Raquel Padilla Ramos*
Un danzante de Venado yaqui
debe portar lo siguiente, de arriba a abajo: una cabeza de venado
(masokoba) disecada, en cuya cornamenta lleva un listón rojo; según
algunos, este simboliza la sangre sacrificial del ciervo. Usa también
una pañoleta bordada de flores que forra parte de la cornamenta. Las
flores nos indican la estrecha relación con el mundo del monte o juya ania.
Las dos astas, a su vez, deben siempre bifurcarse en dos, para así
cubrir y sacralizar todos los puntos cardinales. La cabeza de venado se
posa sobre una manta blanca y lleva unas correas que sirven para
sujetarla.
En su cuello, el danzante de Venado yaqui lleva colgado un collar de
cuentas blancas que algunos toman por rosario, y que caen en su pecho
desnudo. Contiene también elementos de concha nácar (porosim) que
simbolizan el sol, la luna y los cuatro puntos cardinales, así como la
cruz de la religión cristiana. Al bailar, el Venado usa dos guajes
(denominados áyam) con los que marca sus movimientos. Porta un rebozo ( jikiam) el cual va atado por una rijgutiam
que es un cinturón de cuero con correas de gamuza, y que lleva pezuñas
de venado a manera de cascabeles. En cada pie, el danzante lleva tres
vueltas de teneboim o capullos de mariposa ensartados.
La presencia del Venado impone respeto en toda la yoemia
excepto en los danzantes Pascolas, su complemento y contraparte, quienes
juguetean y hacen mofa de él. Justo es, sin embargo, señalar que dentro
y fuera del ámbito dancístico hay un profundo reconocimiento al oficio
que realiza el Venado. A diferencia de los Pascolas, el Venado siempre
permanece en silencio, moviéndose en un gradiente de emociones entre la
contemplación y la solemnidad, y entre el temor y el nerviosismo. En
realidad, más que danzas, las del Venado y el Pascola son parte de una
secuencia ritual de luz y oscuridad, en la que el baile es sólo una
parte de sus componentes.
II. Cuando Ian porta la indumentaria de Venado se transfigura en el
animal del monte. En la ramada, sus manitas suaves y tibias se
convierten en pezuñas, y deja de mirar por sus ojos para hacerlo desde
los que brillan en la cabeza que amarra sobre la suya. La hojarasca
chasquea ante sus pasos y el viento se abre ante cada uno de sus
movimientos. Ian (
ahoraen lengua yaqui), tiene apenas seis años, y aunque desde los tres soñaba con ser danzante, baila formalmente desde los cinco. La danza no le es ajena en lo absoluto pues su papá es danzante de matachín en su comunidad, Loma de Bácum, Río Yaqui.
Una noche, en el solar familiar tuve una extensa conversación con
Ian. Le conté que nunca había visto un atuendo de Venado de cerca, con
excepción de la ocasión en la que trabajé en un museo frente a varios
artefactos rituales, pero que esos objetos no eran utilizados para
danzar sino para ser exhibidos. Le hice ver, por tanto, que me
emocionaba mucho poder apreciar el ajuar por medio de un verdadero
danzante yaqui. El niño corrió al interior de la casa, salió con un par
de bolsas de plástico y las puso sobre la mesa.
¿Por dónde empezamos?, pregunté casi adivinando la respuesta.
Danzante del Venado en el Museo Nacional de Culturas Populares en la Ciudad de MéxicoFoto José Carlo González
Ante la presencia de su nana Francisca y de su mamá (Carmen), Ian extrajo la masokoba con cuidado y la puso sobre la mesa; después, los otros artefactos, pero faltaban los teneboim y
el rebozo. La nana comentó, a manera de explicación, que cuando el niño
danza, el Venado Yowe (Venado Mayor) le facilita los implementos de que
carece. Ian no usó muchas palabras pues su español aún no es muy
fluido, pero sus ojos relumbrando en la oscuridad de la noche, su
sonrisa infantil y sus caricias sobre cada uno de los objetos,
construyeron en ese momento un poema épico a su pueblo.
III. Fidencio, tal como su nombre lo indica, es un hombre de fe. Es
bombero y rescatista, y pertenece al grupo de jóvenes que participa en
la vigilancia de su comunidad durante la fiesta a Nuestra Señora del
Camino. Es una magna celebración que aglutina a yaquis de los Ocho
Pueblos y allende el Territorio. A la Virgen le cumple con fervor, por
eso además de custodiarla, Fidencio danza para ella pues es miembro de
la tropa de matachines de Loma de Bácum, el pueblo yaqui que sostiene
una férrea defensa contra el gasoducto que se pretende imponer en su
Territorio.
Fidencio tiene el vigor de los 28 años, una esposa muy amada que
lleva el nombre de la Virgen en su advocación del Monte Carmelo, y dos
hijitos alegres y juguetones. Pero desde hace poco más de un año, está
preso en el Cereso de Ciudad Obregón. Su fe fue puesta a prueba cuando
lo acusaron de matar a un hermano yaqui en el enfrentamiento del 21 de
octubre del año 2016. El proceso judicial fue construido sin pruebas y
con testimonios emanados de yaquis
adictos al gobierno, como se referían a ellos en los documentos históricos.
Con el amor de la familia y los amigos, Fidencio tuvo que encontrar
sentido a su sacrificio. Participa tocando el bajo en las ceremonias
religiosas de la iglesia de la cárcel (dejemos a un lado los eufemismos,
el Centro de Readaptación Social de Ciudad Obregón, como muchos otros
en México, es una simple, llana y horrible cárcel). Pero en la devoción
penitenciaria, la Virgen se hace presente mediante la advocación de la
Señora de Guadalupe, y con la certidumbre de tenerla cerca y la
tranquilidad que le da el saberse inocente, Fidencio espera la audiencia
del próximo 13 de diciembre.
IV. El primogénito de Fidencio y Carmen es danzante de Venado. Tiene
apenas seis años, y aunque desde los tres soñaba con ser danzante, baila
formalmente desde los cinco, a partir de que su padre cayera preso. Ya
sea en la ramada ritual o en la acera del juzgado séptimo de distrito en
Cajeme, Ahora baila con coraje, con fuerza y exigencia, como si de sus
movimientos dependiera la excarcelación de su papá. Ian se sacude
ágilmente y con elegancia, mira a través de los ojos del Venado y se
abre paso en el viento, danzando una sinfonía de amor por la libertad de
su padre y de su pueblo.
* Historiadora, investigadora del INAH
No hay comentarios.:
Publicar un comentario