Quinto Poder
Por: Argentina Casanova
Si algo hace aberrante a la tortura es que quien la ejerce representa al
Estado, además de que las causas, las formas de la violencia, las
consecuencias, el fin con el que se comete y sus víctimas, lo son así
del Estado que comete, a través de sus agentes actos/delitos
vergonzosos.
En el caso de la ejercida contra las mujeres, además de la violencia por
las mismas causas que los hombres, la tortura se manifiesta por
razones, formas y con consecuencias relacionadas con la sexualidad, es
decir tortura sexual en la que confluye la discriminación sistémica de
género.
Ninguna ley admite la tortura de índole sexual hasta ahora.
En el caso de la que se ejerce contra las mujeres, comentábamos la
semana pasada, se dan otros factores que precisan ser visualizados para
entenderlos, por un lado, pero también para que se visibilicen y se
contextualicen por las motivaciones o razones de género.
Así como el ejercicio de los derechos sexuales puede ser causa de un
sufrimiento intencional causado a las mujeres, embarazadas que abortan
y/o que tienen una identidad genérica “disidente” con su genitalidad,
así también se presenta otra forma asociada al deber ser.
La tortura sexual se convierte así en una extensión apologética a la
violencia de género que permea a la sociedad, una herramienta de la
misma y una forma de expresión.
La transgresión a la identidad femenina no es como se piensa una
identidad genérica disidente, se orienta hacia las mujeres que
“siéndolo”, es decir que socialmente se insertan en el discurso social
desde la identidad genérica femenina, pero la transgreden y socavan.
Aquellas mujeres que siguen el patrón sociocultural de ser vistas y
verse a sí mismas como “mujeres” pero que desde esa misma identidad la
transgreden rompiendo los “deber ser” impuestos a las mujeres a través
de los roles y los estereotipos.
Uno de esos deber ser está asociado al mito de la virginidad y la
pureza, las mujeres buenas se quedan en casa, las niñas bien no salen a
la calle a ciertas horas, las mujeres no abandonan el espacio privado y
las mujeres no pelean, no se emborrachan, no fuman, no se drogan, son
vientres disponibles y por supuesto sus cuerpos están puestos al
servicio del sistema, del sentido social y de los hombres de la familia
que tienen la potestad sobre ellas.
Para que las mujeres se ajusten y constriñan a ese deber ser de la
identidad femenina, el sistema patriarcal ha construido todo un
andamiaje de creencias, mitos, leyes, discursos vueltos hegemónicos,
ubicando a las feministas en la periferia, biológicos, económicos, para
imponernos un modelo de lo naturalmente femenino, lo obvio y
objetivamente inherente a la feminidad hasta convertirse en una máscara
impuesta sobre la piel de las mujeres para adaptarse a ese único modelo
de “mujer”.
Cualquier divergencia se ubica entonces en la transgresión, por mínima
que sea puede y va desde el hablar “porque calladas se ven bonitas”,
hasta salir del ámbito de la cocina para atreverse a creer que pueden
salir a la calle, que se “mandan solas” o que pueden opinar y que no
necesitan una guía o que una voz masculina valide los discursos de las
mujeres para darles credibilidad o sentido.
Visto así, la transgresión no solo es una amenaza para el sistema
patriarcal sino que utiliza su mejor herramienta “la violencia de
género” auxiliado por mecanismos de apoyo como lo es la violencia
simbólica, la violencia estructural y se vale hasta de la violencia
inserta en los sistemas sociales para discriminar a las mujeres que se
atreven a ser distintas.
Las mujeres hemos vivido desde la antigüedad el castigo a la
transgresión, hemos pagado un alto precio por la diferencia y en esto
estamos de acuerdo aunque podríamos citar a Virginia Wolf con su
Habitación propia, ¡Una habitación propia! para poder pensar y crear,
imaginemos el nivel de necesidades básicas en los que aún nos
encontramos las mujeres y que se convierten discursivamente en una forma
de transgresión el reclamar el derecho vigente a un espacio propio.
Transgredir la identidad femenina es salir a la calle a protestar, es
tomar el micrófono y hablar, expresar ideas, es sumarse a un movimiento
social, es escribir, es pensar, es opinar, es ir a la escuela y
estudiar, es resistirse y negarse a morir de hambre o en un aborto mal
practicado, es no tener hijos o elegir tenerlos cuando prevalece una
política de exterminio contra un pueblo.
Transgredir es reclamar el cuerpo como propio y querer habitarlo,
conocerlo, tocarlo o no avergonzarse de sus partes. La transgresión a la
identidad femenina llevó a las mujeres a la hoguera y hoy día es la
causa de la violencia y la tortura sexual como el castigo patriarcal a
las mujeres que se atreven a confrontar con su presencia en el espacio
público.
Transgredir la identidad femenina es la sutil confrontación con el deber
impuesto desde una verticalidad hegemónica, desde el discurso validado
por el sistema social y elegir la periferia, hablar desde esos
territorios que habitan las locas, las putas, las ninfómanas, las
lesbianas, las que paren siendo pobres, o abortan, las que piden un
empleo, las que reclaman la paz y la justicia, las que van a la
universidad, las que no se quedan calladas, las que conducen un
vehículo, en fin todas las que se atreven a ser personas.
*Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche
CIMACFoto: César Martínez López Cimacnoticias | Campeche, Cam.-
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