Alberto Sebastián Barragán*
El pasado mes de mayo, Parametría realizó un estudio sobre el conocimiento del feminicidio, o violencia contra las mujeres. El 49 por ciento de la población encuestada respondió, en una pregunta abierta, que el feminicidio es el asesinato de una mujer mientras 34 por ciento no sabe a qué se refiere el término. Estas cifras nos son alentadoras a estas alturas del siglo XXI, sin embargo, la gravedad se complica aún más, debido a que los informantes no refirieron que en el asesinato de mujeres, subyace una condición de género.
Para abordar la complejidad del término, es necesario reconocer que históricamente muchas de las acciones de la humanidad han dejado una inevitable huella machista, donde los hombres nos hemos beneficiado del régimen patriarcal que ha dividido el trabajo y las oportunidades. Hasta nuestra actualidad, en muchos casos y lugares, ser hombre sigue siendo un título nobiliario que impone y justifica relaciones de desigualdad entre los géneros. Entonces, tenemos como resultado la invisibilidad del tema.
También hay que recordar que desde mitades del siglo XX, ha emergido una nueva lógica feminista que ha luchado por causas sociales, movimientos juveniles, derechos sexuales y reproductivos, hasta diversificarse y combatir desde varias trincheras por la reivindicación de la igualdad y por la construcción de la equidad de género. Sobre estas décadas de trayectoria, Marcela Lagarde, en su libro El feminismo en mi vida. Hitos, claves y topías, realiza un recuento cronológico y detallado de las facetas que ha representado la lucha del feminismo en México.
Justamente esta brillante antropóloga feminista ha sido la impulsora de la noción de feminicidio en México, desde la década de los 90, para enfatizar la urgencia de atender la problemática en Ciudad Juárez, Chihuahua. La palabra homicidio, se ha aplicado en forma indistinta para denotar el asesinato de hombres o mujeres, con todas las variantes expresadas en el derecho penal.
El trabajo emprendido por Marcela Lagarde ha impulsado una política integral para prevenir y atender casos de violencia contra las mujeres. Por un lado, ha rendido frutos en la tipificación del feminicidio, para configurarlo como un delito con elementos de homicidio, misoginia y desigualdad de género. Y por otro lado, su actividad ha florecido en la apertura de instancias de atención en diversos órdenes de gobierno.
La idea de feminicidio, plantea Lagarde, es retomada de un libro de Diana Russell y Jill Radford, donde lo definieron como: asesinato misógino de mujeres cometido por hombres, como una forma de violencia sexual. Ante las atrocidades cometidas en México, en Ciudad Juárez y otras partes del país, se ha buscado convertirlo en una prioridad de la agenda pública.
Cuando hablamos de géneros, nos referimos a una serie de significados construidos histórica y culturalmente, y no tenemos consensos que nos lleven a abordar el tema de una única manera. Por tratarse de rasgos culturales, el ámbito educativo es uno de los canales que podrían apuntar con mayor incidencia sobre el tema. Sin embargo, no existe una forma específica de contenido. En el Plan de Estudios 2011, en los temas de relevancia social, se plantea la oportunidad de trabajar, entre otros temas, la equidad de género. Pero son alternativas optativas, es decir, los docentes no están obligados a tratarlos porque no aparecen específicamente marcados en los programas de cada asignatura, ni en los trayectos formativos del currículum explícito.
Las escuelas han desempeñado dos funciones, intencional o inevitablemente: son espacios de reproducción o de cambio. La comunidad escolar está permeada por la tradición. Los profesores tienen tanta solidez como años servicio, su experiencia les ha forjado un punto de vista respecto a los roles de género y a todo lo que un hombre y una mujer deben ser. Los alumnos que llegan a las escuelas traen un cúmulo de valores que han construido desde casa, conocimientos y experiencias que han recopilado en su vida. Todo ese conjunto de sabiduría popular y conocimientos derivados del sentido común y de la vida cotidiana, es lo que Jürjo Torres acuñó como currículum oculto. En este ámbito, la elección de tomar el feminicidio como un tema necesario es una responsabilidad moral, de aquellos que así lo consideran necesario para cambiar su forma de pensar.
Entonces tenemos dos limitantes para comprender el nuevo término. No está el feminicidio como tema académico del currículum formal; y pensar el feminicidio desde el currículum oculto ha representado una omisión, porque significa muchas veces salir de una zona de confort. En los ámbitos familiar, escolar, laboral, sexual, cultural y jurídico, permanece la tradición machista que nos ha traído hasta aquí: El feminicidio que no vemos, y que no queremos ver.
Marcela Lagarde en su libro denuncia que los intelectuales, los académicos y los políticos son analfabetas en feminismo. La encuesta de Parametría, nos arroja 49 por ciento de desconocimiento del feminicidio. Y la realidad nos arroja muestras crueles de nuestra cotidianidad. Hay mucho por hacer.
* Jefe de redacción en Voces Normalistas
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