilitos invisibles que allí están. Que pueden investigarse,
rastrearse. Pero dicho está y es sabido: se cubren con la misma sábana.
La extienden todo lo que pueden. Se pelean entre ellos, pactan entre
ellos. Le venden su alma a todos los diablos para estar debajo.
Cubiertos. Encubiertos. Por esa sábana de corrupción y miseria moral.
Es
el dinero destinado a la salud. Las medicinas de los niños.
"Inyéctenles agüita". Qué importa, "ya ven que luego funcionan los
placebos". O algo así. Al final de cuentas, ¿quiénes son esos niños
desconocidos, los sin rostro? Los sin derecho. Los sin nombre propio.
Los desmemoriados recuerdan minuciosamente los números de sus cuentas de
banco. Los nombres de los vinos que les recomendaron. Las guías de los
mejores restaurantes. Las tiendas de trapos y zapatos. Lo que no
recuerdan es que las personas existen. Esa es una memoria incómoda. Lo
que no recuerdan es que esos euros alguna vez fueron los pesos
destinados a apoyos sociales, por ejemplo. ¿Quién querría cargar
memorias incómodas? No sean amargados. Existen los dioses del Olimpo y
el infelizaje. Vámonos entendiendo.
¿Serán verdaderos los diarios
personales que se exhibieron? "Tengo derecho, tengo derecho". A
pisotear los derechos de los otros. Pero no es lo que dicen los diarios
explícitamente. Expresan más bien la tan común lucha interior entre una
mujer y el derecho a reconocerse en sus oportunidades. Así, como quien
dice: "tengo derecho a estudiar, a tener un trabajo digno, a negociar un
salario justo". Ajá. Así de cotidiano, digamos. Tan "como todo el
mundo", escribiendo su diario después de una sesión de "terapia" con las
amigas. Así de "inocente". La puñalada trapera, en el contexto. Y las
redes que fluyen como ríos arrastraron esas frases. Repetidas. Con ese
dolor, esa humillación que nos infligen. Repetidos.
Los
desmemoriados están convencidos de ir impunes por el mundo, porque esa
es "la costumbre". Saben de los otros: los de antes y los de ahora.
Conocen sus mañas y sus artimañas. Están tan seguros de que "cualquiera
haría lo mismo en mi lugar". ¿A quién se le podría ocurrir algo
distinto? Todo es cosa de tener la habilidad para llegar a ese "lugar".
Los talentos. Saber escalar. Hacer las caravanas, las alianzas, las
promesas indispensables. Las puertas se abren hacia la gruta de los
tesoros de Alí Babá. Los cuarenta ladrones se multiplican. Cada ladrón a
su nivel, tiene sus cómplices. Cada ladrón es parte de un engranaje muy
aceitado. Los cien pesos del soborno: "cuánto para el jefe, cuánto para
mí". Los millones del soborno. Los negocitos entre cuates. "Préstame
por aquí tu nombre, escóndeme un dinerito". "¿Qué islita me recomiendas
para el ´bisnes´".
"Los Meros Meros de este mundo cortan con una
espada el cuello de las botellas de Champagne", que se dicen entre
ellos. Es un "must". El colmo del súper chic. Un sable corta el aire. El
galerón destinado a Centro de Salud ya fue inaugurado con bombo y
platillo, pero no hay nada dentro. La escuela estaría en esta esquina,
si tan sólo el material no se hubiera extraviado en el camino.
"Construimos infraestructura", dicen. Y el cuello de la botella se
adelgaza cada vez más. Las personas atrapadas allí dentro. Mientras
ellos, se "infraestructuran". Los departamentos por allá. Los jardines y
las casas. Todo lo mal habido es bienvenido. ¡Que viva la abundancia!
Un sable corta el aire. Despojo. Violencia. La escandalosa injusticia
social. Los desmemoriados miran los viñedos de la Toscana. Se felicitan
de lo inteligentes que son. Lo astutos. Lo superiores. Lo tan
chipocludos.
Y de golpe, el cerco se cierra. El cuello de la
botella se cierra, y esta vez ellos están atrapados dentro. La sorpresa
en los rostros ante la detención. ¿Detenciones pactadas? ¿Están
fingiendo? No hay manera de saberlo a ciencia cierta. Quizá no. Quizá la
sorpresa no es actuada. Cooperaron. Prometieron silencio. La lealtad se
paga. Hasta que un día el Gran Todopoderoso que les ofreció premiarlos
por corruptos y por desmemoriados, olvida sus nombres. Hasta el día en
que el Gran Todopoderoso ya no tiene el menor interés en cumplir sus
pactos. El Gran Jefe de los Desmemoriados se vuelve desmemoriado a su
vez. Y entonces, de golpe, el mundo se convierte en un espacio demasiado
pequeño para esconderse. ¿Pero qué tan escondido se está en Florencia o
en Guatemala? ¿Con la venia de todos?
Porque
para esconderse, lo que se dice esconderse, siempre habrá una islita
perdida frente al mar por allá lejísimos. Pero, no exageremos. Tanto
mejor lo viñedos de la Toscana. La cercanía con México y la familia.
Aunque han cambiado los viñedos. Es un hecho. En esa mezcla inédita de
placeres y fugas. De angustias vagas y sables que amenazan con cortar el
aire. Esos rostros atónitos. "¿Acaso la ley existe? ¿Acaso La Ley no
somos nosotros?" Por el momento, por esta vez. Pareciera que no. Pero
nada es un hecho, hasta que lo es. Es probable que los desmemoriados
recuerden las promesas que les hicieron. ¿Hablarán los desmemoriados? No
exageremos nuestras esperanzas. ¿Qué tanto les retiraron ya la sábana?
¿no les dejaron ni una orillita?
La mujer que escribe en sus diarios toma un avión hacia Londres. En Guatemala
eran "Andrea y Alejandro". Él mira una pared. Ella tiene todo el tiempo
del mundo para ir de banco en banco. Su cuaderno de tapa dura en la
bolsa. "Tengo derecho a la abundancia...." Es en sí misma "la
abundancia". ¿A quién le importa la precariedad de los otros? No hay
manera de llegar al Olimpo si te detienes a pensar en "los otros". Él
mira una pared. Y es muy probable que se pregunten ambos: ¿por qué nadie
les avisó? ¿a qué hora decidieron traicionarlos? ¿hasta dónde llegará
la traición?
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