"El heroísmo épico en clave de mujer"
(Primera parte)
"Cuarenta miembros (activos) en el Colegio Nacional y sólo tres son mujeres.
Ojalá y que esto (las jornadas académicas en femenino) que hoy en día
es una excepción, se pueda convertir en una cotidianidad... México ha
sobrevivido, gracias a sus mujeres".
Juan Villoro al iniciar su conversación con Carmen Boullosa.
Mujeres en el Colegio Nacional:
Beatriz Ramírez de la Fuente, Ciencias Sociales y Humanidades (Historia, 1985). In Memorian.
Concepción Company Company, Artes y Letras (Filología, 2017).
Linda Rosa Manzanilla Naim, Ciencias Sociales y Humanidades (Arqueología, 2007).
María Elena Medina-Mora, Ciencias Biológicas y de la Salud (Psiquiatría, 2006).
La jornada académica.
La belleza y la vastedad del salón antiguo con su techo de maderas. El
poeta y ensayista Vicente Quirarte, inaugura la jornada junto a la
Doctora Assia Mohssine, profesora e investigadora de la Universidad
Clermont Auvergne, especialista en "Géneros Literarios y Gender" y
estudiosa de las obras de Elena Poniatowska, Carmen Boullosa y Ana García Bergua. Ellos y Juan Villoro coordinan esa tarde de "épica en femenino". Inusitada tarde en El Colegio Nacional.
Las escritoras y sus personajes. ¿Las escritoras y sus "personajas"?
Assia se refiere a "La supuesta incompatibilidad entre la épica
y lo femenino", su tesis fue un trabajo de análisis del personaje de
Jesusa Palancares (Josefina Bojórquez) en la novela "Hasta no verte
Jesús mío" de Elena Poniatowska.
¿Cuál ha sido la figura del héroe? "El Quijote –dice Assia- cambió el diseño del héroe moderno, la visión de la épica
y del poema largo". Hace referencia al poema "La patria insomne" de
Carmen Boullosa. Comenzó a ser posible imaginar una nueva figura de
héroe que Assia nombra con una cita de Ernesto Sábato: "La capacidad de
resistencia del héroe al revés". Las mujeres, nos dice, "son una manera distinta de habitar la épica".
Una manera más cotidiana, menos grandilocuente, quizá, pero no menos
heróica, como Jesusa Palancares, revolucionaria, obrera, trabajadora
doméstica. "Una manera particular de encarnar la épica, encarnaciones contemporáneas de Sísifo".
La escritura femenina, los personajes imaginados y traídos a la vida desde una literatura hecha por mujeres, se convierte, dice Assia citando a Jean Franco: "En la conquista del poder interpretativo de las mujeres"
y las autoras participan así en la transformación de un género
considerado desde sus inicios y a través de los siglos como
"tradicionalmente masculino...por esa exclusión de las mujeres
de los cantos y los campos épicos". "La potencia del lenguaje
femenino". ¿Cómo no pensar en "La otra mano de Lepanto" de Carmen
Boullosa? Esa larga fiesta del lenguaje en la que se zambulle, sale a la
superficie, nada ingobernable su personaje de María: espadachina y
bailaora.
Elena Poniatowska conversa con Raquel Serur
Raquel es licenciada en Lenguas y Literatura
Inglesa por la UNAM, Maestra en Letras Españolas, también por la UNAM.
Obtuvo un Master of Arts en Inglaterra y el Doctorado en Letras por la
UNAM. Investigadora y docente.
La invitación que nos
hace para iniciar el "conversatorio" comienza con un hermoso texto: "El
heroismo en su doble vertiente en la vida y en la obra de Elena Poniatowska".
Raquel es académica y escritora, pero es también una lectora fascinada
por la obra de Elena. Y su amiga. El texto se desliza entonces, entre el
rigor de una especialista en literatura, y el cariño
grande de una amiga que traduce esa tarde (en ese breve tiempo de la
mesa) tantísimas horas de intercambios, paseos, debates privados con la
autora. La escritura de Poniatowska nos ofrece la posibilidad de encontrar, nos dice Raquel: "Un nuevo significado a la percepción que podríamos tener de la épica y del heroísmo". Su significado más cotidiano.
Hay un vínculo muy cercano entre los compromisos de vida de Elena y su
obra. Raquel cita "Cartas de Álvaro Mutis a Elena Poniatowska",
la campaña que llevó a cabo por la liberación del escritor inmerso en
un absurdo proceso de extradición. Las visitas constantes – despues del
68 - de la escritora a los presos políticos en Lecumbrerri. Como llevaba
con ella cada vez – en ese su cuerpo tan menudito - el cariño, el
talento, los aconteceres del "allá afuera", la sonrisa y la esperanza.
Raquel cita a El Fisgón: "Elenita le dio voz a quienes no la tenían". Y
nos recuerda el premio Cervantes, con ese discurso extraordinario y
conmovedor con el que Elena "agradeció" el premio, como sólo ella podría
hacerlo. "Esa manera en la que Elena construye sus personajes
femeninos, hay héroes ocultos y héroes visibles, en un heroísmo femenino
muy distinto al masculino... Jesusa Palancares es una heroína
oculta...Tinísima es una forma nueva de ser mujer en el México del siglo
XX. Elena narra las pasiones de Modotti: la fotografía, el amor y la
militancia política". La descubierta en México junto a Edward Weston de
su capacidad de fotografiar y de su libertad sexual.
"Elena – nos dice Raquel – ha escrito obra de ficción, entrevista,
crónica, con el acento bien colocado en las voces de los marginados...la
cultura para ella va de abajo hacia arriba y no de arriba hacia
abajo...la apuesta de Elena es por la democratización del heroísmo".
Cita a la inolvidable Jesusa: "Yo no creo que la gente sea buena, sólo
Jesucisto, y no lo conocí". Ese humor ácido, conmovedor de una mujer que
reconoce que ha sufrido muchísimo, pero hay que jalar para adelante.
Hacia las siguientes reencarnaciones. "El heroísmo cotidiano de la
sobreviviencia", termina Raquel.
Las palabras de Elena
En esta segunda parte, Raquel pregunta, Elena responde, me limito a transmitir parte de sus respuestas.
Elena comienza reconociendo el espacio del Colegio Nacional
al que solía acompañar a su esposo, el astrónomo – miembro del Colegio -
Guillermo Haro. Dice que ahora está más bonito, "con sus olas de madera
en el techo". Una no puede dejar de pensar que Elenita tendría que
formar parte de El Colegio Nacional y lo normal que hubiera sido que Guillermo Haro a su vez, la acompañara a ella.
"México es un país muy huerfanito, muy solo." De allí ese compromiso
que siente: "siempre quise ayudar, quizá por mi educación religiosa".
Narra su llegada a México con su madre (mexicana) Paula Amor y su
hermana Kitzia: "Cumplí diez años al bajar de un barco... en Francia
caminaba por los campos de lavanda". Cuenta la obsesión en su escuela de
religiosas por la perfección de la letra y de la plana, en aquellas
páginas escritas con tinta que al primer descuido se esparcía. "Me
eneñaron a rezar todo el día y a pedir perdón". "La felicidad me ha
acompañado desde niña, quizá es una forma de inconsciencia". Habla de la
escritura como ese indipensable en el que se fue enganchando cada vez
más. Esa forma de sentir. Esa forma de vida.
Un día a
su hijo Felipe le pidieron en la escuela que hiciera un dibujo que
representara a su mamá: "Felipe dibujó una mesa de patitas flacas con
una máquina de escribir encima. Me preocupé mucho y me dije: ¿esa es la
idea que tiene de su mamá? Estaba preocupadísima, luego la mamá de un
compañero suyo me dijo que a ella su hijo la había retratado de pie,
mirándose en un espejo. Me consolé. Eso estaba mucho peor". "En un
momento de mi vida pasé un año en un convento en Montemario, lo único
que deseaba era regresar y sentarme frente a una máquina de escribir".
Comenzó a hacer entrevistas en 1953 en el periódico Excélsior. "Había
una periodista que se llamaba Bambi, se casó con Gironella y yo tuve la
opotunidad de quedarme en su lugar. Me enviaron a entrevistar al
Embajador de Estados Unidos, escribí que se parecía a Santa Claus, a
partir de allí comenzaron a pedirme muchas entrevistas".
Luego se fue a trabajar al periódico Novedades. Del periodismo dice:
"Es como una frase que estaba escrita en la lama de un machete: ´Cuando
esta vibora pica, no hay remedio en la botica´". Aclara que ha sido
tímida e insegura, a diferencia de su hermana Kitzia tan segura de sí
misma. "Hacer entrevistas, crónicas, responde a una inseguridad de
carácter. A veces quisiera escribir también cosas mías, pero en este
país pasan tantas cosas, no puedo ponerme a hablar de mi cobija, o del
mantel que puse en la mesa". Como en un murmullo nos dice de su gran
amor por su hermano Jean, muerto a los 21 años en diciembre de 1968 y a
quien le dedicó "La noche de Tlatelolco".
"Los escritores son muy
presumidos, casi todos...en México hay una tendencia a tomarse muy en
serio". "¿Y Monsiváis?" Pregunta Raquel. "Carlos Monsiváis era
deslumbrante, yo sentía que yo hacía la obra negra. Hacía las
entrevistas y él sacaba las conclusiones. Lo quise mucho a Carlos,
siempre me apoyó mucho, creo que me apoyó por su mamá, porque ella me
quería, no por mí". Raquel se ríe. "También por ti". "¿Octavio Paz?" "A
Paz lo conocí muy joven. Depués se empezó a tomar muy en serio, claro
que ganarte el Premio Nobel es una posibilidad de tomarte en serio. A
Octavio después lo vi muy reconocido, creo que lo quise más cuando no lo
era". "¿Juan Rulfo?" "Yo acostumbraba sentarme a su lado, no sé si para
protegerlo o porque me caía bien, creo que le tenía una desconfianza
enorme al mundo intelectual. En esa época, todo el mundo estaba
enloquecido con Carlos Fuentes, ¿verdad, Juan?" Pregunta dirigiéndose a
la sala en donde está Juan Villoro. "Mucho menos con Rulfo".
Raquel Serur narra un ecuentro suyo con Rulfo cuando era una joven
estudiante en la UNAM. Lo miraba de lejos sentado solo en la cafetería
de la universidad, se acercó un día a pedirle una entrevista. Él le dijo
que sí, muy amable y la citó a las 8:00 de la mañana en la cafetería
del Hospital Infantil, al lado de la entrada de emergencias. Comenzaba
la entrevista y llegó una madre con su hijo grave, Raquel se levantó a
ayudarla con el ingreso. Volvió a sentarse. Llegó una familia con otro
niño, Raquel se levantó a auxiliarlos de nuevo. A la tercera
"interrupción" de la entrevista por la llegada de un adulto con un niño
enfermo en brazos, Raquel le dijo a Rulfo: "Mire, esto no puedo
hacerlo". Contó como durante mucho tiempo se preguntó: "¿Por qué me hizo
esto Rulfo?" Un día entendió: "Era como una manera de decirme, ´si
usted no entiende esto, no puede entender lo que yo escribo, porque lo
que yo escribo está entre la vida y la muerte´".
Elenita recuerda a su compañerísima de viaje Jesusa Palancares. Jesusa
la regañaba, le lanzaba frases provocativas, le explicaba lo inútil que
era: "Usted es una catrina, una rota, no sabe hacer nada". "Y tenía
razón", dice Elena. No sabía desmanchar overoles, sacar a las gallinas a
pasear por las banquetas. No se había jugado la piel en las luchas
revolucionarias. Un día, Elena se retrasó a la hora de la cita. Para
cuando llegó, Jesusa la esperaba en la banqueta, estaba muy enojada:
"¿Por qué llega usted tarde, yo no tengo campo para atenderla tarde. Yo
soy una mujer muy ocupada..." Elena guarda unos segundos de silencio y
completa: "Allí me di cuenta de que ya nos queríamos". Una vez "Hasta no
verte Jesús mío", impreso, Elena le llevó diez ejemplares. "El libro le
gustó porque tenía en la portada un niño de Atocha igual a la imagen
que ella tenía en su cuartito. Entonces sí estuvo muy contenta y me
pidió diez libros más para regalar".
El tiempo se acaba. Elena lee
un cuento suyo: "El recado". Cae la frase final: "Quizá ahora que me
vaya, sólo pase a pedirle a la vecina que te dé el recado: que te diga
que vine". Al segundo de silencio de Elena, la ovación estalla. Elena Poniatowska
es sin duda la escritora más amada de México. Sonríe desde su lugar,
adorable y tímida. La pantalla colocada en una esquina del salón nos
acerca su rostro. Sus facciones finas. Sus dientes de conejito. Sus
cabellos entrecanos. Sus ojos clarísimos. Es tan hermosa Elena. Y honró
con su presencia al Colegio Nacional. Ella, Elena Poniatowska,
además y por muchísimos años, esposa y madre de los hijos del tan
reconocido astrónomo Guillermo Haro. Se pone de pie. La ovación
continúa. Me viene a la mente una línea de la canción que le dedicaron
Liliana Felipe y Jesusa Rodríguez: La entrañable "princesita del
jitomate".
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