DESDE LA LUNA DE VALENCIA
CIMACFoto: César Martínez López
Por: Teresa Mollá Castells*
Cimacnoticias | España.- Este dicho viene al pelo para exponer lo que hoy me he propuesto escribir. Acabamos de conmemorar el 1 de Mayo Día Internacional del Trabajo.
Y me harté de escuchar a lo largo de toda la mañana que era el Día del TrabajadOr, lo que me enerva bastante, porque las mujeres también trabajamos, y mucho. Y formamos parte de la clase trabajadora. Y estamos en las manifestaciones. Y en los sindicatos. Y en las organizaciones que se sumaron a esas manifestaciones.
Pero curiosamente sólo se habla de “los trabajadores”. Lo del lenguaje inclusivo y no sexista al parecer sigue siendo una asignatura pendiente, pero que algunas no dejaremos de exigir.
No es sobre este tema sobre el que quiero reflexionar hoy. Quiero hablar sobre las oscuras intenciones que tanto el patriarcado como sobre todo el capitalismo tiene en intentar desacreditar, empobrecer y minar a la clase trabajadora y a las organizaciones propias que defienden los intereses de las y los trabajadores, tanto en activo como en situación de desempleo.
A la caverna mediática se le llena la boca cada vez que puede poner en tela de juicio aquellas opciones que cuestionen el capitalismo e implícitamente su poder dentro del mismo.
Ahora, bueno, desde hace unos años, desde que ostentan también todo el poder político, les ha dado por cuestionar la influencia de los sindicatos. Y, como muy bien saben, aplican la frase del título de esta reflexión: desacredita que algo queda.
Hace unos años tuve una confrontación con un compañero concejal del Partido Popular (PP) cuando en el discurso de toma de posesión indiqué que no era cierto, tal y como él afirmaba, que la ideología había muerto. Que existía, que seguía viva pero que a su opción política le interesaba abiertamente desacreditar a quienes no pensábamos como ellas y ellos.
Con el tiempo, este concejal abandonó el PP y se quedó como no adscrito junto a una compañera que le siguió y acabó dándome la razón. Pero en privado, eso sí.
Cuento esta anécdota personal porque ahora se está haciendo lo mismo con la clase trabajadora y con sus organizaciones. Niegan la existencia de la clase trabajadora con el objetivo de cargarse las organizaciones sindicales que les siguen tocando de vez en cuando las narices.
Es cierto que en las organizaciones suele haber los llamados “garbanzos negros”. Pero en todas las organizaciones y no sólo en los sindicatos. Bueno que si miramos al partido que sustenta el (des)gobierno actual, casi tendríamos que buscar con lupa los “garbanzos blancos” y que estoy segura que los hay.
La ferocidad desvergonzada con la que se está poniendo en tela de juicio el trabajo de tantas mujeres y hombres que desde el sindicalismo de clase siguen luchando por mejorar las condiciones laborales y sociales a las que nos han llevado dentro de esta estafa llamada crisis, no tiene parangón.
Es de tal vileza, de tal grado de inmadurez democrática que duele cuando se lee, se ve o se escucha.
El fin último es desprestigiar tanto que ni la propia gente trabajadora llegue a fiarse de quienes les representan colectivamente y, de ese modo, llegar a pactar condiciones de trabajo miserables que permitan una fácil y cómoda esclavización mayor por parte de las patronales.
La mezquindad con que se está llevando a cabo esta campaña continuada y casi imperceptible de señalamiento de los errores (que lo ha habido y no los voy a negar) cometidos por parte de algunas personas que están en el mundo sindical, pero que al reflejarlo señalan a todo el colectivo de mujeres y hombres sindicalistas, es de tal grado que roza lo ridículo.
Nadie ha mantenido en los medios de comunicación la situación de Díaz Ferrán que planteaba que había que trabajar más por menos salario mientras desvalijaba sus empresas dejando a centenares de personas en el desempleo.
No, formaba parte de los llamados “hombres buenos”, de aquellos a quien había que proteger, darle voz para que al tiempo fuera parte del engranaje de la descalificación de las organizaciones, que ya venían advirtiendo de sus irregularidades en sus propias empresas.
Tampoco el caso del presidente de la patronal madrileña ha sido mantenido en los medios, pese a haber tenido situaciones laborales irregulares durante años.
También había que mantenerle en su sitio para que diera la mayor caña posible a quienes cuestionaban sus métodos y que eran las propias mujeres y hombres representantes legales de las personas que tenían contratadas en sus empresas, y que son sindicalistas de clase.
Estos son sólo dos ejemplos de cómo se utilizan distintas varas de medir cuando de señalar con el dedo acusador se trata. El sindicalismo de clase, le guste o no al sistema capitalista y patriarcal actual, es más necesario que nunca.
Quizás lo errores cometidos nos enseñen a quienes militamos en estas organizaciones, que hemos de ser mucho más exigentes en determinados asuntos. Pero hemos de ser conscientes todas las personas que trabajamos y las que están en el desempleo por esta estafa llamada crisis, que son quienes defienden nuestras condiciones laborales y sociales.
Las organizaciones sindicales de clase han de ser nuestros referentes, quienes han de ostentar la voz y la fuerza colectiva que les damos como clase trabajadora.
Porque insisto, seguimos siendo clase trabajadora le pese a quien le pese y su trabajo cotidiano ha de ser no sólo reconocido, también ha de ser valorado y reivindicado no sólo por la afiliación a esas organizaciones, sino por el conjunto de la clase trabajadora y empobrecida por el capitalismo que intenta devolvernos a condiciones impensables hace sólo un par de lustros.
No podemos olvidar que las organizaciones están compuestas por personas y que todas las personas que las conforman quizás no sean de nuestro agrado. De acuerdo, pero aprendamos a tener generosidad de miras y a valorar el objetivo común, por encima de los intereses personales de cada momento.
Y no quiero acabar esta reflexión sin hacer un reconocimiento explícito a todas las mujeres sindicalistas de clase que, como siempre, se llevan la peor parte, puesto que a la lucha de clase han de sumar la de género dentro y fuera de estas organizaciones que, por provenir del mundo laboral tradicionalmente masculino, siguen teniendo criterios androcéntricos en muchos aspectos, pero que poco a poco con la luchas de las mujeres sindicalistas y el lento despertar de los compañeros de clase a la situación de desigualdades todavía existente, van incorporando la perspectiva de género tanto en el interno de las organizaciones como en su ámbito de actuación social.
A ellas, a todas ellas, tanto a mis compañeras de clase, como a mis compañeras y amigas sindicalistas de clase, mi respetos y mi admiración incondicional por todo el trabajo que realizan dentro y fuera de sus organizaciones.
A la caverna mediática y a la rancia derechota, a toda la gentuza que intenta desprestigiar a los sindicatos de clase mi desprecio más absoluto en todos los sentidos.
Y para acabar quiero insistir en que se pongan como se pongan esta gentuza y aunque intenten negarlo, la clase trabajadora existe y existirá. No se empeñen en negar lo que es innegable.
Han intentado desprestigiar tanto a los sindicatos de clase, como a nuestras propias convicciones de clase, pero creo que mientras siga habiendo gente que lucha por defender los derechos de otras personas en iguales o peores situaciones, no lo van a conseguir.
¡¡Ah!! Y revisen los mensajes de descrédito que lanzan, puesto que en algún momento se les pueden volver en contra.
Gracias a todas las mujeres y hombres que dedican su tiempo, su esfuerzo y sus energías para mejorar las condiciones laborales y sociales del conjunto de la ciudadanía, puesto que sin ellas y ellos la situación sería bastante peor.
Gracias a todas las mujeres sindicalistas por su esfuerzo redoblado y su trabajo y compromiso de género y de clase.
tmolla@telefonica.net
*Corresponsal en España. Periodista de Ontiyent.
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