“Hombres y mujeres hablan, viven en un mundo de discurso, eso lo que es determinante. Las modalidades del amor son ultrasensibles a la cultura ambiente. Cada civilización se distingue por el modo en que estructura su relación entre los sexos”. Jacques Miller.
El
rutero escucha Tu gran señora de Jenny Rivera, imposible no escucharla
hasta el último as(l)iento: “De mujer a mujer… tienes que entender, "lo
que es mío es mío, y no voy a soltarlo”. ¿Habla del sofá, o de un
vestido en rebaja? Creo que se trata de “amor”, podría jurar que el
objeto en litigio es un hombre. La protagonista es “su señora y tiene
“honor”. La antagonista, “lo atarantó”, “se le acomoda”, una
descerebrada con “cuerpo sin estrías”.
Esposa legítima e
institucional, amante marginal y prohibida. La no tan bonita/la
bonita. Inteligente/ frívola. Una es decente, la Otra trae alma de
arrabal. Los atributos de una femineidad estereotipada, partida–con
sutileza de cimitarra- se reparten. El hombre dispensa los bienes,
único capaz de ofrecer vida humana a esas furias en pugna. Parecería
que el ring se organiza en su honor. Quizá sólo “pareciera”.
“La
música gastronómica es un producto industrial que no persigue ninguna
intención artística, sino la satisfacción de la demanda del mercado”,
escribió Umberto Eco en “apocalípticos e integrados”. “Canción de
consumo”. Emociones peladitas y en la boca, representaciones de
femeninos/masculinos deshumanizados. La vertiente musical de la Una y
la Otra, responde a un público, y genera un público. Participa en la
creación de identidades, abona en eso que podríamos llamar: nuestra
educación sentimental.
“La esposa y la estúpida”, de Rivera:
“Eres su amante, qué poco te valoras… no dejo de ser su esposa, porque
tú como las golfas… y si a mí me dio su nombre… soy la dueña de ese
hombre”. Extraño nuestra párvula boca. Él no sale ni arañadito, junto
a esos narcisismos femeninos diezmados, que intentan resarcirse en el
aniquilamiento simbólico de otra.
Los triángulos
amorosos/sexuales existen, pero ¿qué hacemos con la realidad? ¿Cuáles
son esos "papeles" envilecedores, que se imponen en el revolcadero
hembrista? Querida socia, de Rivera: ”Compartimos las dos al mismo
hombre, tu eres la noviecita, la recatadita, yo la amante sin nombre..
cómo ves si cerramos el trato y en la última cláusula le aumentamos
tantito: tú le lavas la ropa, pero yo se la quito.”
Los
seres humanos anhelamos ser elegidos, amados, pero en ciertos discursos
el deseo de ser elegida constituye para una mujer un imperativo de vida
o muerte. Vivir amenazadas: abandono, desamor, estrías. Si eres la
recatadita, sigue la anorgasmia. Si eres la amante, ardes innombrable.
La femineidad alienada en su relación con el otro.
Vivimos
fallados, es la condición humana, acá parecería que los hombres son
completitos, y nosotras falladísimas. Dependemos de ellos, no por
sin-razones de ternuras y amores, sino porque nacimos con el síndrome
de la rémora. Portadoras del apellido paterno feminizado (en sentido
peyorativo) a menos que alguien llegue a rescatarnos. En ese discurso
de mujeres denigradas y virilidades rampantes, ¿qué mujer sería capaz
de sustentar los contenidos simbólicos de un nombre propio?
Banquells:
“Gata en celo tras él”. Pimpinela: “Vestida de princesa…que recoja tu
mesa, lave tu ropa y todas tus miserias”. Rubio: “Una leona en
celo…morir o matar”. María José: “tengo sus noches y su pasión…tu eres
rutina…yo soy la otra… de ti ya está aburrido”. Ellas no se “aburren”.
Qué curioso.
El desgreñadero, “liberadas”, y falócratas,
como si no se nos ocurriera otra cosa. ¿El protagonista? Casi una
víctima. “Perseguido”, “atrapado”, “atarantado”. “Su dueña”. Tantito
más y estas mujeres se pelean por un muñeco cumplidor de funciones,
bajo esa apariencia de completud hiper fálica. El triángulo de las
Bermudas: desaparece la profundidad humana de cada una de las partes, y
emergen en calidad de estampitas.
El amor se pelea a
dentelladas. Él no elige, anda catatónico. Te casas, y a lavar ropa
convertida en leona letárgica, posees el título de propiedad de “tu”
hombre, pero no el usufructo. Así de libre, esperanzador y romántico.
En el fondo de la rivalidad, está el dolor, la calle de la amargura. El
hembrismo re-crea al macho, ¿y qué es un macho sino un hombre
avergonzado de su masculinidad? Esta canción de consumo atiza con todo
la rivalidad entre mujeres, y el malentendido entre los sexos.
La
misoginia entre mujeres es un boomerang. ¿Cuál es el imaginario objeto
en tan feroz litigio? ¿Un hombre, o la inaprensible femineidad misma?
¿Ganársela a la otra mujer? ¿Cómo para qué exactamente?.
mariateresapriego@hotmail.com
@Marteresapriego
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