Carlos Bonfil
Eami es una palabra que en la lengua de la población ayoreo-totobiegosode que designa al bosque, pero también, por extensión, al planeta entero. Eami es igualmente el nombre de una niña que, según la cosmogonía de los ayoreos, sería la rencarnación de una divinidad mujer-pájaro llamada Asojá.
De modo simbólico, Eami habrá de proteger y al mismo tiempo sanar a
la tierra indígena invadida y mancillada por los blancos (los coñones
o insensibles) que por décadas han buscado transformar en un terreno favorable para la industria y el comercio ganadero.
Muy lejos de centrar su narración en un conflicto de violencia explícita o de ofrecer una visión maniquea de un proceso de despojo territorial cuya injusticia es de suyo ya elocuente, lo que propone Paz Encina es una inmersión total en la vida, costumbres y leyendas de la comunidad hostigada y, sobre todo, en la relación intensamente anímica, casi epidérmica, de ese pueblo con la naturaleza. Y lo hace a través de una fotografía y un diseño sonoro admirables.
Es de tal fuerza la sensación de pertenencia a esa tierra que defienden los indígenas y que representa todo el mundo que conciben, que ya sólo basta transmitir en la película una buena parte de esa percepción directa, desde el único punto de vista que la cineasta considera válido: el de la población agraviada. La insensibilidad colonial de los depredadores tiene aquí como mayor equivalente la imparable devastación ambiental de toda la selva amazónica. El documental Eami explora, con maestría artística, esta doble tragedia.
Se exhibe en la sala 9 de la Cineteca Nacional, a las 14:45 y 18:45 horas.
Twitter: @CarlosBonfil1
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