En El gran movimiento (2021), Kiro Russo vuelve a la fuente de inspiración de aquel primer largometraje para recrear una atmósfera laboral parecida, recurriendo de nueva cuenta al mismo protagonista Elder. El resultado es una ficción aún más misteriosa y compleja que señala los contrastes entre los rincones sobrecogedores y oscuros en el interior de las minas y el espacio abierto de La Paz, nombre irónico para una ciudad de incesante ruido y ajetreo humano, rodeada de montañas y surcada por el interminable cablerío de un teleférico.
El minero Elder es ahora un hombre enfermo. Ha viajado hasta la capital boliviana para participar, junto con dos colegas, Gallo (Israel Hurtado) y Gato (Gustavo Milán), en una marcha de protesta por los despidos en el cierre de su fuente de trabajo. Con el ánimo decaído y presa de una tos intermitente, el protagonista, posiblemente aquejado por una fibrosis pulmonar, consecuencia del polvo inhalado durante años, se refugia en el regazo de una matriarca protectora, Mamá Pancha (Francisca Arce de Aro), quien intentará sacarlo a flote con ayuda de un curandero exorcista de demonios. El relato es enigmático y denso, a menudo caótico, pero uno de sus atractivos visuales y sonoros es reordenar un caos citadino impersonal en una fantasía coral donde el bullicio de un mercado sobre ruedas alterna con una coreografía aérea modernista, reflejo y condensación de ese gran movimiento de la ciudad y sus habitantes. Pareciera ser todo una alucinación del propio Elder sometido por las fiebres, de no ser por el duro realismo en el registro de una explotación minera que transforma a sus trabajadores en insomnes bestias de trabajo permanentemente enfermas.
Se exhibe en la sala 8 de la Cineteca Nacional a las 16:15 y 20:15 horas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario