Por
Pablo Gómez
(apro).- Para el Partido de la Revolución
Democrática, la coalición con el Partido Acción Nacional sería un
rompimiento con la izquierda en su acepción más amplia y popular, que
podría ya no tener retorno. El país no vive en la cerrada resistencia a
la superación del sistema de partido-Estado, la cual alguna vez
actualizó la idea de una alianza entre las izquierdas y la derecha
panista. Después de sufrir 12 años de gobiernos del PAN y un regreso
priista que no logró la intentada restauración, México se enmarca en un
régimen de competencia electoral, aunque se siguen produciendo actos
ilícitos y persiste la impunidad.
El desprestigio del gobierno de Enrique Peña Nieto es profundo. El
país tiene un presidente con 15% de apoyo, según casi todas las
encuestas. La indignación ciudadana frente al estado de cosas no se
traduce en la búsqueda popular de una opción moderada, como lo demostró
la reciente elección del Estado de México. La derecha panista no es
respuesta a la derecha priista porque ambas están comprometidas con la
corrupción, el estancamiento económico y la crisis de violencia que
azota al país.
Una alianza con el PAN sólo llevaría al PRD al naufragio, tanto si
esa coalición alcanzara la Presidencia de la República como si se
quedara en segundo o tercer puesto de la competencia. En cualquier
escenario, el PRD no gobernaría, pero habría defenestrado su propia
historia.
El PRD no tiene siquiera una dirección política legítima, la cual ha
traicionado a la izquierda como programa y como pueblo. A pesar de la
pobreza del comunicado perredista donde se dio a conocer la decisión de
buscar la coalición con Acción Nacional, este posible aliado no podría
estar de acuerdo con la mayoría de las frases ahí escritas. Imaginemos
al PAN, por ejemplo, firmando a favor de la “recuperación de la
soberanía energética”, no obstante las diversas interpretaciones
contemporáneas del concepto “soberanía”, pues lo que no podría ser
admitido por los panistas es el término “recuperación”. En realidad no
existen bases programáticas comunes, excepto que éstas sean puras
declaraciones vagas para dar cobertura al oportunismo de ambas partes.
El propósito expuesto por los líderes perredistas es construir un
frente amplio “donde –afirman– quepan todos los ciudadanos que se
identifiquen con la lucha por las causas ciudadanas” (sic). En realidad
no existe convocatoria a “los ciudadanos” identificados con sus propias
“causas”, según reza el texto redactado en círculos, sino un coqueteo
con el PAN, aunque enviaron cartas a todos los demás partidos, excepto
al PRI, para justificar la inconsulta e ilegal resolución del Comité
Ejecutivo. La amplitud de ese “frente” no podría ir más lejos que sus
convocantes, pero no por ser partidos políticos, sino porque carecen de
líderes populares.
La ruta de los directivos perredistas para llegar a ese nuevo
“frente” político es que “todos”(?) alcancen un “consenso”. Los
planteamientos circulares no llevan a nada que no sea lo ya conocido:
“Convocar a una mesa de diálogo” para redactar una plataforma y
“determinar” los candidatos. En otras palabras, los jefes del PRD y el
PAN lo decidirían todo, pero hasta que lograran tener un presidente de
la República, en cuyo caso ése diría siempre la última palabra como ya
se ha visto con los gobiernos locales conocidos como “aliancistas”, por
no denominarlos “panistas con ayuda”.
Las consecuencias de la llegada de Acción Nacional al gobierno ya
están a la vista, pues tuvimos 12 años de estancamiento económico y
político a cargo de presidentes panistas que dejaron la corrupción igual
o peor que cómo la habían recibido, además de miles de muertos en una
“guerra” que no se puede ganar ni se puede perder, la cual ha sido
continuada por parte de Peña Nieto. En todos esos años de alternancia
formal, el salario se ha mantenido a la baja con el conocido efecto del
estancamiento económico. No hay, por lo demás, ningún expresidente y ni
un solo exgobernador panista que sea gratamente recordado por la
ciudadanía, en su generalidad.
En algún momento se tendría que llegar a un nombre. ¿A quién le
correspondería decirlo? A juzgar por la cantidad de gobernadores y el
número de votos a nivel nacional, el PAN sería el dicente: Margarita
Zavala, Ricardo Anaya, Rafael Moreno Valle, Juan Carlos Romero Hicks o
cualquiera otro, como Miguel Ángel Yunes, quien ya encabeza una falsa
coalición de gobierno en Veracruz. Por parte del PRD, si fuera el
dicente, sería Miguel Ángel Mancera el designado, pero a éste no lo va a
admitir el PAN, aunque se trate del más mediocre y, justamente, también
con ese argumento. La presunta solución de los directivos perredistas
sería un candidato sin vínculo con partido alguno. Pues bien, que lo
intenten, ya veremos qué les responden.
De otro lado, López Obrador ha anunciado el abandono de todo esfuerzo
a favor de una alianza formal con el PRD, tal como éste lo ha hecho
respecto de Morena, acusada por los “líderes” perredistas de “populista
conservadora”, cualquier cosa que eso signifique. El planteamiento de
AMLO se debe a la idea de que buscar una aproximación con la directiva
perredista sería alentar la esperanza de que ésta pudiera rectificar su
rumbo, lo cual no tendría justificación a la luz de la reciente
experiencia vivida en el Estado de México, donde el esquema político
estaba absolutamente claro.
Morena, sin embargo, debería aclarar bien su posición contraria a la
política de los directivos del PRD, pero en favor de la más amplia
alianza formal de las izquierdas, siempre sin invitación a cualquier
derecha. Así de simple, pues no se debería facilitar la vergonzosa tarea
a los “líderes” perredistas que denuestan a sus viejos compañeros de
partido en aras de purificar a la derecha panista, presentada como
salvación política. Todavía es tiempo de frasear tal contenido, de
suerte que esté más claro el panorama y otros actores políticos puedan
intervenir en la coyuntura, aunque hayan estado recientemente en
“células dormidas”.
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